Brindar razones es inherente a la
elaboración argumentativa. Algunos dicen que argumentar da origen al filosofar,
pero filosofar ya no es sólo eso. Esta idea la sostengo debido a que cada
experiencia de mi vida conlleva a que el orden lógico que les puedo dar, desde
el relato interno de tal suceso hasta la narración de ella en un trabajo
académico, me obliga a mediatizar ese pensamiento con algo. Sólo así cada
concepto manejado por la mente puede ser desmenuzado posteriormente, o mejor
dicho, recordado por la memoria. Es decir, cualquier idea que se realice en la conciencia
de uno se ve reflejada en un recurso de corte público, como en un texto. Esta
traslación es propia de alguien capaz de reflexionar y, en consecuencia, de
organizar sus pensamientos hasta llegar a conceptos generales sobre la
realidad. Desde ese marco, filosofar vendría a ser la particularización de
todas esas vivencias e ideas primeras en pensamientos puros ligados a un
recurso, tal como es el lenguaje, el texto, o hasta una hoja de borrador. Pero
la ligazón primera, de acuerdo a nuestro sentido común, sería con el lenguaje:
cada cosa vivida trae consigo su significado desde el sentido (lingüístico,
aunque sea redundante decirlo) que se le brinda a ella, de la cual el sujeto es
el creador.
El lenguaje, empero, devela sus
limitaciones con frecuencia en nuestra época. Dentro de ella, pues, se ha
desembocado un tipo de incomunicación entre el mundo humano y su naturaleza, su
conflictividad. Las interpretaciones de la historia del mundo son
contrastantes: algunas sugieren que el hombre tiene más de apolítico que de
político; algunas, sin embargo, configuran esa idea, lo cual significaba una
superación de la crisis humana por una, parcial, tranquilidad en las
sociedades. Esta serie de contradicciones en la vida política son alegoría misma de lo que cada uno
engendra en su propia vida: la persona de hoy espera que cada conflicto se
resuelva o se lo resuelvan. En relación a la filosofía, ella se ha visto
afectada por este rumbo lógico que
decodifica nuestra reserva de pensamientos a lo largo del tiempo, a partir de
esa caja de herramientas que tenemos al alcance según Wittgenstein, nuestro
lenguaje. Y aún así, los evaluadores se ven interpelados por el desgaste
intelectual que provoca andar solamente interpretando un círculo vicioso en lo que concierne a la
historia de esta disciplina. Planteado de otra forma, Kant sospechaba que
nosotros nos vemos superados por las grandes cuestiones (tal como “¿qué es la
filosofía?”), que solo llegan a ser valorables, mas no resolubles
permanentemente, no tienen solución que persista absolutamente.
En efecto, la filosofía ha
mantenido la expresión de su historia en evidencia puesto que su alcance desde
el lenguaje lo obliga a ello: a ser autoconciente de sí misma. Análogamente,
cada persona reflexiva, a partir de su pensar discursivo, genera este modo
inteligente de hacer las cosas llevaderas, o mejor dicho, de razonar en virtud
que ciertas ideas se vuelvan conceptos generales u objetivos, dada la
experiencia en el mundo. A la vez, este tratamiento con lo real implica el uso
de la facultad gramatical para poder calificar los sucesos, adjudicarles objetos
(palabras), sentir que una persona (el yo)
está actuando. Así, el lenguaje resulta ser medio
ideal y fin del conocimiento: no habría capacidad de representarnos el
mundo sin él. Sin embargo, es obvio que no es independiente a otra facultad del
humano, a saber, la capacidad racional, creadora
de escenarios que muestra el proceso intencional de querer-determinarse;
como tampoco a otras inclinaciones del propio ente humano como las tendencias
al conflicto (querer-practicar lo determinado por el querer-determinarse) y a
la empatía (querer-te). El influjo a lo conflictual significa, a mi parecer,
que uno puede encontrarse psicológicamente carcomido por su acumulación de
conflictos, y que algunos de estos, abusivamente, son encontrados
intencionalmente por uno mismo. Más
adelante, se desarrollará cómo es que el drama humano nos confiere ese deseo de
verdad, nos obliga a seguir buscándola (Véase
el Libro I de Metafísica de
Aristóteles). Por su parte, la
predisposición a la empatía hace alusión a las menciones mentales que cada
persona se hace con respecto a lo que siente cuando percibe situaciones
negativas en otro hombre, más que todo, alude a contextos de cooperación
(ética).
Ahora bien, dicho esto, ¿cuál es
el objeto del filosofar? ¿En qué consiste hacerlo? De alguna manera, argumentar
racionalmente desde la postración de la historia de la filosofía y,
subsecuentemente, darle un recorrido al círculo interpretativo que se ha
manejado con respecto a esta disciplina cuya fuente de información es la
realidad misma. De aquí que se originen un par de problemas. Uno estriba en el
peligro latente que confiere filosofar, es decir, el escepticismo. Esta actitud
tradicionalmente se entiende como la presunción a ser conciente del conjunto de
escuelas filosóficas, figuras, doctrinas, que el ser humano no puede librarse. Por
ello, se ve desamparado por el corpus racional de la historia de la disciplina
y no puede responder a qué es filosofar. Pero esa línea interpretativa sobre lo que es un escéptico, principalmente
hegeliana, posee un carácter positivo desde su naturaleza. Dicho de otro modo,
es laudable ser escéptico en medida en que luego se supere esa misma dimensión
enigmática con tal que el sentido de toda su historia sea organizada en Una
sola cosa: filosofar. De manera que la filosofía carga un carácter relativo con
respecto a su tiempo, y según ello, toma posición en relación a las
manifestaciones ideológicas de la misma; pero, según Hegel, es índole de la
filosofía sentir ese carácter universal que lo atrapa, con tal que fije su
mirada a que todo sentido pensativo, afín al modo de pensar filosófico, es uno y lo mismo; pero, más aún, saber
administrarse con la consolidación escéptica, conservada por la naturaleza
humana, para su superación o subsunción. De hecho, para obrar filosóficamente,
uno se desapega del océano de ideas que no se han desarrollado sino
implícitamente, para explicitarlas y comprenderlas.
El segundo problema no es menos implacable que
el anterior expuesto. Porque si filosofar consiste en deslumbrar esa reserva de
saber con miras a establecer una relación con las posibilidades de la época
(para ser-posible en el tiempo, diría Heidegger), se privilegia esta actividad:
sólo aquellos que pertenecen a un nivel intelectual-académico superior serían
dotados de la mejor de las formas de pensar. Sin embargo, Mientras que todos
pueden crear imaginariamente su realidad, a partir de, a mi entender, posibilidad de hacer varias ficciones acerca
de su vida, se originaría un elitismo intelectual que pregone las verdades
de corte filosófico, y quienes los lean adopten estas y no aquellas de los
denominados filósofos de la calle. Ciertamente,
la razón de uno sabe de la realidad, sabe del otro (sea mundo, sea alguien, sea
algún problema) que tiene que proyectar mentalmente, sino hágase el siguiente
ejercicio: intenten escribir poesía sin proyectar a alguien, y verán lo difícil
que resulta que no encaje un director inmaterial,
referencial de nuestras proyecciones (más allá que la función-mente sea la
provocadora de esa simulación). Uno practica, pues, la empatía de modo tal que
se asuma creencias y actitudes ajenas, por lo cual ya se recurre a alguien
distinto a uno, quizá indefinido, pero otro.
Por lo tanto, la intuición filosófica
no es un problema, sino un don de muchos, por la cual algunos recurren a la
historia de la filosofía por una invitación del currículo de las universidades
con especialidad en filosofía. Sin
embargo, no se debe obviar lo pensado por sí mismo. Todos son capaces de
filosofar, mientras tengan como guía, precisamente, una identidad de filósofo:
esta, en efecto, se construye donde mayormente se discute, y por defecto, tal
tertulia se brinda en las universidades. Pero la verdad misma nos predispone a
filosofar.
Por todo ello, la experiencia que,
al mismo tiempo, nuestro cerebro procesa y manipula, pese a no siempre ser
lingüística (o al menos hasta un promedio de edad de 3 años), llega a ser
filosófica en medida en que hay una actitud de saber, o según Heidegger, de poder
aprender. La filosofía, ante ello,
es inmersiva, da la sensación que la realidad es esa misma que se pone de
relieve desde el pensar-por –uno-mismo, desde la intuición de una solución a un
problema colectivo que concierne a la narrativa de una vida, la de uno mismo.
Dicho en otros términos, y como conclusión final, la filosofía relata las vicisitudes
de la realidad ajena, o lo que viene a ser lo mismo, se auto-engaña (a largo
plazo, a partir de la refutación) para comunicarse con la humanidad en su
totalidad sobre un problema de carácter distinto al acostumbrado, es decir,
coyuntural (le concierne al presente de todos) e histórico (ha sido y seguirá
siendo un problema mientras se suspenda su toma de experiencia). Así pues,
habilita la realidad inmersiva (virtual), o lo que es lo mismo, el despliegue – provisional - con lo extraño
que encuentra uno a sí mismo, justamente, como otro.
De aquí mi reflexión personal: sería
interesante considerar que no solo la literatura (Cfr. Artículo publicado el 21/0602012
http://pijamasurf.com/2012/06/quienes-leen-adoptan-inconscientemente-la-identidad-de-los-personajes-ficticios/
) y la física higgsiana (véase Bosón de Higgs, tema de debate actual en el
terreno científico) en sentido estricto pueden patentar ese rasgo fuera de toda
conformidad intelectual, que es el reconocer un universo paralelo al cual
estamos postrados. Desligarse de este mundo ya no puede ser un recurso
lingüístico único(es decir, que solamente
le concierna a la institución académica) que, en grandes rasgos, nos
mantiene sentados en nuestras sillas esperando la trascendencia, o la
explicitación de los grandes misterios de la vida, sino que suscita un
paralelismo. A la par que el plano neuronal hace subsecuentemente esa
trascendencia racional en la biología de uno, a la vez ya está aplicando las vivencias a la
objetividad que se busca, y así filosofa. Ese modo de filosofar aflora una
serie de identificaciones de cuáles son los significados de la vida personal y
colectiva. Así de simple: complejo. Luego sigue el lápiz y papel, o en nuestro
tiempo, el teclado y el tipeo, el rédiger
nos attitudes philosophiques. Y la crisis continúa, porque someter a todos
a una evaluación filosófica causa zozobra en alguien conflictual, que tiende a
decir No al Sí de otro, nada menos que la humanidad.