Alain Badiou en una ocasión delató su
valoración a la historia de la filosofía contemporánea y lo fructífera que fue
a partir de un momento determinado, y en un espacio particular. Él sugiere que
la filosofía francesa contemporánea, que involucraba a figuras como Jean Paul
Sartre, Lacan, Levi-Strauss, entre otros, habían abarcado una serie de
propuestos filosóficas que, desde la óptica tradicional, no deberían ser
consideradas parte de una escritura filosófica. Y sin embargo, para Badiou eran
filósofos comprometidos con su vocación, y su compromiso filosófico les vale
hoy en día separarlos como una figura de la disciplina que linda en toda la
larga historia de ella misma. La diferencia con las otras vertientes se erige
con la cuestión del saber: no había que rastrear toda una teoría adecuada para
ser modelada en el ámbito social porque la filosofía no sabía nada de las
calles, no sabía nada de las costumbres, si es que su situación solo se encontraba en la biblioteca. Para Badiou, pues,
la filosofía, con esta versión francesa, comienza a salir a las calles, se
alinea al quehacer poético, al psicoanálisis, a la cultura literaria. Y, pese a
las discrepancias sobre cuáles eran sus posiciones políticas, su operación respecto
a la misma política tenía como finalidad hacer constante una crítica al modelo
que daba sentido a la época. Así lo entendió Francia, y vino a concebir la
crisis estudiantil, cuya energía se propició desde la explosividad de los
jóvenes y la enorme influencia intelectual que, precisamente, provenía de estas
nuevas caras académicas.
El enfrentamiento francés entre
estudiantes y policías ocurrió en los días de mayo de 1968. Al principio, podía
tacharse de un encantamiento marxista que los soviéticos habían podido instaurar
en la mentalidad de los jóvenes para que tomen la universidad de París (La
Sorbona), puesto que, por sentido común, todo joven es maleable desde que se lo
define como alguien que está hecho de solo sentimientos. Es útil poner de
relieve toda la coyuntura política que tenía como combatientes a las potencias
estadounidense y soviética en el terreno europeo. No obstante, esa interpretación
debió de ser pávida a la fuerza de los jóvenes, e incoherente dada su historia.
Recordemos la aglomeración de jóvenes hippies que marcharon por la paz en suelo
estadounidense, por oponerse a la Guerra, la discriminación, y la censura; ello
hace suponer que el joven francés de la época, no podía relegarse de ese
levantamiento, si es que divisaba su ambiente político y cultural. Con el
agotamiento de las artes de hacer filosofía y ética, no había reacción del
fuero académico ante las licencias del gobierno a que la cultura pierda su espíritu. Y la contestación no
se hizo esperar, con lo que las calles de París se pintaron de slogans a favor
de la guerra interna, es decir, en
virtud a la superación de la humanidad mostrada por cada humano para hacerse,
paradójicamente, más humano. En este
breve texto, quiero brindar dos líneas de reflexión con respecto a la propuesta
de corte filosófico que se presupuso en la revuelta de la juventud
universitaria parisina. Ciertamente, he leído poco o nada de los autores que
vivenciaron ese momento histórico, pero ello mismo merece una interpretación no
forzada de sus circunstancias.
Pero entonces, hay que definir ésta
de modo teórico. ¿Cuál era la deliberación hecha en la facultad de ciencias
sociales (donde se proporcionaron originalmente las organizaciones en
desacuerdo al sistema) durante esa época? Evidentemente, con la experiencia
susodicha de un descontento con la historia de la filosofía y, sobre todo, con
las figuras trascendentes en este saber acumulable sobre el pensamiento
occidental, los jóvenes no seguían el rol de cómo se entendía lo que era intelectual. Pues si hubiera sido así, habrían
retomado la operación Sapere aude
kantiana, traducida como atrévete a ser
racional, pero comprendida como el asentimiento de toda individualidad en
relación a lo que cada uno debe aceptar como razonable, y que en su aspecto
capitalista de la década sesentera, era el consumo y el olvido a las grandes
nostalgias que la guerra mundial había ocasionado. En efecto, no habrían
considerado injusta ninguna medida de censura hacia la comunicación social, ni
desconcertante la lucha de los sindicales por la deuda laboral por parte del
gobierno, y los constantes desempleos. Fue la revolución, pues, un desacuerdo
estudiantil, y más aún, fue un enfrentamiento a la seducción aparente de lo que
hacía alusión, según los medios, una sociedad consumista y acorde a la lógica
interna del gobierno de De Gaulle. Su posición era profunda y con miras a un
resultado mediado en cada campo temático, político, social, artístico,
educativo.
De aquí que una de las enseñanzas
filosóficas que esta cadena de eventos aborda fue la insistencia en realizar un cambio sustancial en el espacio
público. La forma y la existencia: esas eran los aspectos del compuesto llamado
sustancia para Aristóteles. En ese
marco, no se entendía existencia sin una forma, en lo que nos compete, sin una
serie de ideas que definían al humano. No obstante, al humano se lo intentó
definir por largo tiempo sin una conciencia emocional, pues ello imposibilitaba
la permanencia de una sola definición de lo que era ser humano. En otras palabras, el humano tenía una forma autónoma
de ser a partir de su racionalidad. Es por ello que la revuelta estudiantil
remarca una idea que los teóricos también discutieron, solo que, por obvias
razones, en los textos y no en las calles. Esa idea era la unión entre concepto
y existencia, y en palabras de Badiou, el intento de los intelectuales de la
época fue darle autonomía al sujeto desde su existencia, ya que así, la forma convergía
con lo que implicaba ser humano, a grandes rasgos, ser-urbano o ser-voluntario
a encarar los problemas como ciudadano que uno era; así mismo, ese discurso es
introducido por los jóvenes, que creían que ninguno estaba entendiendo, y eso
vislumbraba la falta de singularidad en la comunidad francesa. De hecho,
los slogans escritos en las paredes de
las universidades y en las calles, reflejaban ese impacto en la figura juvenil
de la época. Escritos tales como “sé realista, haz lo imposible”, o “Disfruta
sin trabas” mostraban una incitación a que cada francés critique su situación
social, dado el incremento del egocentrismo en el espacio social, y que opte
por la camaradería general.
Por otro lado, otra consecuencia de
carácter filosófico que dejó este movimiento fue que, a nivel académico, dejó
de haber disparidades con los otros sectores sociales, tales como el obrero, el
artístico, el cultural. Todos, durante esos días, se convirtieron en académicos, se informaban y se enseñaban
entre ellos, tanto burgueses, cineastas, dramaturgos, universitarios y obreros.
El placer ya no se encontraba en las elecciones de moda, de tienda, de coche,
de transporte; se tornó un gozo a lo que significó hablar, y no acerca de
cualquier cosa, sino de las experiencias adherentes al problema sociocultural y
político de Francia, esto fue, el contagio del sistema del consumo a la
libertad humana. La experiencia que cada grupo social había tenido se instauró
como pauta para que el movimiento continúe, porque de esta manera, se atenuaban
los reclamos de aquel. En efecto, la lectura filosófica con el que cada punto
de vista estaba de acuerdo era con respecto a cómo avizoraban a la sociedad post-guerra
mundial: gente conformista, con convencionalmente muy definida, burgués y, por
lo tanto, incapaz de lidiar con los problemas más violentos para la mayoría de
personas de un nivel económico menor. De ello se sigue que se sacrificaron
algunas costumbres, se relacionaron otras, y el combate persistió. Aunque la masa
del 68 haya tenido un carácter contestatario mas no violento, poco a poco la
demanda alzó revueltas con la policía, y se produjeron bajas en el lado
estudiantil. Pero la mentalidad rompía con el aforismo popular sobre la
filosofía, concerniente a que ella misma tenía que morir para que comience la
acción: fue todo lo contrario, la propuesta filosófica se construyó durante el
desarrollo de las revueltas y las tertulias en las calles parisinas.
En resumen, el mayo del 68
francés mapeó las falencias culturales que en la postguerra se habían causado.
El movimiento generacional, conformado por jóvenes, dio lecciones de cómo había
de ser un crítico. A la larga, el carisma suyo sedujo a varios personajes
públicos, a artistas y escritores. Jean Luc Godard o Jean Paul Sartre o Jean-Claude
Carrière, todos ellos se mostraron emocionados ante la picardía y audacia
juvenil. Por ello, la estética de las décadas siguientes no podía serle desleal
a este acontecimiento histórico puesto que la teoría comunicativa que aplicaron
a partir de revistas afiches y graffitis condijo con el mensaje generacional
que querían hacer dar cuenta: los jóvenes, al parecer, no querían llenarse de
más responsabilidades, pero sí querían elevar a conciencia, mediante una
difusión artística novedosa, la
responsabilidad de todos, como franceses, en relación a la ciudadanía y el
respeto de la libertad. Cierro este artículo con un elogio de Sartre a este
espíritu del 68, que con toda prudencia, merece ser leída por cualquier
generación de jóvenes:
“Hay algo que ha surgido de
ustedes que asombra, que trastorna, que reniega de todo lo que ha hecho de
nuestra sociedad lo que ella es. Se trata de lo que yo llamaría la expansión del campo de lo posible.
No renuncien a eso”.