¿Cómo
sabemos que lo que yo denomino “rojo” es sumamente diferente a lo que tú llamas
“rojo”? La manera en cómo influyen nuestros cerebros en la captación de matices
distintos nos obliga a hacernos esa pregunta, más aún que la incertidumbre se
hace fuerte una vez que nos damos cuenta que no sabemos si tenemos la misma
experiencia interna del color rojo. Es verdad: yo puedo tener una experiencia
interna del rojo completamente distinta a la que tú puedes tener.
Una de las
razones que fundan esta idea es la existencia del daltonismo. Esta es una condición
común del ojo que hace difícil a las personas que lo padecen distinguir entre
ciertos colores como el azul, rojo, amarillo y verde. Es una deficiencia en determinar
qué colore se están percibiendo. Pero estas experiencias únicas ya suceden
entre personas con una vista común y corriente. No se trata de una deficiencia
de uno en relación a otro, es decir, que uno sea daltónico y el otro no, dado
que en personas no daltónicas, ocurre que la experiencia del rojo es
completamente subjetiva. Esto nos lleva a afirmar que, en la cuestión sobre la
percepción, la mente trabaja para sí.
Thomas
Nagel en su famoso artículo What it is like to be a bat? Argumenta que la
realidad acerca de nuestros estados intencionales se puede analogar a las
experiencias de percepción de los murciélagos. Estos se apoyan en un sistema
sonar para poder organizar su percepción a distancia, y así poder movilizarse y
cazar. Bajo un punto de vista científico, podemos distinguir las áreas de su
organismo que trabajan cuando realizan estos mapas sonares; sin embargo, la
pregunta que para Nagel sigue en pie es si es que con ello hemos averiguado
cómo se sienten al hacer eso. En otras palabras, ¿tener el armazón descriptivo
propiciado por la ciencia nos permite saber cuál ha sido la experiencia
subjetiva del murciélago? Del mismo modo, Nagel afirma que un ser humano
particular cuenta con esas experiencias subjetivas que no necesariamente son
compartidas por los demás. Por ejemplo, esto sucede con los dolores, como el de
muelas o el de cabeza, donde se da el caso que pese a la indicación del doctor de
que el paciente no siente dolor, dada la revisión médica que se le ha hecho, la
presencia del dolor es indiscutible para aquel.
Ahora bien,
la posibilidad que las explicaciones bajo el punto de vista de las
neurociencias y bajo el punto de vista de la psicología no sean reducibles es
lo mismo a decir que las manifestaciones de dolor y el dolor son
epistémicamente distintas. ¿Ello implica que sean metafísicamente distintas,
vale decir, que exista un dualismo entre lo que sucede en nuestro organismo
respecto a lo que sucede en nuestro fuero mental? Ese es un debate aun inconcluso, dado que
algunos creen que sí y algunos que no: la posibilidad de que se origine un
dualismo mente y cuerpo asusta a muchos, pero explicaría el problema de estas
experiencias sumamente subjetivas. Pero no responde a cómo saber si son o no
son lo mismo lo que veo como rojo a lo que ves como rojo. Desde nuestro
lenguaje, se nos hace imposible rechazar por completo alguna de las dos
posibilidades: puede ser que veamos lo mismo, puede ser que no. No obstante,
pienso que la clave a todo esto está justamente en el lenguaje.
El
lenguaje, entre otros propósitos, nos permite comprender al otro. Esto
significa que una de los actos comunicativos más eficaces para lograr ello está
en el preguntar. Si se nos es posible preguntar acerca de la experiencia que
uno tiene al comer algo que le resulta delicioso, o cómo se siente alguien
cuando está triste, se genera una situación comunicativa, que quizá no conlleve
a discernir la total experiencia fenoménica – o para los especialistas, qualia, - ajena, pero nos acercará más
al como si de la misma.
Acá un video que ilustra el tema de los qualia: