La violencia se ha tomado en consideración por los
teóricos para adjudicarla como medio por el cual los paradigmas de la humanidad
han avanzado y han superado las oposiciones. La violencia se ha expresado en
guerras, enfrentamientos en tribunas, discusiones entre autores, en la
racionalidad. Se agrega al concepto, anticipadamente, los calificativos de conflicto y lucha, dándole así una carga solamente negativa. Ahora bien, la
violencia no puede ser neutra en absoluto: si es originada – por ejemplo, vía
artificios como pistolas o bromas sucias hacia alguien – trae consigo una carga
moral. La violencia, si se produce en la praxis, dictamina que, aquellos que la
practican, deben creer, provisionalmente, que está bien hacerlo.
Ahora bien, nos encontramos con una contradicción. Si
entendemos violencia como ahondamiento en el malestar del otro por parte de
uno, ya sea psicológico o físico, entonces la violencia no puede hacer sino
relativizar el bien. En otros términos, quien tiene la creencia que la
violencia causa un bien para quien la practica en ciertas circunstancias, no se
fija en la distinción real entre violencia y bienestar. En efecto, es una
contradicción creer que ambas se pueden sostener, y sin embargo, es así. Y esto
porque bienestar no siempre es lo mismo que satisfacción personal, o si se
quiere, felicidad. Brevemente, definamos felicidad como el lado personal de una
satisfacción, mientras que el bienestar, el lado social de una satisfacción;
mientras que la satisfacción de uno pasa a ser la adecuación de su máxima
sostenida con la realidad, o mejor dicho, que lo que creía, sucedió. Dentro de
este marco, surgen creencias que se topan con la realidad, y no se enfrentan a
ella; desde el pensamiento filosófico, pues, uno tiene que enfrentársela,
porque así se avizoran los supuestos de todo conjunto de creencias explicitadas
hasta el momento. Y la justificación de la violencia tiene que ser redondeada
según nuestra crítica, para separar lo que se puede creer y lo que realmente se
está creyendo.
Creer que la violencia es adecuada en ciertas circunstancias
esboza un esquema de práctica de las acciones morales de acuerdo a las
situaciones. Es una perspectiva contingente, en donde la ética, como dice
Giusti, evalúa al principio las formas
de vida en la cultura para con ello recomendar cuál es el fin que la comunidad
busca (véase la idea de eticidad en Hegel en textos más especializados).
Ciertamente, si se mantiene un lineamiento teleológico, en donde se adscribe
una mayor importancia al fin común, que se busca por sí mismo, entonces la violencia
no podría defenderse: siempre se busca ella a miras a un fin, la satisfacción
personal o social. Pero habíamos considerado que la felicidad corresponde al
frente subjetivo de lo que es la satisfacción de la persona; no obstante, este
estadio no tolera ninguna oposición pues puede hablarse de la felicidad de una
cultura, así como de la violencia de una cultura hacia otra, extrapolando de
esa manera términos psicológicos – felicidad y violencia al terreno sociológico. La violencia no es
algo que se prefiere si no es por otra cosa, como la felicidad o alguna emoción
de carácter inferior. Aunque esta idea normativa puede verse diezmada ante las
manifestaciones de violencias que nuestra actualidad nos ha deparado.
estas dos maneras de violentar la
voluntad de otro no son lo mismo. La primera responde a que alguien incurre en
la tranquilidad de otro, siendo ambos pertenecientes a una misma aula, escuela,
y teniendo en cuenta que pueden ser de la misma categoría escolar o no, porque
puede haber violencia de alumno a alumno, de profesor a alumno, de personal
administrativo a alumno, entre otras posibilidades. La revelación de prácticas
que auguran el dolor del otro ponen en cuestión no solo el vínculo entre estos
agentes, sino el mismo vínculo afectivo primario de cada quien propicia la
violencia. La psicología del desarrollo considera que, si bien no es determinante la crianza que no se concentra en la estimulación de
los afectos necesarios para la acción correcta, justamente, conlleva a
insuficientes o inadecuadas construcciones vinculares por parte de los niños.
Si no existe un buen apego entre el niño con su figura de apego (normalmente,
la madre), los otros vínculos amorosos obliga, a quienes no han tenido un apego
recomendado, una mayor evaluación, al ser difícil no responder de manera
insegura, con violencia o desinterés, hacia las exigencias sociales de los
demás. En ese sentido, este fenómeno de la violencia en las escuelas no
pertenece exclusivamente a la explosividad infantil denominado coyunturalmente como
bullying, sino también a la astucia
de los profesores que, teniendo su asumida madurez como adultos que son, pueden
llegar a violentar en la mentalidad de sus alumnos. De esa manera, aparece la
segunda forma de violencia en el plano escolar.Acá solo quiero centrarme en la violencia en las
escuelas y en la educación. En mi opinión,
Llamo violencia en la educación en alusión a que el
mismo sistema educativo contrae esta violencia germinada en el fuero interno de
las escuelas en miras de justificar la deplorable labor para reformar toda la
estructura. En un sentido, la violencia en la educación estriba en las arengas fundamentalistas
de los críticos de la educación con la intención de desestructurar la incapacidad
de los profesores al haber estudiantes graduados de la secundaria con un pobre
pensamiento formal. A raíz de ello, se protesta por cuánto más se puede
extender esta consecuencia si no se comienza a relevar del cargo a esos
profesores. Los profesores, a su vez, responden con violencia: La tecnología
expresada en la televisión y el Internet, no permiten más el desarrollo
fructífero del alumno. De aquí se sigue el porqué no llamo a esta violencia
como violencia hacia la educación
sino en la educación: ambas partes,
los agentes de pedagogía y los críticos de ella, versan en la violencia hacia
un sistema que, a nivel abstracto, no puede ser ni bueno ni malo. Me atrevo a
decir que elevando a un plano normativo, la bondad o la utilidad de la
educación es inconmensurable, pues se tiene que ligar este a cómo es la
realidad actual de la educación, en cada país, en cada región.
Adicionalmente, la violencia en la educación perjudica
tajantemente la formación humanística que se le brinde al niño, porque tanto la
crítica externa (padres de familia, abogados, etc) como la crítica interna (fuero
administrativo o docentes) no puede entrar en dimes y diretes laxos y comunes en nuestra sociedad. Es más
efectivo tomar una medida que ponga en funcionamiento objetivos relacionados a
la formación de valores en los alumnos. Así y solo así se está tomando
ejemplarmente la naturaleza del conflicto, pues este no solo contiene momentos
de crisis o violencia, sino también momentos en que está latente todo ese
conjunto de creencias a favor de que se produzca aquella. Es decir, el
conflicto es el reconocimiento de discrepancias entre uno y otro cuyo término
medio es la crisis que, pese a no tener que serlo siempre, frecuentemente
conlleva a la violencia entre ambos agentes. Si se renuncia a discernir sobre
los antecedentes de los encuentros violentos, no se podrá determinar ninguna
prevención hacia estas.
Portocarrero señala que nuestra sociedad ha
trivializado tanto el conflicto del racismo como el de la corrupción,
instaurando así una sociedad de cómplices,
en donde la relación entre personas es utilitarista: ambos buscamos abusar uno
del otro, así que respeto tu voluntad como también busco la posesión de ella.
Se defiende tácitamente un discurso de la competencia, cuya finalidad es vencer
al otro, y que origina una licencia social hacia quien comete violencia hacia
otro. No hay, como define Quintanilla, consecuencialismo no utilitarista sino un
etnocentrismo fundamentalista; este último se refiere a que el paradigma de la
competencia el cual se asume de modo implícito es aquel que gobierna la
mentalidad de mayoría de personas en nuestra sociedad limeña, pues no requiere
del principio de que cada creencia x
que asume, puede tener un margen de error si se simula en situaciones
concretas, quizá, aún no evaluadas.
Por tanto, el orden social se desestabiliza, y me
atrevo a decir que el sistema educativo sufre según estos rasgos. Hay un goce
por parte de los agentes mencionados respecto a mantener un sistema educativo,
restricto y poco efectivo. La felicidad se hace coincidir con la violencia en
la educación, la cual excluye en su temática la búsqueda de formación de un
plano valorativo, filosófico-jurídico, lúdico, en los niños. En las películas
hollywoodenses cuyas historias le ocurren a estudiantes que sufren maltrato por
parte de su compañero en las escuelas, no solo expresan lo que he denominado
violencia en las escuelas, sino también violencia en la educación, porque se
perpetúa una degradación hacia una persona, y se considera que es “necesario”
que esa persona sufra y también haga sufrir (porque el bully también sufre por estar atrapado en este tipo de violencia).
Hacer frente a sus víctimas de modo que se conceda o se venza: ese es el
principio del narcisismo inspirado en la regularidad del sistema educativo que
se ha estado dando desde hace unas décadas. Cuando la relación de posesión, de
abuso hacia el otro, arremeta con un nuevo conjunto de crisis fortísimas, como
fue el conflicto armado interno para entender la corrupción y el racismo, podremos
encauzarnos en un verdadero interés del problema de la violencia educativa.
Mientras tanto, veremos qué sucede.
Referencias:
GIUSTI, Miguel
1991 Moralidad o Eticidad. Una vieja disputa filosófica. En: Hueso
húmero. No. 28 (Dic. 1991). Pp 54-75.
PORTOCARRERO, Gonzalo
2005 Una sociedad de cómplices. En: Libros & artes : revista de
cultura de la Biblioteca Nacional del Perú. No. 9 (Ene. 2005).
QUINTANILLA, Pablo
2009 Consecuencialismo ético, desarrollo y etnocentrismo. En: Desarrollo
Humano y libertades. Compiladores: Patricia Ruiz Bravo, Pepi Patrón, Pablo
Quintanilla) pp. 181-198. Lima: Fondo Editorial PUCP.