La memoria tanto en escasez como en
sobreabundancia es perniciosa para las sociedades democráticas, pues se afianza
con ello una barbarie, cuya sutileza hace imposible identificar que el problema
está en el tratamiento de la memoria. Todorov recuerda que la memoria y el olvido
no se oponen en absoluto, por lo que se hace mal adjudicarle connotaciones
negativas e infundir cólera hacia ese estado psicológico como el olvido. La
memoria es una tarea de conservación y selección, es decir, se elige cuáles son
los recuerdos que no serán marginados y son potencialmente elevados a
conciencia, y entre cuáles sí llegan a ser marginados para luego ser olvidados.
La memoria es el criterio de selección en esa interacción entre aquello que se
conserva y aquello que se suprime (Todorov, 1995: 16). A todo esto, defiendo lo
siguiente: la memoria no es únicamente un método de selección de los
acontecimientos que queremos recordar, sino también selección de los criterios
con los que vamos a juzgar cuáles serían los mejores acontecimientos para
recordar, o las mejores disposiciones frente a algo. En otras palabras, la
memoria es, a la vez, memoria para saber el uso de ella misma.
Este enunciado último es medio confuso. ¿De qué
manera la memoria tiene como función capturar y conservar lo que significa su
uso? Creo que la respuesta se organiza en tres puntos. En primer lugar, la
memoria y el uso de la misma establecen una relación que no es inmediatamente
conciente por el ser humano; es más, muchas veces nos sorprende la manera en
que ciertos recuerdos han causado ciertas acciones, otrora, inesperadas de
nuestra parte. Es verdad, esto se puede objetar si en realidad esos
comportamientos provinieron de la sola originalidad del agente, y no de la
memoria que tenía uno. Entonces, el primer debate que se nos avecina sería
respecto a si las acciones novedosas e inesperadas en uno mismo son causadas
por la memoria respecto a cómo actuar en esas situaciones determinadas, o por
la autenticidad pura frente a las mismas. Por colocar un ejemplo, considérese
que se tiene al frente de uno al asesino de un familiar, y actúa golpeándolo
fuertemente en el tronco. Ciertamente, es una situación nueva, y según parece,
su motivación originó una nueva forma de tratar con seres injustos, vale decir,
golpeándolos. Pero también podría decirse que todo ello fue un acto de memoria,
es decir, que el uso de ella permitió a su vez, anteriormente, asumir que el
criterio para juzgar a los seres injustos es golpeándolos. En ese sentido, es
pertinente pasar al siguiente punto, que radica en la interacción entre la
memoria y la creatividad.
La memoria, afirma Todorov se complementa con
otros principios rectores, entre ellos, la creación (Todorov, 1995: 23).
Recordar los actos más vívidos y positivos en las que uno o un pueblo han
incurrido se complementa con la gratitud que genera crear nuevas imágenes,
versiones, o historias respecto a aquellos. Comúnmente, la pregunta acerca de
cómo la relación entre creatividad y memoria brinda un significado a los usos
de la memoria encuentra una respuesta, precisamente, en el combate entre el
buen uso y el mal uso de la memoria. Un mal uso de ella recurriría a la
violencia con el propósito de infundir un acatamiento de las normas de uno o de
un gobierno. Nietzsche asegura que la mejor mnemotecnia o método para no
olvidar fue, en su Alemania de antaño, el dolor: las leyes germánicas se
erigieron al paso que los castigos a la criminalidad eran, en gran medida,
cruentos (Nietzsche, 1887: 70-71). El dolor posibilita la memoria, y con ello,
los usos de la memoria pueden traer estabilidad social al pueblo y a uno mismo.
Esto es debatible, teniendo en cuenta que existe un buen uso de la memoria,
pero la interrogante radica en cuál es este. Una primera característica de ello
sería que aquello pasado que uno recuerda, sea recordado porque así lo
prefiere. Si luego de la muerte de un ser querido, la persona afectada prefiere
no recordar ningún momento cercano que vivió con aquella, mientras lo prefiera,
es un buen uso de la memoria. Sin embargo, a nivel cultural, eso puede ser
pernicioso, por lo que, a continuación, revisemos la interacción entre la
memoria y la cultura como forma de interacción hacia, aunque perfectible, el
mejor uso de la memoria.
A raíz de la duda sobre si se necesitaba más
que la voluntad para decidir cuál sería un buen uso de la persona, nos topamos
con la cultura. En realidad, una buena definición de ella nos la proporciona
Foucault en Las palabras y las cosas, al afirmar que la cultura es lo mismo a que haya un código registrado de
hábitos y tradiciones ya consagradas entre una comunidad de personas, pero que
en su encuentro con la reflexión filosófica y científica, ponga de manifiesto
ese orden de esquemas, esas maneras tradicionales de esquematizar el mundo, y
es ahí donde se transforme o se cuestione, al volverse espacio-temporal y
entrecruzada con otras formas de vida (Foucault, 1966: 6). En consonancia con
este concepto, la memoria viene a ser esa habilidad psicológica que suscita un
código o historia que cada pueblo prefiere tener para sus futuras generaciones.
No solo recupera el pasado, sino modifica las costumbres y juicios morales de
la cultura de origen de las personas: si antes se veía que la memoria traía
connotaciones negativas para quien prefería la novedad del futuro, según este
enfoque, tanto el pasado como el futuro se deben adecuar a la mirada de la
cultura a la que cada uno pertenece. Eso sí, la refutación inmediata
consistiría en preguntarnos a qué cultura pertenece cada uno, si ella misma
está mediado por aquello que recordamos tanto como persona llena de
experiencias así como sujeto histórico en una comunidad de hablantes.
La red de conocimientos que porta cada persona,
las vivencias psíquicas que tiene por una fuerte carga emocional sea negativa o
positiva, o las fantasías y deseos más
esperados que uno tienta, todo ello en conjunto, es almacenado y modificado infinitas
veces por esta capacidad cognitiva llamada “memoria”. En su relación con la
acción inesperada – de corte más épico -, con la creatividad o imaginación, y
por último, con la identidad cultural, es donde se hace manifiesta. De modo que
se debe persistir, como uno de los aspectos primordiales de cada vida humana,
el cuidado de ella. Esto, más allá que el cuidado físico a través de una buena
alimentación y disciplina del cuerpo, significa que se haga un buen uso de la
memoria, es decir, un uso de la memoria para identificar cuáles son los
conceptos más exitosos en nuestra comunidad humana de lo bueno y lo malo. De
aquí se deriva que la memoria, y la disciplina que le concierne como la psicología,
se debe adentrar al campo de la ética y la filosofía, y el trabajo
interdisciplinario promoverá satisfactoriamente en comprender mejor el uso
adecuado de la memoria, y en evitar el abuso de la misma.
BIBLIOGRAFIA
CONSULTADA
FOUCAULT, Michel
1968 Las
palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Traducción por
Elsa Cecilia Frost. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores.
NIETZSCHE, Friedrich
1981 La
genealogía de la moral. Introducción,
traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Sexta edición. Madrid: Alianza
editorial.
TODOROV, Tzvetan
2000 Los abusos
de la memoria. Traducción Miguel Salazar. Buenos Aires: Paidós.