Hace menos de una semana, participé en un Foro
Nacional de Estudiantes en la ciudad de Arequipa, cuyo enfoque temático giró en
torno al reconocimiento positivo de la diversidad cultural en el entorno
universitario. Con la participación de varias delegaciones, incluyendo a
estudiantes extranjeros, me enriquecí con los temas determinados que fueron expuestos,
las experiencias que fueron contadas, y las vivencias que fuimos adquiriendo en
conjunto todos los presentes. Entre esos temas puestas en la mesa, me quedé impresionado
por una de las mesas de reflexión y exposición, el cual consistía en que se
trataban tres temas específicos de saberes tradicionales, sistemas culturales
en torno a la medicina educación y el desarrollo sostenible, los cuales fueron
invisibilizados históricamente dada la hegemonía de un tipo de sistema
promovido por la cultura occidental. Entonces, me incliné por atender la mesa
en donde la Medicina tradicional se puso en discusión, y entre las ideas que
relucieron, la expositora de la delegación de la UNSCH (Universidad Nacional
San Cristóbal de Huamanga de Ayacucho) – la compañera Mariluz Ucharima – nos informó
a los presentes de varios puntos. Resumiré algunos con los que me quedó, y
luego discutiré la aparente reducción que debería haber entre un sistema médico
de corte científico occidental, y un sistema médico más naturista y más local.
La medicina originaria tiene una historia que
data de largos años en nuestra nación, desde los tiempos precolombinos que la
curación a partir de hierbas se practicó. Entre las instancias que han
perdurado hasta la fecha, Mariluz menciona que el hampi es el eje principal de
los diagnósticos de este sistema médico. En otras palabras, el hampi viene a
ser el conocedor principal de las recetas que cada paciente debe tomar para
tratar de ponerse mejor; es, pues, el curandero de la zona donde reside. Hay un
sumo respeto a esta figura, puesto que se encarga de que haya una cuidadosa
armonía entre los elementos naturales del entorno de la persona y esa misma
persona quien ha recurrido a él para curarse. Como las recetas que el hampi
recomiendan son a base de hierbas específicas, entonces siempre se está en
búsqueda de satisfacer una reciprocidad mutua del ser humano con las
divinidades, quienes se manifiestan por medio de la naturaleza. Es más, se enfatiza
constantemente en ese corolario: el paciente se curará si tiene entre sus
objetivos identificarse con infundir una armonía con la naturaleza, a la que le
tiene una suma devoción.
En cuanto al tema práctico de conseguir esas
recetas, no todas las hierbas se encuentran en las mismas zonas y en las mismas
estaciones de tiempo. Mariluz menciona el caso de la Mullyaca, las cuales
solamente se encuentran en las zonas más altas de Ayacucho, pero
afortunadamente, en toda estación del año. En cuanto a la función de aquella,
sirve para curar el mal de altura, que también denominamos “soroche”. Además,
menciona el caso de la Remilla, la cual es beneficiosa para combatir el mal de
los bronquios, el cual puede ser algo común frente al frío de la sierra. En
cuanto a este, es pertinente frotarlo en la garganta. Pero aparte de ello, Mariluz
agrega que los dos métodos generales para consumir estas hierbas, recomendadas
por el hampi, son tanto el baño en vapores como la infusión. En cuanto a la
primera, se hierven las ramitas de las mismas con la finalidad que uno se
acerque y respire sus vapores, para así bañarse
de la enfermedad que uno padece, ya
sea tos, o gripe. En el caso de la infusión, se prepara como bebida caliente
para consumir al instante.
Un detalle más que me pareció interesante fue
la entrada de la voluntad a este procedimiento medicinal. Si no hay voluntad de
creer en la metodología propuesta por el hampi, no habrá posibilidad de cura.
Esto significa que una cierta dosis de escepticismo hacia la cosmovisión andina
puede impedir una adecuada lectura o diagnóstico del hampi hacia lo que uno
padece. Esto porque el análisis del curandero se enfocará, en primer lugar, a
la conversación que tenga con el paciente, y si este se muestra reticente, no
dará lugar a que se haga un diagnóstico propicio para su enfermedad. Sin
embargo, al tratarse este tema de los diagnósticos asociado a las actitudes
psicológicas del paciente, es importante resaltar la actitud del hampi cuando
se le avecina enfermedades que él no puede tratar. Es decir, es laudable que el
curandero reconozca cuándo es mejor utilizar esas recetas tradicionales, y
cuándo es mejor ir a un hospital. De esa manera, se coordina un diálogo
intercultural entre sistemas occidental y originario, que normalmente se piensa
que es imposible de establecer.
Por último, quería enfatizar en el título de
este escrito. ¿Necesariamente la disyunción entre estos sistemas médicos
implica que se tenga que optar por uno de ellos, o puede darse el caso en que
alguien que quiera tratarse pueda optar por la comunicación y coordinación que
puede – y debe – existir entre ambos? En otras palabras, ¿por qué considerar
esa disyunción como un dilema excluyente de un sistema a favor del otro, y no
más bien considerarlo como una perspectiva nueva, en donde se infunda el valor
de ambos sistemas, y se dispongan los médicos y hampis a investigar sus recetas
y métodos con mayor agudeza? De hecho, esa comunicación entre estructuras
permitirá, no solamente visualizar una interculturalidad como propuesta de
cambio hacia las desigualdades históricas que atañen a nuestro país, en donde
se había institucionalizado desde el gobierno solamente al sistema médico
occidental; permitirá, a la vez, aportarse entre sí alternativas de terapia, es
decir, del mismo modo que la técnica del hampi es limitante frente a algunos
casos , como por ejemplo, los que requieren intervención quirúrgica, los
médicos deben ser conscientes cuándo es más beneficioso para el organismo, y
por tanto, para el paciente, consumir algunas recetas como infusiones o baños
en vapores de hierbas específicas. De hecho, el hampi se ha ganado una
reputación de carácter moral en las zonas donde ejerce su trabajo, puesto que
no solamente pertenece a la comunidad y ayuda a quienes no tienen los
suficientes recursos económicos para desplazarse a los lejanos hospitales del
Estado, sino que al ofrecer un trato personal y cercano, termina siendo un
psicólogo de las vivencias del paciente.
Como un paréntesis, es oportuno aludir a otro
tipo de práctica originaria tanto de Ayacucho como de otras regiones, que es el
parto vertical. Esto porque, así como el hampi es respetado por ser conocedor
de la dinámica social de sus compañeros de la comunidad en donde vive, la
partera también es flexible y respetada por brindar confianza a las futuras
madres que deciden dar a luz vía este método. Para mencionar algo breve al
respecto, este parto se caracteriza por tener a la madre agarrada de una soga,
erguida, y cuando puja para dar a luz, cuenta con la ayuda del esposo, quien la
sostiene de la cintura y está presente en todo momento de la concepción. La
partera recibe a la criatura en sus brazos, y es una figura de confianza a lo
largo de toda la vida del niño. Esas diferencias, de carácter terapéutico y
cultural, al sistema médico occidental, me han dado vueltas estos días, y
quiero concluir diciendo lo siguiente a continuación.
Hay una realidad que compartimos: las
relaciones existentes entre culturas, en distintas áreas como la educación y la
política, se encuentran en un estado grave. La educación intercultural es tan
discutida a nivel legal como social, y la participación política indígena no es
bien vista por ciertos grupos de poder, que se me hace difícil ver resultados a
corto plazo que susciten una convivencia intercultural, o mejor dicho, justicia
social para todos. Sin embargo, en el sector salud, si tomamos en cuenta este
diálogo ya empezado entre ambos sistemas, y se regulan otra vez las prioridades
de lo que es la medicina, revitalizaría una sociedad como la nuestra, que aun
le cuesta incluir en su agenda de cambio el reconocimiento a la diversidad
cultural. Le es costoso por diversos factores, que a nivel de valores, se
traduce en la intolerancia a que haya más de una sola identidad en el espacio
público; no obstante, depende de los profesionales médicos, de los hampis, como
de todo miembro de la sociedad civil, formular los pasos reales para dejar de
ver el sistema médico como una alternativa para obtener muchas ganancias
dinerales, sino como una oportunidad para promover su verdadera finalidad, a
saber, ayudar al otro y dejarse envolver por su estilo de vida. A mi juicio, la
interculturalización de la salud tiene ese punto de partida: el
interaprendizaje y aproximación a las culturas distintas a la nuestra.
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