En cada
momento se amplía el registro de artículos científicos, sin saber exactamente
cuánta información más va a aparecer en los instantes siguientes, y por todo
ello, la velocidad de la ciencia se vuelve impredecible, ya que ahora mismo,
podría haber uno que otro experimento importante que obliga a uno, como alguien
no allegado a los laboratorios científicos, a esperar una noticia puesta en artículo y, en
consecuencia, una respuesta interpretativa a esa noticia científica, de
inmediato. Sin embargo, no se llegan a delimitar ideas con respecto a las
grandes interrogantes cuya carga histórica es ineludible: ¿qué es ciencia? ¿dar
un juicio científico significa que es verdadero en absoluto? ¿Ciencia es solo
razonamientos y experimentación? De alguna manera, estas grandes cuestiones
desembocan en una dimensión ética que nos remite a los términos de simpatía,
empatía o contagio emocional.
La
ética ha sido fundada durante largo tiempo desde la evaluación racional; los
principios se generaban a partir que lo verosímilmente bueno para el individuo
y el colectivo era la vida conforme a la razón. Aristóteles afirma, pues, que
es la vida contemplativa, de quien hace de la deliberación lógica su forma
filosófica, o mejor dicho, su forma liberadora de vivir a expensas de la
conformidad cotidiana por vivir sin conocimientos filosóficos. De este modo, el
alcance que se tuvo con referido a la reflexión sobre el carácter humano no
cesó su búsqueda de mayor conocimiento en este campo, pero no se separó de un
ideal de razón como fabricadora de escenarios moralmente apreciables.
Ahora
bien, el progreso en las ciencias generó en varios momentos de la historia
occidental, al hogar explicativo que se promovía con el lenguaje poético. Dicho
en otros términos, la explicación científica se ha visto en varios pasajes de
la historia del pensamiento situada en rivalidad con las artes, y esta lucha, a
nuestro parecer, no tiene por qué ser indefinida; puede tener su final siempre
y cuando se manejen los conceptos de ciencia
y arte de forma implacable. El siglo
XX no fue la excepción, y cada contrincante, el artista o el científico,
querían su gran premio: darle sentido a la realidad. Las ciencias humanas
reflexionaron sobre si el reduccionismo de una a otra era necesario, y si lo
era, cuál era la articulación más correcta de toda vertiente que germinaba como
aquella que merecía más ser la prevaleciente explicación de la realidad. Y así
que los lenguajes sofisticados desenvolvieron todo un armazón difícil de
distinguir, ante la abundancia de información. Aunque tengo una frase para eso:
hay que verlo desde su simplicidad compleja. El universo epistémico nos tiene
mucho que aportar, y poco por aclarar, quizá, pero dentro de nuestras
prioridades, cada uno se avocará a lo que llamará verdadero.
En este
texto, me remito al bostezo. Ese mismo acto intencional de abrir la boca y
estrechar el rostro para inspirar aire y, de pronto, someter al mismo acto a
quien sea que esté cercano a uno, en la medida de lo posible. Ciertamente, no todos quedarán atrapados por
el bostezo, pero la experiencia misma nos lleva a pensar que el sentido común
no se equivoca: es contagioso. Aunque como la historia del pensamiento, detenerse
en un punto en el que germina un conflicto siempre es necesario. En este caso,
interpreto que hay una discusión sobre si el bostezo de uno, como catalizador
de bostezos en los demás, es contagioso o imagen de lo que llamamos empatía. De
alguna forma, no se contraponen estos conceptos, solamente que uno alude a un
área más negativa que la otra: si fuese un contagio, tendríamos en cuenta que
el bostezo es un virus que nos detiene a pensar la miseria humana de no poseer
autocontrol ante aquel. Esto, empero, es resoluble, mientras veamos el bostezo
como símbolo de la empatía.
Así
pues, el bostezo provoca decir mucha propiedades de ella que, en realidad, no
reflejan exactamente lo que es. Las investigaciones sobre ella nos han traído a
la mano que cuando bostezan algunos animales como los pájaros, lo hacen con la
finalidad de mantener un calor interno. Sin embargo, en humanos, esta razón es
poco frecuente. Al mismo tiempo, en la historia evolutiva se ha descubierto que
el homo sapiens ha respondido con el bostezo para mantener en estado de alerta
y vigilancia a todo el grupo ante un inminente peligro. En efecto, este
comportamiento es similar al de algunas manadas de animales, como la de
antílopes, que utilizan esta respuesta para mantener la atención de lo que
sucede en esa situación. Añadimos, así, que no hay un reflejo del aburrimiento
y de la desidia que uno pueda sentir cuando bosteza; en su mayoría de veces,
este motivo llega a ser más cultural que una determinación biológica.
Desde
otra mirada, el bostezar rebasa toda pretensión de reducirla a comportamiento egoísta.
Un fenomenólogo como Max Scheler sugiere que debe haber una valoración a uno
mismo, y entre líneas, egoísta, pero que en todo caso llegue a ser
compadeciente de los actos intencionales de los otros, y así lograr la simpatía
con ellos. Grosso modo, la simpatía es entendida por este autor como una reflexión
afectiva de lo que padece el otro, pero sin autonegar la vivencia propia, sino que
aquella estriba en el compadecer uno con el otro. Así entonces, la simpatía no
solo es imaginar lo que puede estar sintiendo el otro, sino ser capaz de
articular ello con la comprensión y reconocimiento de lo que verdaderamente
está padeciendo, es decir, dotarse de empatía. La simpatía, al devenir empatía,
significa no solamente sentir la posición emocional del otro, sino que ahora
hay un acto, evidentemente, explícito de cómo se responde motoramente ante lo
que padece el otro en el instante. Scheler coloca el ejemplo del perro:
simpatizar a secas aludiría a que nosotros ladremos como el perro, pero en
realidad se trata de simpatizar y/o empatizar (hay toda una discusión sobre la
identidad/diferencia de este par de términos, que no se tratará aquí) con aquel
que es calificado de persona, de alguien que puede comprender – emociones provocados
de las cosas reales - y comprenderse. El bostezar no se enajena de este
proceso; es expresión, como decíamos anteriormente, de esta trabazón percepción-simpatía-empatía-bostezo. Cuando uno bosteza, no se separa de los
demás, sino más bien los acerca.
En
resumen, los bostezos desembocan actitudes mediadas por la mente social que
cada humano posee dentro de sí. No podemos afirmar absolutamente, empero,
dentro de este ámbito aún teórico y, en consecuencia falible, que bostezar solo
depende del bostezo de otro. Esto porque uno puede bostezar sin motivo alguno
perceptible, y de repente, otro puede hacer lo mismo, sin la necesidad de que
haya sido voluntario. Aunque que exista este bostezo, que es contagioso (no
viral), implica que hay una comunicación intersocial y por tanto, se abre el
espacio para la empatía humana. Ciertamente, en chimpancés este contagio
emocional producido por el bostezo también es recurrente, pero sabemos que este
caracterización de la mente humana supera la atención hacia esa especie.
Podemos decir, entonces, que el bostezo lucha por ser tematizado en posteriores
investigaciones, porque ha sido menospreciado en muchas comunidades a lo largo
de la historia humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario