En torno al problema mente-cuerpo,
es decir, si la mente está relacionada con el cerebro, o vale decir, si es un
fenómeno completamente distinto al del cerebro, filósofos y psicólogos se han
pronunciado hasta en tiempos actuales. Como la filosofía fue una disciplina más
antigua, e influyente directa del origen de la psicología, tuvo una versión de
respuesta a esto muy temprano, siendo ella el modo tradicional en que se
entendió la relación entre la mente y el cuerpo. Entonces, primero describiré
cuál es esa postura tradicional de la filosofía en torno a ese problema,
La tradición dicta que desde antes de Platón,
se argumentó a favor a que el alma o psyché,
era el modo de vida del hombre, y la razón por la que el hombre podía perdurar
a la muerte de su cuerpo físico. Se tenían profundos intereses religiosos al
tener esta postura, vale decir, la doctrina de la transmigración de almas,
puesto que se mantuvo una especulación que se enlazaba con explicaciones
sobrenaturales, como la idea que el alma se aprisionaba por el cuerpo, y cuando
este perecía, pasaba a otro que tenía un diferente aspecto. El alma cumple el
papel central de ser organización y poder del cuerpo, y así, no hay ninguna
referencia en los griegos a considerar el alma como la identidad del yo o la identidad personal, el quién soy, dado que esta transmigración
en cuerpo a cuerpo, precisamente se debería interpretar “como si quisiera decir
que el alma es el principio del orden y de la vida en el cuerpo” (Copleston, 1946: 45).
Para hondar más, tanto Platón, si no me equivoco en el Fedón, como Aristóteles, identificaron este alma con la vida: los
cuerpos humanos eran vivientes y podían llegar hasta habilidades como el
razonar e inteligir por la presencia del alma. Esta sinonimización del alma con
la vida se encuentra en Sobre el Alma, donde Aristóteles estructura su
planteamiento para llegar a esta consecuencia; en otros términos, de las
dualidades materia-forma y entelequia-potencia, que aplican a toda entidad del
universo pues están en un registro metafísico, nos encontramos con la dualidad
cuerpo-vida, y así, determina que el cuerpo no es vida sino viviente por la
presencia del alma:
“…entre los cuerpos naturales los hay que
tienen vida y los hay que no la tienen; y solemos llamar vida a la
autoalimentación, al crecimiento y al
envejecimiento. De donde resulta que todo cuerpo natural que participa de la
vida es entidad, pero entidad en el sentido de entidad com¬puesta. Y puesto que
se trata de un cuerpo de tal tipo —a saber, que tiene vida— no es posible que
el cuerpo sea el alma: y es que el cuerpo no es de las cosas que se dicen de un
sujeto, antes al contrario, realiza la función de sujeto y materia. Luego el
alma es necesariamente entidad en cuanto forma específica de un cuerpo natural
que en potencia tiene vida. Aho¬ra bien, la entidad es entelequia, luego el
alma es entelequia de tal cuerpo” (Aristóteles, 412a 15-20).
Otro profundo análisis filosófico que defiende
el dualismo se atribuye a Descartes. Su argumento va más o menos así. Es
posible dudar que el cuerpo existe, y sin embargo, es imposible dudar que yo
estoy pensando que el cuerpo exista. Esto quiere decir que mi pensamiento, y
otras formas de intencionalidad, mientras estén en tiempo presente y sean
conscientes de ella, implican que existo. De lo que deriva en el famoso
principio “pienso, soy”; con ello, se sigue para Descartes que el yo existe en
independencia al cuerpo. Al respecto, hay objeciones variadas, siendo esta que
reconstruye Moya una de las más aceptadas:
“La primera premisa dice que yo puedo dudar que
mi cuerpo exista, y la segunda, que no puedo dudar que yo existo. Parece
entonces que yo tengo una propiedad que mi cuerpo no tiene, a saber, que no
puedo dudar que existo, mientras que sí puedo dudar que mi cuerpo existe.
Entonces, por el principio de indiscernibilidad de los idénticos, mi cuerpo y
yo hemos de ser entidades distintas. Pero oigamos ahora a Edipo razonar de modo
análogo para llegar a una conclusión falsa: yo puedo dudar que mi madre existe
(en realidad, creo que ha mureto); pero no puedo dudar que Yocasta existe (la
estoy viendo ahora); por lo tanto, Yocasta y mi madre no son la misma persona”
(Moya, 2004: 33).
Moya atiende al principio de identidad de los
indiscernibles de Leibniz, que es entendida en que si la entidad a y la b son la misma, comparten todas
sus propiedades intrínsecas. En ello recae el argumento de Descartes, es
decir, que el yo y su cuerpo no son idénticos en el sentido que no comparten
las mismas propiedades. Sin embargo, según el mismo razonamiento, podríamos
decir que Yocasta y la madre de Edipo no son lo mismo, cuando sí lo son: el
problema radica en el principio leibniziano se aplica a propiedades que
pertencen a la entidad genuinamente, pero que yo atribuya, porque lo creo así,
la posibilidad de dudar de su existencia a la entidad “cuerpo de Marlon”, no
significa que aquella sea una propiedad intrínseca a esa entidad. El principio
no se equivoca, sino el argumento: “creer que”, o “dudar que”, son expresiones
que abren contextos intensionales, en los cuales la referencia de dos
expresiones no son del todo intercambaibles, y si por ejemplo, yo creo que el
cuerpo no es lo mismo que el yo, si
realmente fueran idénticos, no sería posible intercambiar de la oración “yo
creo que el cuerpo no existe”, “cuerpo” por “yo”.
Al respecto, la psicología también comenzó en
el discernimiento de cuál era el método experimental más adecuado para notar
que el alma o la mente tenía un rol causal sobre el cuerpo. Esta disciplina no
asumió que las relaciones entre las personas eran mediadas por la libre
voluntad de cada uno; el método experimental, que significaba observar y
explicar, fue la separación característica entre el método lógico de la
filosofía y el científico que venía a ser el de la psicología. De ahí deriva el estudio de los estados
mentales: llamo “Estados mentales” a los pensamientos, creencias, deseos e
intenciones que el sujeto posee cuando está dirigido hacia un propósito. Hoy en
día, el estudio de los estados mentales es afianzado tanto por filósofos como
por psicólogos, y no hay una teoría exclusiva para cada disciplina: el mismo
campo requiere un estudio de estas dimensiones, como de otras, como la lingüística
y la biología.
Por todo ello, la pregunta es claramente
interdisciplinaria: los instrumentos que han ido desarrollando los psicólogos
son abundantes y muy sugerentes para el problema de lo corporal y lo mental. A
la vez, la filosofía de la mente se ha especializado en dar una versión de
respuesta cada vez más interdisciplinario en medida que permite comprender las
bases filosóficas junto a la evidencia empírica. Faltan más encuentros con las
otras áreas de especialización para que esta interrogante pueda ser
constantemente renovada y, por qué no, respondida.
ARISTÓTELES
1983 Acerca
del Alma. Introducción, traducción y notas de Tomás Calvo Martínez. Madrid:
Gredos.
COPLESTON,
Frederick
2004 Historia
de la filosofía. Vol. I Grecia y Roma. Sétima edición. Barcelona: Ariel.
MOYA,
Carlos
2006 Filosofía de
la mente. Segunda edición. Valencia: PUV.