Cuando se
trata de reflexionar acerca de la filosofía, los pasos que le dan una suerte de
continuo y esperanza de mantener un trabajo constante al filósofo son sus
propuestas. Ciertamente, la historia de esta tan inflamable disciplina, pues
mucho crece requiriendo de pocos exponentes, se corrobora con la decisión de
hacer más ponderable a la pregunta sobre la respuesta. Lo que intento decir es
que la historia de la filosofía ha desenfrenado esa idea de que esta disciplina
se interesa más por la fuerza que tiene la formulación de la pregunta
filosófica, que la propuesta a la que uno puede llegar. De hecho, al inquirir
filosóficamente sobre una cuestión, es decir, analizando la pregunta, nos
topamos con preguntas más periféricas, como también preguntas más nucleares, y
sin ofrecer una respuesta a ellas, la pregunta principal estaría expuesta a la
incertidumbre.
Sin
embargo, para que se logre un adecuado trabajo filosófico, sostengo que el
análisis no debe focalizarse en solamente la selección y descubrimiento de las
preguntas centrales que derivan de la primera que uno haya formulado: se merce
contestar esas preguntas en apoyo tanto de las intuiciones filosóficas como de
las evidencias de las otras disciplinas. Ahora, deseo concentrarme en el tema
de la muerte. Es verdad, las preguntas filosóficas suelen lanzarnos unas ráfagas de luz hacia nuestra consciencia,
aunque a la vez, perturban, una vez más, el estilo de vida que en líneas
generales, se había construido alguien. Es notable que la cuestión acerca de la
muerte nos deje intranquilos a muchos. Preguntas tales como ¿qué es la muerte?,
¿hay algo nuestro que sobreviva a la muerte?, o ¿existe vida después de la
muerte?, son los casos típicos de preguntas filosóficas en relación a la
mortalidad. Como añadido importante, defino “preguntas filosóficas” como
aquellas que pierden toda su influencia histórica que las hizo ver como si ya
estuviesen desfasadas y fuesen anacrónicas, pues en realidad se distancian de
las influencias que pudieron tener dado que, por un instante, persiste aún
incertidumbre generada por ella al no tener una respuesta completa
correspondiente.
Ahora bien,
esas preguntas claramente se pueden responder de una manera bastante simple. Si
tomamos una definición de muerte como “lo que sigue a la vida”, preguntar
acerca de si existe vida después de la muerte sería una mala pregunta (por no
decir ridícula), si tenemos en cuenta aquel significado de muerte. No obstante,
si cuando hablamos de muerte, indicamos al mismo tiempo que nos referimos a la
muerte del cuerpo, se genera un problema. ¿La persona muere si el cuerpo deja
de funcionar? Si se asume una posición dualista, entonces el cuerpo se ve
acompañado y, en algunos casos, gobernado por una naturaleza meta-física, que
viene a ser la mente o alma. Aunque sugiero que la mente y el alma son temas
distintos, es posible que se asemejen para un dualista: el punto es diferenciar
que la muerte solo afecta al aspecto físico de las personas, pues permanece su
aspecto metafísico, la cual se ocupa de la psicología y la racionalidad de
ellas.
Al
contrario, la muerte ocurre de modo definitivo en la persona si se asume una
posición fisicalista fuerte. En ella, se defiende que la muerte es un evento
que ocurre sobre entidades totalmente físicas, y que la mente deriva, más bien,
en un discurso o manera de hablar acerca de habilidades intrínsecamente
físicas. Es verdad, hay tipos de fisicalismo más débil (como el de Davidson o el de John Searle), pero el
fisicalismo fuerte al cual me refiero afirma, como ya anticipé, que la mente se
reduce a lo físico, y no existen separadamente, ni menos una interacción entre
ellos: se habla de una sola entidad que recibe estimulaciones físicas y actúa
físicamente.
Al parecer,
las cuestiones acerca de la muerte derivan y se resuelven si es que se maneja
una noción de muerte. El impasse que genera no entender de la misma manera lo
que es la muerte es lo que deja tranquilos o excitados a muchos que han pensado
este problema. Sin embargo, los ensayos de respuesta pueden contraer otros problemas.
A mi juicio, la posición dualista tiene un percance muy grave y que podría
descompensarlo como una posición filosófica respetable: si son entidades
diferentes, ¿de qué manera una sustancia inmaterial como el alma puede
interactuar sobre una sustancia material como el cuerpo? Si ese problema de la
interacción no es resuelto, todo el argumento que ofrecen quedaría diezmado.
Pero a la vez, el fisicalista reductivista tendría que responder a lo
siguiente: si todas las entidades son
físicas, ¿qué sucede con los conceptos de creencia, intencionalidad, y
moralidad? ¿Se tornarían propiedades únicamente físicas de seres físicos con
gran capacidad intelectiva como nosotros? Si asumen que sí, resulta notable que
conceptos que no incumben al vocabulario físico estarían siendo contenidos en
este, lo cual no es posible, ni siquiera es útil. De modo que, ni en una
posición fuertemente dualista, ni en una fuertemente fisicalista, los problemas
están resueltos con solo tener una definición de muerte.
No termino
satisfecho este artículo. Sé poco sobre los avances de la medicina y las
neurociencias acerca de cuándo es que aparece la muerte, si es que el cerebro
se detiene en su funcionamiento desde el momento en que la persona aparenta
estar muerto. Además, sé que es muy sensible el tema sobre el alma, pues si se
quita de este asunto hablar del alma, se quita con ello toda una tradición
religiosa de pararse frente al problema. De hecho, cabe esperar cómo va
evolucionando este discernir sobre la cuestión de la muerte, ya que, insisto,
es una pregunta filosófica, enteramente renovable.
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