lunes, 23 de enero de 2012

Haz algo por la vida


Te digo que hagas algo por la vida, dadas las siguientes prerrogativas: una entonación altisonante, una respuesta inmediata y única, la expresión facial del hablante…todas ellas hacen significar a la frase como si se dijera: Haz algo para ascender en la vida, o haz algo para reparar lo poco que se está haciendo en esta vida ante tu arrogancia. No significa ello, sin embargo, que, por la misma razón, ¡Haz algo por tu muerte! vaya a derivar en Haz algo para llegar a la muerte o en todo caso, haz algo que determine que estás en tu muerte. Es lógicamente posible realizar este tipo de identificaciones, o mejor dicho, de inferenciarlas, pero incapaces de viabilizar a ellas en práctica (el mero hecho de pensar en algo para llegar a la muerte de modo consciente solo nos lleva al pensamiento sobre el suicidio). Sobre todo si se sabe que la valoración que le atribuye el emisor a aquella frase no necesariamente será literal (y en primer lugar, ¿es posible una pura significación literal? Lo dudo) sino intencional, o dicho de otro modo, una frase que connota más de un solo sentido, pero el adecuado es aquel que transmita un mensaje (des)cortés al interlocutor.
Mi hermano, un domingo en el cual se encontraba abnegado a los quehaceres hogareños, no soportaba verme “haciendo nada”, según lo cual aludía a una clara metáfora popular que asigna a alguien el atributo de ocioso, en este caso, a mí. La falacia arrimada hacia la ambigüedad, pues, se coloca dentro de la ulterior frase que me dijo (“¡Haz algo por la vida!”), si queremos ser formalistas. Pero veamos el proceso de deliberación realizado para este razonamiento por parte de mi hermano.
Antes de iniciar, hay que dejar en claro: la lectura de intenciones de uno hacia otro se realiza a partir de la interpretación, y por tanto, no es un juicio indubitablemente verdadero. Nos remitimos a Descartes: el método introspectivo funciona para el interior, pero para el conocimiento del ajeno, el método es distinto a la introspección, o dirección de la atención a nuestros propios estados mentales. De la misma manera, el concepto de falacia, que alude a la argumentación de mi hermano para decirme ello, será de acuerdo al concepto que se tiene por falacia formal: una argumentación que aparentemente es una deducción válida pero que omite el camino de la evaluación. En pocas palabras, que haga algo por la vida no puede derivar de información más que cargada de resentimiento y poca vocación instintiva de corregir las emisiones. En rigor, entonces, es importante notar que es falaz tal frase dado que se inclina más por ser un razonamiento que se olvida de omitir las ambigüedades, y no es, por tanto, un argumento que comparta el hecho que el concepto de vida
En primer lugar, mi pensamiento exhorta una separación de la esencia – lo que es por naturaleza -, y ser, lo que es (quizá está última depende del segmento de tiempo en el cual se emita la acción de ser). Estas dos vertientes de ser se identifican con las dos actividades de hacer, una pasiva y una activa, respectivamente.Si otro me dice que alguien sea, se interpreta mediante lo que hace, «el ser de uno-todo se está haciendo», el problema subyace uno mayor. Siguiendo la posible verdad de lo primero (que «ser es hacer»), en otros términos, que me digan que no tengo esencia (pasivamente recibo esta verdad). Según parece, empero, no me están diciendo que no tengo esencia, sino que asumo un principio de hábito deshabituado en el sentido común de los demás. Que haga algo por la vida no implica, entonces, la inexistencia de una naturaleza humana absolutamente, sólo que ella está haciéndose. En el criterio del otro (mi hermano en este ejemplo), se liga la producción o generación de la naturaleza con el trabajo que interese u obedezca al mundo exterior. De manera que lo dicho a mi persona es laudable: no existe una naturaleza humana en medida que determine las acciones del presente: no puede existir, es verdad, pero no se efectúe en el saber inmediato.
El problema de la esencia es muy recorrido por la tradición de la filosofía, pero acá precisamos que la esencia es devenir mientras nuestra naturaleza, tal como nuestro código genético nos lo comunica en los estudios internos hacia nuestros organismos, tiende a la disposición de reacciones pero no nos determina éstas. Que yo sea vago en un instante no significa que me haya (mal)acostumbrado a serlo, sino que he estado dispuesto a serlo en, probablemente, muchos momentos en que mi hermano ha estado haciendo algo. Pero, con respecto a la segunda, me es difícil estar de acuerdo. Si soy nada, ¿puedo hacer algo? Si estoy haciendo nada, ¿no estoy haciendo algo? De la misma manera, sin embargo, parece que yo estoy utilizando un juego del lenguaje para arrinconar a cualquiera a mi creencia. Aquí, pues, va un apartado. Es necesario aclarar el concepto de nada, probablemente, como algo distinto de algo. Pero nuestra manera de operar no puede quedar sólo en la oposición algo-nada. Si esto fuera así, no habría proceso que criticar al de mi hermano que conllevó a enunciar la sentencia que estamos analizando (“¡Haz algo por la vida!”). Nada en referencia al obrar sería no obrar, nada en referencia a ser sería no ser. Ocurre que la nada, en esa dirección, frecuenta nuestro plano consciente una vez que se considera haciendo algo y, a la vez, no haciendo algo (nada). Por ejemplo, podemos imaginarnos observando un monstruo, pero no por ello estamos observándolo, sino que la nada se presenta como ser-posible – tal como afirmaba Martin Heidegger – en nuestra contemplación (por su parte, un positivista diría que si no es público, no hay ni siquiera espacio para los ser-posible).
Ahora bien, el problema hacia este ejemplo versa sobre si estoy haciendo algo o nada por la vida. Si estoy viendo a un monstruo, si de veras lo estoy haciendo (algunos circuitos eléctricos de mi cerebro podría hacer verificar ello, comunicándonos que sí estoy viendo algo, o en todo caso, que mis funciones cognitivas de la vista si están siendo aplicadas, haya o no algún referente objetivamente visible), puedo referirme a él. Cuando, por ejemplo, lo señalo (señalo, quizá, el lugar donde yo lo he presenciado) nadie aún me puede negar que vi algo, que estaba haciendo algo. Es más, nadie me puede recriminar con ello que vaya a hacer algo por la vida, como si habría necesidad de darle a la vida una realidad diferente a la mía que soy un ser vivo. En realidad, no encuentro oposición ni en ser con nada, ni entre la nada y la vida, puesto que como precisa este ejemplo último, no estoy haciendo nada mientras el otro no esté convencido de ello. Pese a que yo sienta que lo esté haciendo, la nada se determina acorde a la propia convicción de uno, o lo que es lo mismo, expresar aquello sentido. En ese punto, uno debe estar convencido en lo que hace para lograr la oposición con la nada.
Sin embargo, ¿quién está operando de esa manera? Mi hermano, en efecto. Al contrario de lo que uno pueda suponer, él está convencido que la nada, tal como la hemos empleado hasta ahora, no se puede entender como la justificación de llegar a hacer algo, porque no es excusa para el entendimiento que el desafío haya sido aceptado por alguien que integre la nada, o mejor dicho, que sepa que la nada se encuentra presente en las elecciones de uno, al verse cargadas de la opinión “No Haces nada por mí y sólo por ti”.
Al margen de esto, hay un problema de la acción que uno hace, pues si es interna o externa, es ambiguo en cuanto a la evaluación del juicio por parte del otro. Si, por ejemplo, uno comunica a otro que siente dolor, este no va a poder alegar a la verdad con el juicio del otro, ya que, de lo que sí puede certificar indubitablemente, es de las sensaciones que él siente, no las que el otro siente (Véase Meditaciones metafísicas, René Descartes, VI: “Porque si ello no fuera así, no sentiría yo dolor cuando mi cuerpo es herido, dado que no soy sino una cosa que piensa, y percibiría esa herida con el solo entendimiento como un piloto percibe, por medio de la vista, que algo se rompe en su nave; y cuando mi cuerpo necesita beber o comer, lo entendería yo sin más, sin ser advertido de ello sino por sensaciones confusas de hambre y sed”). Ahora bien, es bastante contraproducente aplicar los sentimientos, por un lado, para justificar la ineficacia de mi hermano de poder estar diciendo lo verdadero objetivamente. Lo que se discute es cómo devino ese pensamiento, que es lo que compete a esta reflexión
Entonces, mi propuesta alude al acuerdo, desde los cantos epopéyicos de Homero, entre Apolo y Palas Minerva, quienes en el primer día de batalla entre aqueos y troyanos, condescendieron el deseo para el cese del enfrentamiento de las falanges (Véase: La Ilíada Homero, Canto VII). De la misma manera, considero que, si mi respuesta sólo va a negar lo que mi hermano me increpa, no tendría una carga adicional más allá de la afectiva, es decir, el deseo de contradecir a mi hermano. Es más, no puedo evitar el pensamiento que tomé como punto de partida en el texto una respuesta en virtud al resquemor inmediato en mí. Ante ello, el acuerdo sería el siguiente, a mi punto de vista. En primer lugar, aceptar que no estaba haciendo nada, con referido a las labores cotidianas de mi casa. De manera que mi hermano pudo molestarse, con cualquier derecho, sobre eso. Esto no significa que esté haciendo nada, porque como en el resto del texto, la nada se ha presentado con su doble significación; nada significa tanto no hacer algo como ser posible en hacer algo. El segundo significado, pues, se ve beneficiado por la capacidad de intercambiar el verbo ser por el de estar, y así sería la nada como estar posible en hacer algo. Por esa parte, tomo la afirmación que no esté haciendo nada, o también, que haga algo por la vida. Hacer algo por la vida, en ese sentido, no difiere de estar nada en la vida, o desde la definición de nada, de tener posibilidades de cubrir nuestra realidad prospectiva, de acuerdo a los condicionamientos a los que estemos sometidos que, en este caso, serían el impulso afectivo de mi hermano y, por tanto, la motivación de cambiar mi estadio actual.
Lo que queda incompleto aún es la acción subsecuente a asumir que no hacía nada. Aunque sea perogrullesca, es, a saber, que le delimite a mi hermano que sí hacía algo.  A modo de anécdota, sí hacía algo. En realidad, estaba leyendo en ese instante que mi hermano vociferó. No me acuerdo qué, pero era algo sobre algo. Aún así, lo óptimo es que uno sepa detenerse en la comprensión de otro, porque no se busca una condescendencia del deseo, sino una supresión del deseo de otro (en mi caso, estar leyendo) por la diferencia, es decir el deseo del mismo (mi hermano habrá deseado con ello una aproximación de mi parte a los platos o a ordenar mi cuarto).
Ciertamente, de la misma manera en que uno se puede defender del ad hominem o argumento falaz utilizado por el otro en alusión a la holgazanería de uno quien, sin haber percibido en concreto lo que uno estaba haciendo, sólo acusa porque tiene arbitrio para hacerlo; así también, el caso limeño de nuestra actualidad, sobre la posible revocatoria a la actual alcaldesa de Lima, Susana Villarán, tiene desde lo implícito el mismo armazón. En otras palabras, es un carácter moral el que están siguiendo aquellos que proponen la solución de interrumpir del cargo de ella al sentirse afectados de su “holgazanería” productora de un espacio para delinquir fácilmente y, por tanto, poca seguridad al ciudadano. Del mismo modo que, como dice Hegel, un hombre muerto es existencia – en medida que está fuera de sí o en sensibilidad con el mundo – no real, pues no tiene concepto que lo haga corresponder a la realidad (un alma, dirían algunos); así tampoco, no moverse en la realidad, es descomponerse para el otro, aunque uno pueda “encontrarse atrapado en su apestoso lado corpóreo”. Villarán, en el ámbito político, no puede facilitar la crítica sin mostrarse en movimiento con sus obras, decisora de las inauguraciones y encontrándose con el ciudadano que trabaja en la calle, porque si no es así, sería, desde la perspectiva de sus opositores, como una existencia inmóvil, sin un concepto que se mueva dialécticamente junto a ellos. “Que haga algo por la vida” significa, en este caso, lo mismo a “que haga algo por Lima, mi vida en el ámbito laboral-público”. Veremos qué sucede más adelante.