viernes, 10 de agosto de 2012

El desafío filosófico del joven francés durante la Revolución de mayo del 68


Alain Badiou en una ocasión delató su valoración a la historia de la filosofía contemporánea y lo fructífera que fue a partir de un momento determinado, y en un espacio particular. Él sugiere que la filosofía francesa contemporánea, que involucraba a figuras como Jean Paul Sartre, Lacan, Levi-Strauss, entre otros, habían abarcado una serie de propuestos filosóficas que, desde la óptica tradicional, no deberían ser consideradas parte de una escritura filosófica. Y sin embargo, para Badiou eran filósofos comprometidos con su vocación, y su compromiso filosófico les vale hoy en día separarlos como una figura de la disciplina que linda en toda la larga historia de ella misma. La diferencia con las otras vertientes se erige con la cuestión del saber: no había que rastrear toda una teoría adecuada para ser modelada en el ámbito social porque la filosofía no sabía nada de las calles, no sabía nada de las costumbres, si es que su situación solo se encontraba en la biblioteca. Para Badiou, pues, la filosofía, con esta versión francesa, comienza a salir a las calles, se alinea al quehacer poético, al psicoanálisis, a la cultura literaria. Y, pese a las discrepancias sobre cuáles eran sus posiciones políticas, su operación respecto a la misma política tenía como finalidad hacer constante una crítica al modelo que daba sentido a la época. Así lo entendió Francia, y vino a concebir la crisis estudiantil, cuya energía se propició desde la explosividad de los jóvenes y la enorme influencia intelectual que, precisamente, provenía de estas nuevas caras académicas.
El enfrentamiento francés entre estudiantes y policías ocurrió en los días de mayo de 1968. Al principio, podía tacharse de un encantamiento marxista que los soviéticos habían podido instaurar en la mentalidad de los jóvenes para que tomen la universidad de París (La Sorbona), puesto que, por sentido común, todo joven es maleable desde que se lo define como alguien que está hecho de solo sentimientos. Es útil poner de relieve toda la coyuntura política que tenía como combatientes a las potencias estadounidense y soviética en el terreno europeo. No obstante, esa interpretación debió de ser pávida a la fuerza de los jóvenes, e incoherente dada su historia. Recordemos la aglomeración de jóvenes hippies que marcharon por la paz en suelo estadounidense, por oponerse a la Guerra, la discriminación, y la censura; ello hace suponer que el joven francés de la época, no podía relegarse de ese levantamiento, si es que divisaba su ambiente político y cultural. Con el agotamiento de las artes de hacer filosofía y ética, no había reacción del fuero académico ante las licencias del gobierno a que la cultura pierda su espíritu. Y la contestación no se hizo esperar, con lo que las calles de París se pintaron de slogans a favor de la guerra interna, es decir, en virtud a la superación de la humanidad mostrada por cada humano para hacerse, paradójicamente, más humano. En este breve texto, quiero brindar dos líneas de reflexión con respecto a la propuesta de corte filosófico que se presupuso en la revuelta de la juventud universitaria parisina. Ciertamente, he leído poco o nada de los autores que vivenciaron ese momento histórico, pero ello mismo merece una interpretación no forzada de sus circunstancias.
Pero entonces, hay que definir ésta de modo teórico. ¿Cuál era la deliberación hecha en la facultad de ciencias sociales (donde se proporcionaron originalmente las organizaciones en desacuerdo al sistema) durante esa época? Evidentemente, con la experiencia susodicha de un descontento con la historia de la filosofía y, sobre todo, con las figuras trascendentes en este saber acumulable sobre el pensamiento occidental, los jóvenes no seguían el rol de cómo se entendía lo que era intelectual. Pues si hubiera sido así, habrían retomado la operación Sapere aude kantiana, traducida como atrévete a ser racional, pero comprendida como el asentimiento de toda individualidad en relación a lo que cada uno debe aceptar como razonable, y que en su aspecto capitalista de la década sesentera, era el consumo y el olvido a las grandes nostalgias que la guerra mundial había ocasionado. En efecto, no habrían considerado injusta ninguna medida de censura hacia la comunicación social, ni desconcertante la lucha de los sindicales por la deuda laboral por parte del gobierno, y los constantes desempleos. Fue la revolución, pues, un desacuerdo estudiantil, y más aún, fue un enfrentamiento a la seducción aparente de lo que hacía alusión, según los medios, una sociedad consumista y acorde a la lógica interna del gobierno de De Gaulle. Su posición era profunda y con miras a un resultado mediado en cada campo temático, político, social, artístico, educativo.
De aquí que una de las enseñanzas filosóficas que esta cadena de eventos aborda fue la insistencia en realizar un cambio sustancial en el espacio público. La forma y la existencia: esas eran los aspectos del compuesto llamado sustancia para Aristóteles. En ese marco, no se entendía existencia sin una forma, en lo que nos compete, sin una serie de ideas que definían al humano. No obstante, al humano se lo intentó definir por largo tiempo sin una conciencia emocional, pues ello imposibilitaba la permanencia de una sola definición de lo que era ser humano. En otras palabras, el humano tenía una forma autónoma de ser a partir de su racionalidad. Es por ello que la revuelta estudiantil remarca una idea que los teóricos también discutieron, solo que, por obvias razones, en los textos y no en las calles. Esa idea era la unión entre concepto y existencia, y en palabras de Badiou, el intento de los intelectuales de la época fue darle autonomía al sujeto desde su existencia, ya que así, la forma convergía con lo que implicaba ser humano, a grandes rasgos, ser-urbano o ser-voluntario a encarar los problemas como ciudadano que uno era; así mismo, ese discurso es introducido por los jóvenes, que creían que ninguno estaba entendiendo, y eso vislumbraba la falta de singularidad en la comunidad francesa. De hecho, los  slogans escritos en las paredes de las universidades y en las calles, reflejaban ese impacto en la figura juvenil de la época. Escritos tales como “sé realista, haz lo imposible”, o “Disfruta sin trabas” mostraban una incitación a que cada francés critique su situación social, dado el incremento del egocentrismo en el espacio social, y que opte por la camaradería general.
Por otro lado, otra consecuencia de carácter filosófico que dejó este movimiento fue que, a nivel académico, dejó de haber disparidades con los otros sectores sociales, tales como el obrero, el artístico, el cultural. Todos, durante esos días, se convirtieron en académicos, se informaban y se enseñaban entre ellos, tanto burgueses, cineastas, dramaturgos, universitarios y obreros. El placer ya no se encontraba en las elecciones de moda, de tienda, de coche, de transporte; se tornó un gozo a lo que significó hablar, y no acerca de cualquier cosa, sino de las experiencias adherentes al problema sociocultural y político de Francia, esto fue, el contagio del sistema del consumo a la libertad humana. La experiencia que cada grupo social había tenido se instauró como pauta para que el movimiento continúe, porque de esta manera, se atenuaban los reclamos de aquel. En efecto, la lectura filosófica con el que cada punto de vista estaba de acuerdo era con respecto a cómo avizoraban a la sociedad post-guerra mundial: gente conformista, con convencionalmente muy definida, burgués y, por lo tanto, incapaz de lidiar con los problemas más violentos para la mayoría de personas de un nivel económico menor. De ello se sigue que se sacrificaron algunas costumbres, se relacionaron otras, y el combate persistió. Aunque la masa del 68 haya tenido un carácter contestatario mas no violento, poco a poco la demanda alzó revueltas con la policía, y se produjeron bajas en el lado estudiantil. Pero la mentalidad rompía con el aforismo popular sobre la filosofía, concerniente a que ella misma tenía que morir para que comience la acción: fue todo lo contrario, la propuesta filosófica se construyó durante el desarrollo de las revueltas y las tertulias en las calles parisinas.
En resumen, el mayo del 68 francés mapeó las falencias culturales que en la postguerra se habían causado. El movimiento generacional, conformado por jóvenes, dio lecciones de cómo había de ser un crítico. A la larga, el carisma suyo sedujo a varios personajes públicos, a artistas y escritores. Jean Luc Godard o Jean Paul Sartre o Jean-Claude Carrière, todos ellos se mostraron emocionados ante la picardía y audacia juvenil. Por ello, la estética de las décadas siguientes no podía serle desleal a este acontecimiento histórico puesto que la teoría comunicativa que aplicaron a partir de revistas afiches y graffitis condijo con el mensaje generacional que querían hacer dar cuenta: los jóvenes, al parecer, no querían llenarse de más responsabilidades, pero sí querían elevar a conciencia, mediante una difusión artística novedosa,  la responsabilidad de todos, como franceses, en relación a la ciudadanía y el respeto de la libertad. Cierro este artículo con un elogio de Sartre a este espíritu del 68, que con toda prudencia, merece ser leída por cualquier generación de jóvenes:
“Hay algo que ha surgido de ustedes que asombra, que trastorna, que reniega de todo lo que ha hecho de nuestra sociedad lo que ella es. Se trata de lo que yo llamaría la expansión del campo de lo posible. No renuncien a eso”.