viernes, 6 de abril de 2012

¿Y quién mató a Zeus? Acerca de la conciencia de la religiosidad en la manera de vivir humana



Recordando una clase que tuve en la universidad, me vino a la mente una idea general, en ese instante que el profesor dictaba sobre la concepción de tiempo en la Grecia antigua, y me inquietaba saber cómo es que la religiosidad continuó siendo parte de la cosmovisión mientras que los dioses del Olimpo ya no eran un tema diariamente comentado en la tertulia ciudadana. De aquí que el profesor consideraba que alguien debió haber matado a Zeus, si se sabe lo siguiente: la cosmovisión griega aludía a una serie de movimientos de corte cíclico, en que cada etapa de la polis podía verse supeditada por el reino de otra, o lo que es lo mismo en teogonía, el dios superior era vencido (y sustituido) por otro, cuya estadía en el trono suponía la ruptura del tiempo anterior y el ascenso de uno nuevo. Y sin embargo, tal reino conquistador, o en este caso, cada dios superior, podía verse en antítesis con otro que estaría dispuesto a superarlo. La línea de tiempo era esférica; ningún paso previo era olvidado, en tanto que, por ejemplo, de una forma de gobierno como la democracia, llegaba la tiranía, pero eventualmente la democracia retornaba. Este terreno dialéctico fue clave en Grecia antigua para entender el carácter religioso de los ciudadanos desde algunas perspectivas. Quisiera trabajar dos de ellas, que considero principales para entender mejor cuál es el origen de mi pregunta.

En un primer sentido, se encuentra la idea que la tensión de contrarios es lo que delimita una cosmovisión cíclica. Si de alguna manera concibiéramos al tiempo de modo lineal, la Antigua Grecia no podría sostener la importancia de su historia y, por tanto, no podría haber actualizado sus costumbres como verdaderamente lo hizo. O lo que es lo mismo, la existencia y consistencia de un contrario supone, según los fragmentos de Heráclito, la relación con otro contrario, potencialmente presente. Esto quiere decir que, a pesar que en ese instante no se encuentre presente, uno se puede remitir al contrario del término/ pensamiento/ forma de gobierno/ dios que está en consideración en acto. Por mencionar un ejemplo, retomemos la pregunta. ¿Quién mató a Zeus? En efecto, alguien contrario a Zeus hubo de matarlo. Pero precisemos esto, porque en esencia, Zeus se contrasta con un mortal, y la muerte de un dios solo ha de ser posible, según la experiencia en la mitología griega, por un mismo dios, fuerte y osado en asegurarse el poder del uranos. De ahí que una generación se vea reprimida por una “mejor” que ella, como es el caso de los Titanes, que se ven vencidos por los Olímpicos para el reino en el cosmos, y anteriormente, cómo Cronos vence a su propio padre Urano para proclamarse líder en la edad que sobrevenía. Con su castración, termina la etapa de Urano y siguió la de Crono, sin que el vaticinio no haya sido olvidado: el hijo de Crono era el mismo que lo iba a destronar en el gobierno del cielo.

Luego es que Crono orienta la mitología a colocar a Zeus como el bueno entre todos los inmortales, pues es quien vence al parricida prevaleciente, es decir, un Crono que no deseaba el arrancamiento de su poderío, ni menos por parte de su hijo. La libertad de Zeus, de la rutina crónida de que cada hijo vaya a la boca de Crono y sea tragado por éste, le permite, entonces, acabar con el titán (en griego, el que lo devora todo), a partir de la amenaza y la corrupción de ese respeto común que ha de tenerse ante el pariente: Zeus tenía que manifestarse intranquilo para poder invertir el orden. Así pues, el gobierno de Crono acaba e inicia uno nuevo, en el que los tres hermanos principales, Zeus, Poseidón y Hades, gobernarían el Kosmos en su totalidad.

Ahora bien, se aperciben dos debilidades teóricas de lo dicho hasta ahora. Por un lado, no puedo estar convencido que esto se dio de esta manera, pues la variedad de versiones cambian el rumbo de la historia y, por ejemplo, no hacen de Crono un salvaje y sí alguien que es perdonado y recibido como gobernante en la Isla de los Bienaventurados. De esto se sigue, y en segundo lugar, que el contenido de los relatos expuestos, pues, deja de lado el papel preeminente que asumen tanto Gea como Rea, las diosas mujeres en etapas de Urano y Crono, respectivamente. Esto porque ellas propician, según las distintas versiones, un servicio totalizador del destino del mundo: sin ellas, tanto Crono como, después, Zeus, no habrían podido llegar al ascenso. Aclarando…

Sin embargo, este apartado anterior nos sugiere que la pregunta sobre quién mata a un dios griego se tiene que convertir en la pregunta sobre quién desplaza al dios, en nuestro caso, a Zeus. La posibilidad de dilucidar ante esta transposición en el preguntar hace de este trabajo de corte filosófico, entonces.
En este marco, la lógica asume que ningún dios puede ensimismarse y, por tanto, prescindir de la función del hombre en el mundo. Cuando se habla de un dios, el término dios está adquiriendo una resonancia en los oídos de uno o varios sujetos. El discurso acerca de Zeus alcanza un fin intelectivo en cada hombre, al tener la capacidad de audición, tanto así que Aristóteles declara que el oído es la condición para saber, más aún para los ciegos. Pues, “de manera indirecta, el oído es el que aporta la más amplia contribución a la sabiduría. El discurso, en efecto, o el razonamiento, que es la causa del aprender, es así por ser audible; pero, no es audible en sí mismo, sino indirectamente, debido a que el lenguaje se compone de palabras, y cada palabra es un símbolo racional. En consecuencia, entre aquellos que, de nacimiento, se ven privados de uno u otro sentido, los ciegos son más inteligentes que los sordos o los mudos” (Aristóteles, Del sentido y de lo sensible, pp. 36). En efecto, se conoce que habían ciegos cuya función en la polis era de carácter central, como la adivinanza que, dentro de sus hacedores, existió Tiresias, según el mito de Edipo rey, quien prestó consejo tanto a Layo como a Edipo en la ciudad de Tebas (tocar el asunto de la tragedia Edipo Rey, no compete a este artículo). Por todo ello, si había comunicación del dios, el dios era comprendido en su singularidad como a partir de la erudición de unos pocos en hablar sobre él o ellos (recordemos que son dioses del Olimpo, no un solo Dios con D mayúscula), como los poetas.

Hasta ese punto, se logran distinguir dos vertientes. Una asume que el aforismo “si no hay comunicación del dios, muere el dios” es completamente cierta y, empero, trasciende a nuestra época, en la medida que en la secularización de nuestros tiempos se aprovecha la religiosidad innata en cada hombre, y resucita cada vez el habla acerca de Dios, de modo diferente. Cabe una racionalidad, aunque es más remota que la de la segunda vertiente. Esta es aquella que, del aforismo mencionado, extrae que la condición humana es tal como es en el mundo a la experiencia de Dios. Dicho de otro modo, Dios acaece lo mismo que el hombre puede acaecer puesto que la concepción de ‘dios’ tiene, al mismo tiempo, un corolario independiente como también uno dependiente, a la conciencia del hombre.  A mi parecer, esta vertiente idealista tendría su sutileza intelectual más importante en Hegel, y luego, los pensadores que se siguen del texto de Hegel. A decir verdad, no concuerdo en que cada constancia concreta contenga una realidad preexistente, pero esa misma, según el filósofo alemán, es entendida, en primera instancia, como negación de aquella. Dicho en otras palabras: el hombre es comprendido desde su finitud a partir que dios – lo infinito- está en él como negación, y por tanto, como la esencia de él mismo. Entender que la negatividad se presenta en uno mismo conlleva a que uno pueda relacionarse a ella; en palabras más acordes al pensamiento de otro alemán (Nietzsche), cuando se le aparece dios sumergido en uno mismo lo obliga al hombre a considerar su finitud y, paradójicamente, su infinitud, siendo lo primero la nada, y lo segundo, la perspectiva. He ahí una tercera vertiente.

Resulta trágico pensar que la falta de comunicación de la religión pueda acabar en ateísmo. Aún cuando la mirada de los postulados de la creencia religiosa no deslinda entre manifestación de la creencia a partir de un “Sí, creo” o “No, creo”. Pero en Nietzsche, el nihilismo, cuya función es, pues, indicar “que los desherados ya no tienen ningún consuelo, que destruyen para ser destruidos: que privados de la moral ya no tienen ninguna razón para ‘entregarse’ que están afincados en el terreno del principio opuesto y también quieren poderío por su parte forzando a los poderosos a ser sus verdugos” (Nietzsche, Voluntad de poderío), no hay un mismo ingrediente explicativo ante esas dos proposiciones. En ese sentido, Nietzsche calificaría a alguien, que no tiene sentido supuesto alguno sobre la finalidad de la vida o del orden del mundo general, con “No creo”, sin coma alguna. Por el otro lado, alguien con perspectiva, según el alemán, sería el nihilista activo, de quien el “Sí creo” no solo se le es omitida la coma, sino que creo alude aquí al verbo creación. Así pues, el hombre deja de ser creatura o ser-creado de un dios, para convertirse en alguien cuya divinización se mide a partir de sus creaciones, sean de todo tipo.

En este marco, tenemos tres tipos de personas. El primer tipo de persona se escinde en dos; uno sería aquel cuya concreción práctica en torno a la religión es nula, y sin embargo, no ha desaparecido de sus actos la moral religiosa que le ha sido predicada. Un Zeus hay en su educación, y mientras se halle en un asiento metafísicamente confortable, la confianza y la utilidad se conservan y no son suprimidas. Zeus no está muerto. El otro representante del primer tipo sería el hegeliano, pues ya no es dogmático, en emedida en que  no se sienta fácilmente en el dogma, sino que aprende por sí mismo lo que, por la historia humana, le  hacían asumir desde que era un infante. En cambio, el segundo tipo de persona versa entre el escepticismo y el ateísmo, en donde sabe que, si destruye, se destruye, en lo que significan pensamientos. Téngase como ejemplo a Zeus otra vez: los rituales son admirados y traen la atención de todos, de lo que deriva que nadie no espera ser partícipe. No encontrarte en la situación culturalmente gratificante estriba en que la vida no tiene sentido y que la vida propia, por tanto, tampoco. Se ocasiona la decadencia, que es primordialmente fisiológica, según Nietzsche, pues el hombre está agotado de no haber pensado claramente, y ahora es turno de hacerlo. Por todo ello, el último tipo de persona es alguien que afianza sus posibilidades, que son remotas, a sabiendas que se está partiendo desde ningún sustento metafísico ni racional-lógico: solo el cuerpo vivo. Entonces, en él, Zeus ya ni se encuentra dentro de uno, en lo más íntimo de uno (conclusión radical que es asequible desde el pensamiento hegeliano). El dios no interesa ni que sea objeto del mundo ni el sujeto mismo; solo yace el camino de la desesperación cuya dirección es, precisamente, la de buscar dirección.

No me averguenzo de haber utliizado la locución ‘¡PÒR ZEUS!’ en alguna ocasión. De algún modo,  a veces encuentro inevitable no mecnionar dios como símbolo de sorpresa e irracionalismo gestual. ¡Por Dios! Si todo va a ser desplazado, que viva/prevalezca primero. Estos temas son teóricamente desafiantes, así que se seguirá hablando,  de las tesis implícitas de este texto.