martes, 10 de julio de 2012

Filosofar: intuición, lenguaje y realidad inmersiva


Brindar razones es inherente a la elaboración argumentativa. Algunos dicen que argumentar da origen al filosofar, pero filosofar ya no es sólo eso. Esta idea la sostengo debido a que cada experiencia de mi vida conlleva a que el orden lógico que les puedo dar, desde el relato interno de tal suceso hasta la narración de ella en un trabajo académico, me obliga a mediatizar ese pensamiento con algo. Sólo así cada concepto manejado por la mente puede ser desmenuzado posteriormente, o mejor dicho, recordado por la memoria. Es decir, cualquier idea que se realice en la conciencia de uno se ve reflejada en un recurso de corte público, como en un texto. Esta traslación es propia de alguien capaz de reflexionar y, en consecuencia, de organizar sus pensamientos hasta llegar a conceptos generales sobre la realidad. Desde ese marco, filosofar vendría a ser la particularización de todas esas vivencias e ideas primeras en pensamientos puros ligados a un recurso, tal como es el lenguaje, el texto, o hasta una hoja de borrador. Pero la ligazón primera, de acuerdo a nuestro sentido común, sería con el lenguaje: cada cosa vivida trae consigo su significado desde el sentido (lingüístico, aunque sea redundante decirlo) que se le brinda a ella, de la cual el sujeto es el creador.
El lenguaje, empero, devela sus limitaciones con frecuencia en nuestra época. Dentro de ella, pues, se ha desembocado un tipo de incomunicación entre el mundo humano y su naturaleza, su conflictividad. Las interpretaciones de la historia del mundo son contrastantes: algunas sugieren que el hombre tiene más de apolítico que de político; algunas, sin embargo, configuran esa idea, lo cual significaba una superación de la crisis humana por una, parcial, tranquilidad en las sociedades. Esta serie de contradicciones en la vida política son alegoría misma de lo que cada uno engendra en su propia vida: la persona de hoy espera que cada conflicto se resuelva o se lo resuelvan. En relación a la filosofía, ella se ha visto afectada por este rumbo lógico que decodifica nuestra reserva de pensamientos a lo largo del tiempo, a partir de esa caja de herramientas que tenemos al alcance según Wittgenstein, nuestro lenguaje. Y aún así, los evaluadores se ven interpelados por el desgaste intelectual que provoca andar solamente interpretando un círculo vicioso en lo que concierne a la historia de esta disciplina. Planteado de otra forma, Kant sospechaba que nosotros nos vemos superados por las grandes cuestiones (tal como “¿qué es la filosofía?”), que solo llegan a ser valorables, mas no resolubles permanentemente, no tienen solución que persista absolutamente.
En efecto, la filosofía ha mantenido la expresión de su historia en evidencia puesto que su alcance desde el lenguaje lo obliga a ello: a ser autoconciente de sí misma. Análogamente, cada persona reflexiva, a partir de su pensar discursivo, genera este modo inteligente de hacer las cosas llevaderas, o mejor dicho, de razonar en virtud que ciertas ideas se vuelvan conceptos generales u objetivos, dada la experiencia en el mundo. A la vez, este tratamiento con lo real implica el uso de la facultad gramatical para poder calificar los sucesos, adjudicarles objetos (palabras), sentir que una persona (el yo) está actuando. Así, el lenguaje resulta ser medio ideal y fin del conocimiento: no habría capacidad de representarnos el mundo sin él. Sin embargo, es obvio que no es independiente a otra facultad del humano, a saber, la capacidad racional, creadora de escenarios que muestra el proceso intencional de querer-determinarse; como tampoco a otras inclinaciones del propio ente humano como las tendencias al conflicto (querer-practicar lo determinado por el querer-determinarse) y a la empatía (querer-te). El influjo a lo conflictual significa, a mi parecer, que uno puede encontrarse psicológicamente carcomido por su acumulación de conflictos, y que algunos de estos, abusivamente, son encontrados intencionalmente por uno mismo.  Más adelante, se desarrollará cómo es que el drama humano nos confiere ese deseo de verdad, nos obliga a seguir buscándola (Véase el Libro I de Metafísica de Aristóteles). Por su parte, la predisposición a la empatía hace alusión a las menciones mentales que cada persona se hace con respecto a lo que siente cuando percibe situaciones negativas en otro hombre, más que todo, alude a contextos de cooperación (ética).
Ahora bien, dicho esto, ¿cuál es el objeto del filosofar? ¿En qué consiste hacerlo? De alguna manera, argumentar racionalmente desde la postración de la historia de la filosofía y, subsecuentemente, darle un recorrido al círculo interpretativo que se ha manejado con respecto a esta disciplina cuya fuente de información es la realidad misma. De aquí que se originen un par de problemas. Uno estriba en el peligro latente que confiere filosofar, es decir, el escepticismo. Esta actitud tradicionalmente se entiende como la presunción a ser conciente del conjunto de escuelas filosóficas, figuras, doctrinas, que el ser humano no puede librarse. Por ello, se ve desamparado por el corpus racional de la historia de la disciplina y no puede responder a qué es filosofar. Pero esa línea interpretativa  sobre lo que es un escéptico, principalmente hegeliana, posee un carácter positivo desde su naturaleza. Dicho de otro modo, es laudable ser escéptico en medida en que luego se supere esa misma dimensión enigmática con tal que el sentido de toda su historia sea organizada en Una sola cosa: filosofar. De manera que la filosofía carga un carácter relativo con respecto a su tiempo, y según ello, toma posición en relación a las manifestaciones ideológicas de la misma; pero, según Hegel, es índole de la filosofía sentir ese carácter universal que lo atrapa, con tal que fije su mirada a que todo sentido pensativo, afín al modo de pensar filosófico, es uno y lo mismo; pero, más aún, saber administrarse con la consolidación escéptica, conservada por la naturaleza humana, para su superación o subsunción. De hecho, para obrar filosóficamente, uno se desapega del océano de ideas que no se han desarrollado sino implícitamente, para explicitarlas y comprenderlas.
 El segundo problema no es menos implacable que el anterior expuesto. Porque si filosofar consiste en deslumbrar esa reserva de saber con miras a establecer una relación con las posibilidades de la época (para ser-posible en el tiempo, diría Heidegger), se privilegia esta actividad: sólo aquellos que pertenecen a un nivel intelectual-académico superior serían dotados de la mejor de las formas de pensar. Sin embargo, Mientras que todos pueden crear imaginariamente su realidad, a partir de, a mi entender, posibilidad de hacer varias ficciones acerca de su vida, se originaría un elitismo intelectual que pregone las verdades de corte filosófico, y quienes los lean adopten estas y no aquellas de los denominados filósofos de la calle. Ciertamente, la razón de uno sabe de la realidad, sabe del otro (sea mundo, sea alguien, sea algún problema) que tiene que proyectar mentalmente, sino hágase el siguiente ejercicio: intenten escribir poesía sin proyectar a alguien, y verán lo difícil que resulta que no encaje un director inmaterial, referencial de nuestras proyecciones (más allá que la función-mente sea la provocadora de esa simulación). Uno practica, pues, la empatía de modo tal que se asuma creencias y actitudes ajenas, por lo cual ya se recurre a alguien distinto a uno, quizá indefinido, pero otro. Por lo tanto, la intuición filosófica no es un problema, sino un don de muchos, por la cual algunos recurren a la historia de la filosofía por una invitación del currículo de las universidades con especialidad en filosofía. Sin embargo, no se debe obviar lo pensado por sí mismo. Todos son capaces de filosofar, mientras tengan como guía, precisamente, una identidad de filósofo: esta, en efecto, se construye donde mayormente se discute, y por defecto, tal tertulia se brinda en las universidades. Pero la verdad misma nos predispone a filosofar.
Por todo ello, la experiencia que, al mismo tiempo, nuestro cerebro procesa y manipula, pese a no siempre ser lingüística (o al menos hasta un promedio de edad de 3 años), llega a ser filosófica en medida en que hay una actitud de saber, o según Heidegger, de poder aprender. La filosofía, ante ello, es inmersiva, da la sensación que la realidad es esa misma que se pone de relieve desde el pensar-por –uno-mismo, desde la intuición de una solución a un problema colectivo que concierne a la narrativa de una vida, la de uno mismo. Dicho en otros términos, y como conclusión final, la filosofía relata las vicisitudes de la realidad ajena, o lo que viene a ser lo mismo, se auto-engaña (a largo plazo, a partir de la refutación) para comunicarse con la humanidad en su totalidad sobre un problema de carácter distinto al acostumbrado, es decir, coyuntural (le concierne al presente de todos) e histórico (ha sido y seguirá siendo un problema mientras se suspenda su toma de experiencia). Así pues, habilita la realidad inmersiva (virtual), o lo que es lo mismo,  el despliegue – provisional - con lo extraño que encuentra uno a sí mismo, justamente, como otro.
De aquí mi reflexión personal: sería interesante considerar que no solo la literatura (Cfr. Artículo publicado el 21/0602012 http://pijamasurf.com/2012/06/quienes-leen-adoptan-inconscientemente-la-identidad-de-los-personajes-ficticios/ ) y la física higgsiana (véase Bosón de Higgs, tema de debate actual en el terreno científico) en sentido estricto pueden patentar ese rasgo fuera de toda conformidad intelectual, que es el reconocer un universo paralelo al cual estamos postrados. Desligarse de este mundo ya no puede ser un recurso lingüístico único(es decir, que solamente le concierna a la institución académica) que, en grandes rasgos, nos mantiene sentados en nuestras sillas esperando la trascendencia, o la explicitación de los grandes misterios de la vida, sino que suscita un paralelismo. A la par que el plano neuronal hace subsecuentemente esa trascendencia racional en la biología de uno,  a la vez ya está aplicando las vivencias a la objetividad que se busca, y así filosofa. Ese modo de filosofar aflora una serie de identificaciones de cuáles son los significados de la vida personal y colectiva. Así de simple: complejo. Luego sigue el lápiz y papel, o en nuestro tiempo, el teclado y el tipeo, el rédiger nos attitudes philosophiques. Y la crisis continúa, porque someter a todos a una evaluación filosófica causa zozobra en alguien conflictual, que tiende a decir No al Sí de otro, nada menos que la humanidad.