viernes, 25 de mayo de 2012

¡Bosteza conmigo!

En cada momento se amplía el registro de artículos científicos, sin saber exactamente cuánta información más va a aparecer en los instantes siguientes, y por todo ello, la velocidad de la ciencia se vuelve impredecible, ya que ahora mismo, podría haber uno que otro experimento importante que obliga a uno, como alguien no allegado a los laboratorios científicos, a esperar una noticia puesta en artículo y, en consecuencia, una respuesta interpretativa a esa noticia científica, de inmediato. Sin embargo, no se llegan a delimitar ideas con respecto a las grandes interrogantes cuya carga histórica es ineludible: ¿qué es ciencia? ¿dar un juicio científico significa que es verdadero en absoluto? ¿Ciencia es solo razonamientos y experimentación? De alguna manera, estas grandes cuestiones desembocan en una dimensión ética que nos remite a los términos de simpatía, empatía o contagio emocional. 
La ética ha sido fundada durante largo tiempo desde la evaluación racional; los principios se generaban a partir que lo verosímilmente bueno para el individuo y el colectivo era la vida conforme a la razón. Aristóteles afirma, pues, que es la vida contemplativa, de quien hace de la deliberación lógica su forma filosófica, o mejor dicho, su forma liberadora de vivir a expensas de la conformidad cotidiana por vivir sin conocimientos filosóficos. De este modo, el alcance que se tuvo con referido a la reflexión sobre el carácter humano no cesó su búsqueda de mayor conocimiento en este campo, pero no se separó de un ideal de razón como fabricadora de escenarios moralmente apreciables.
Ahora bien, el progreso en las ciencias generó en varios momentos de la historia occidental, al hogar explicativo que se promovía con el lenguaje poético. Dicho en otros términos, la explicación científica se ha visto en varios pasajes de la historia del pensamiento situada en rivalidad con las artes, y esta lucha, a nuestro parecer, no tiene por qué ser indefinida; puede tener su final siempre y cuando se manejen los conceptos de ciencia y arte de forma implacable. El siglo XX no fue la excepción, y cada contrincante, el artista o el científico, querían su gran premio: darle sentido a la realidad. Las ciencias humanas reflexionaron sobre si el reduccionismo de una a otra era necesario, y si lo era, cuál era la articulación más correcta de toda vertiente que germinaba como aquella que merecía más ser la prevaleciente explicación de la realidad. Y así que los lenguajes sofisticados desenvolvieron todo un armazón difícil de distinguir, ante la abundancia de información. Aunque tengo una frase para eso: hay que verlo desde su simplicidad compleja. El universo epistémico nos tiene mucho que aportar, y poco por aclarar, quizá, pero dentro de nuestras prioridades, cada uno se avocará a lo que llamará verdadero.
En este texto, me remito al bostezo. Ese mismo acto intencional de abrir la boca y estrechar el rostro para inspirar aire y, de pronto, someter al mismo acto a quien sea que esté cercano a uno, en la medida de lo posible. Ciertamente, no todos quedarán atrapados por el bostezo, pero la experiencia misma nos lleva a pensar que el sentido común no se equivoca: es contagioso. Aunque como la historia del pensamiento, detenerse en un punto en el que germina un conflicto siempre es necesario. En este caso, interpreto que hay una discusión sobre si el bostezo de uno, como catalizador de bostezos en los demás, es contagioso o imagen de lo que llamamos empatía. De alguna forma, no se contraponen estos conceptos, solamente que uno alude a un área más negativa que la otra: si fuese un contagio, tendríamos en cuenta que el bostezo es un virus que nos detiene a pensar la miseria humana de no poseer autocontrol ante aquel. Esto, empero, es resoluble, mientras veamos el bostezo como símbolo de la empatía.
Así pues, el bostezo provoca decir mucha propiedades de ella que, en realidad, no reflejan exactamente lo que es. Las investigaciones sobre ella nos han traído a la mano que cuando bostezan algunos animales como los pájaros, lo hacen con la finalidad de mantener un calor interno. Sin embargo, en humanos, esta razón es poco frecuente. Al mismo tiempo, en la historia evolutiva se ha descubierto que el homo sapiens ha respondido con el bostezo para mantener en estado de alerta y vigilancia a todo el grupo ante un inminente peligro. En efecto, este comportamiento es similar al de algunas manadas de animales, como la de antílopes, que utilizan esta respuesta para mantener la atención de lo que sucede en esa situación. Añadimos, así, que no hay un reflejo del aburrimiento y de la desidia que uno pueda sentir cuando bosteza; en su mayoría de veces, este motivo llega a ser más cultural que una determinación biológica.
Desde otra mirada, el bostezar rebasa toda pretensión de reducirla a comportamiento egoísta. Un fenomenólogo como Max Scheler sugiere que debe haber una valoración a uno mismo, y entre líneas, egoísta, pero que en todo caso llegue a ser compadeciente de los actos intencionales de los otros, y así lograr la simpatía con ellos. Grosso modo, la simpatía es entendida por este autor como una reflexión afectiva de lo que padece el otro, pero sin autonegar la vivencia propia, sino que aquella estriba en el compadecer uno con el otro. Así entonces, la simpatía no solo es imaginar lo que puede estar sintiendo el otro, sino ser capaz de articular ello con la comprensión y reconocimiento de lo que verdaderamente está padeciendo, es decir, dotarse de empatía. La simpatía, al devenir empatía, significa no solamente sentir la posición emocional del otro, sino que ahora hay un acto, evidentemente, explícito de cómo se responde motoramente ante lo que padece el otro en el instante. Scheler coloca el ejemplo del perro: simpatizar a secas aludiría a que nosotros ladremos como el perro, pero en realidad se trata de simpatizar y/o empatizar (hay toda una discusión sobre la identidad/diferencia de este par de términos, que no se tratará aquí) con aquel que es calificado de persona, de alguien que puede comprender – emociones provocados de las cosas reales - y comprenderse. El bostezar no se enajena de este proceso; es expresión, como decíamos anteriormente, de esta trabazón percepción-simpatía-empatía-bostezo. Cuando uno bosteza, no se separa de los demás, sino más bien los acerca.
En resumen, los bostezos desembocan actitudes mediadas por la mente social que cada humano posee dentro de sí. No podemos afirmar absolutamente, empero, dentro de este ámbito aún teórico y, en consecuencia falible, que bostezar solo depende del bostezo de otro. Esto porque uno puede bostezar sin motivo alguno perceptible, y de repente, otro puede hacer lo mismo, sin la necesidad de que haya sido voluntario. Aunque que exista este bostezo, que es contagioso (no viral), implica que hay una comunicación intersocial y por tanto, se abre el espacio para la empatía humana. Ciertamente, en chimpancés este contagio emocional producido por el bostezo también es recurrente, pero sabemos que este caracterización de la mente humana supera la atención hacia esa especie. Podemos decir, entonces, que el bostezo lucha por ser tematizado en posteriores investigaciones, porque ha sido menospreciado en muchas comunidades a lo largo de la historia humana.