miércoles, 7 de diciembre de 2011

Cohesión entre vínculo del apego con facultad moral humana: aproximación desde el pensamiento de Marc Hauser


El vínculo del apego en la evolución de la facultad moral en el ser humano sería el hecho de que desde la ontogénesis, se reconocen pruebas conclusivas sobre un diseño mental en el niño como mente dependiente de un mundo intersubjetivo. Dicho de otro modo, en este mundo intersubjetivo, el niño conciliaría las capacidades que el sistema de apego le atribuye (desde los primeros esbozos de la presencia de la responsabilidad y la empatía en el infante) que conllevan a que se identifiquen – y distingan – lo perjudicial y lo beneficioso para uno y el otro. Para este ensayo, me apoyaré en la concepción de Marc Hauser sobre cómo se concibe – o debería concebir – el comportamiento moral en los humanos, considerando él un órgano moral en cada niño para explicar su desenvolvimiento desde sus orígenes. Por eso, se asemeja a quienes proponen que el proyecto evolutivo darwiniano se enraiza con la ética y llega a establecer consideraciones sobre una vida correctamente apreciable. De manera que, primero, desarrollaré la idea de Hauser desde los modelos de criaturas morales que propone: kantiana, humeana y, sobre todo, la rawlsiana. Para ello, además, expondré la analogía que Hauser utiliza con la teoría innatista de Chomsky para revalidar la suya propia. (Quintanilla, 2011: 15) Dentro de ello, relacionaré los principios de la teoría de Bolwby sobre el apego con la, dice Hauser, gramática moral universal en el infante.
Con cooperación, el hombre ha intentado hacer un mundo lleno de características intersubjetivas y por tanto, normas valiosas para la moralidad humana. ¿Qué es hacer el bien y el mal? La respuesta más conocida es que hacer el bien no es nada más que actuar conforme a la ausencia del mal o perjuicio hacia el otro y/o hacia uno mismo. Si consideramos esta respuesta propia de un ser conciente, habríamos que agregar que otras especies tienen conciencia de la dicotomía bien-mal. Como por ejemplo, los animales reunidos en rebaños o bandadas se protegen de los cazadores a partir de un servicio mutuo; esto es, advertirse entre ellos el peligro que se aproxima y amenaza, ya sea a alguno, ya sea todos. (Darwin, 2003: 124) Sin embargo, el sentido moral del humano acuñe una reflexión, no siempre integral, sobre cuáles son los juicios objetivos sobre lo bueno y lo malo. Y acá toco el tema de la integración dado que algunos pensamientos clásicos han omitido tratar, para el discernimiento de la bondad humana,  las emociones, al compartirlas con los animales, a los cuales tildaron solo de irracionales. Otros modelos, empero, han sabido cómo colorear el contenido de un juicio moral con las emociones.
En primer lugar, me refiero a la criatura kantiana de la cual Hauser hace un breve análisis. En efecto, esta, en apariencia, es la más alejada al objeto de estudio de la ontogénesis, el infante. Pero quizá no sea así, porque el niño simplemente no puede tener solo emociones: voluntaria o involuntariamente, hay situaciones que obligan a sentir una respuesta emocional y a ser razonadas. El sentimiento de arrepentimiento o el de culpa a partir de una transgresión social son el panorama de esta idea, pues a partir de ellos, se reconoce qué causa dolor interno, ante la infracción de la norma y, por tanto, el instantáneo malestar en la mente de uno por lo ocurrido. Algunos podrían considerar a estos como instintos que se estimulan por la experiencia, como Darwin, y mucho depende el grado de fuerza de cada cultura con cada uno de aquellos. (2003: 136) Lo que la criatura kantiana problematiza, no obstante, son las características de esas acciones que generan un despertar emocional en el sujeto: el cálculo de las consecuencias (ya no querer sentir tal sentimiento de culpa, por ejemplo) no impide el impulso para seguir realizándolas. Si consideramos a esas situaciones como moralmente malas, son por dos cosas: porque empujan a que nuestro fuero interno sufra, y porque está en la norma. Esta última razón es clave para el kantiano, puesto que va a impedir hacer, de ahí en adelante, un cálculo utilitarista, sino deontológico, para considerar lo normativo como incondicional, sea cual sea el marco de referencia. (Hauser, 2008: 41)
Para Hauser, la psicología cognitiva se encarga de asumir a este sujeto kantiano dentro del desarrollo infantil. Para continuar con ello, recordemos que el niño, desde la perspectiva de la teoría del apego, no solo desarrollo un vínculo filial intenso con la figura de apego (habitualmente la madre) sino también procesos cognitivos que encaminan a que su cerebro cuantifique sus conexiones sinápticas, lo que influye cuando se procede a evaluar la historia de apego en una persona: la capacidad de tener una conducta abierta, memoria autobiográfica y flexibilidad narrativa. Estas, además que conllevan a clasificar qué tipo de apego ha recibido, demuestran los efectos de este sistema en las acciones intelectivas futuras de esa persona. (Siegel, 1999: 117) En ese sentido, psicólogos como Piaget o Kohlsberg señalaron que la voz de la autoridad es claramente la manera de acceso a saber qué es lo bueno y lo malo en niños, y por ende, la importancia de lo que comunican sus padres a sus hijos para el desarrollo moral de los últimos. (Hauser, 2008: 42) El problema radica cuando coinciden experiencia y las etiquetas de “bueno” y “malo”, ya que nada perceptible nos ayuda a definir términos abstractos, nada perceptibles. De esa manera, no se puede ni llegar a pensar en normas universales que, según Kohlsberg, sería la última fase que los niños capten e internalicen. (2008: 45)
El segundo paso que da Hauser es describir a la criatura que sigue la vía de la pasión, la humeana. David Hume, en efecto, sería primordial para el estudio de Darwin sobre el sentido moral en las especies más evolucionadas, al tomar este en cuenta a la simpatía como motor de la moral (Quintanilla, 2011: 17) La teoría humeana se basa sobre la lógica de la interacción a tres bandas: el agente influye en el receptor e, indirectamente, impulsan ambos a identificar lo apreciable y despreciable al espectador. El espectador simpatiza con la acción del agente cuando tiene una buena sensación, y así emite un juicio de aprobación moral. Desde ahí, muchos suponen que el desarrollo moral se expresa mediante una combinación de motivos egoístas y altruistas en el niño junto a sus capacidades imitativas, puesto que, desde un inicio, se fomenta la simpatía hacia figuras (de apego, como la parental) o sucesos que “desencadenan directamente nuestras emociones, impulsándonos al acercamiento o alejamiento, a tener sentimientos de culpa o vergüenza, odio o tristeza.” (Hauser, 2008: 52) No se puede considerar que el infante asigne mecánicamente acciones, indecorosas según la opinión de Hume: “Cuando afirmas que una acción o un carácter son viciosos, no quieres decir sino que, por la constitución de tu naturaleza, tienes una sensación o un sentimiento de rechazo al contemplarlo”. (2008: 53) Precisamente la crítica recurre a este punto en la criatura humeana: al juicio moral basado solo en el plano emocional le hace falta una justificación que quizá el infante o la persona no pueda realizar. Así, desde el punto de vista de un kantiano, no se lograría la imparcialidad, ya que la posición a la que las emociones llega es de goce y dolor, con lo cual se presta a la confusión y no canalizan la ética hacia una universalidad sobre lo prohibido y permitido..
Es por eso que Hauser considera como la teoría de Rawls sobre el comportamiento moral el más depurado entre los tres. A partir de una analogía con el pensamiento de Chomsky,  describe los juicios morales determinados por reglas operativas o inconscientes, tal como la facultad lingüística es en la mente humana. La criatura rawlsiana, entonces, lo que hace es emitir juicios sobre la base de acciones que estimulen respuestas inmediatas, que precisamente serían los juicios de eticidad que conllevan al individuo a que, inconscientemente, convierta sus acciones en lícitas u obligatorias para la moralidad de su cultura. Estos juicios instancian la existencia de una gramática moral universal (en tanto natural en el humano) que, de acuerdo a la cultura donde yazca el infante, se especifican los parámetros del conjunto. (2008: 72) De alguna manera, las criaturas rawlsianas articulan la contemplación de las causas de la acción (sin llegar a considerar todas ellas puramente prescriptivas, sino estándares) con las consecuencias de ella para reaccionar ante una acción. Al percibir esta, pone en marcha el análisis que produce el juicio moral, donde los malestares o beneficios emocionales le sucederían, no se antepondrían, como en los dos modelos anteriores.
Así, la facultad moral consiste en el conjunto de principios que sirven de guía a nuestras sentencias morales, pero quizá en la práctica, estrictamente no determinen nuestra manera de actuar. La variación cultural en la criatura rawlsiana, es la principal razón de ello, pues da lugar a un sistema moral específico, que sin embargo, conserva los mismos principios llamados universales. Las experiencias tempranas, a través del apego, afectan directamente sobre el desarrollo cerebral, de lo que deriva “la delicada interacción entre la naturaleza y la educación”. (Siegel, 1999: 134) En ese contexto, el infante confiere expectativas a las situaciones, y se sirve de guía de los principios innatos para su razonamiento. Lo que intentará hacer es, pues,  predecir, inconscientemente, las acciones razonadas de alguien o algo a partir de que luego le generen una emoción positiva (como vemos, la emoción le sucede al juicio), mientras que las irracionales, una negativa, a saber, la aversión hacia tal. Esto se caracteriza más aún con la figura del apego, que en tanto responda a las expectativas del niño, va a promover la sintonización emocional con el niño, pero si en lugar de eso, lo daña, le infunde unas pautas para medir sus acciones en sus comportamientos con aquella. Dentro de los cinco principios de acción que Hauser propone, tres son, a mi parecer, convincentes. Uno habla sobre que si un objeto se mueve en una dirección determinada hacia otro o hacia un lugar, ese punto es la motivación o la meta del primero. Así, percibimos agentes con metas, los suponemos racionales (no a todos) aunque no las alcancen. (2008: 212-213) El cuarto y el quinto principio establecen la idea que la autopropulsión de un objeto se ve mediatizada por las imposiciones del otro y del entorno, lo cual significa dos cosas: que su influencia en lo distinto a él es expresión de su socio-dependencia (el cuarto) y que tiene la capacidad de perjudicar o beneficiarlo[s] (el quinto). (2008: 215-217) Se suscita la atención compartida en el infante, es decir, la posibilidad de compartir conocimiento como el cuidador lo hace con él. Es imprescindible, por todo ello, el colorido emocional en las interacciones, ya que permite la base estructural de cada acción (causas y consecuencias) que, cuando se encuentre en el período verbal, va a poder explicitarla el bebe.
En suma, tenemos que el plan de abordaje del sistema de apego inicia desde la vida intrauterina del infante, y reordena los estados mentales de la persona durante todo su ciclo vital, pero específicamente, la infancia. Sin embargo, este sistema no es puramente biológico, en tanto que la condición es el intercambio experiencial con el cuidador que lo expone a una base en toda su historia. En tal, entra en práctica la facultad moral que, según Hauser, tiene cada uno innatamente y que alcanzamos desde una edad precoz, pero que a partir de los acontecimientos que se nos presentan, se toleran ciertas conductas en uno mismo y otras se rechazan. Lo que devendrá después es la recombinación de acciones, sus causas y sus consecuencias para saber cómo darle una valoración moral a la revisión humana. La refutación a esta teoría comienza desde ahí, y Hauser lo reconoce: a diferencia de los progresos de la lingüística, en cuestiones morales, no hay consenso sobre cuándo un estado es cognoscitivamente maduro. (2008: 78)  Esto, empero, no detiene a que sigamos pensando en la fuerza de la autoconciencia en humanos.
Bibliografía consultada
Darwin, Charles
2003                 El Origen del hombre. Bogotá: Panamericana.
Hauser, Marc
2008              La Mente moral. Cómo la naturaleza ha desarrollado nuestro sentido del bien y del mal. Barcelona: Paidós.
Quintanilla, Pablo
-2011                La Evolución de la mente y el comportamiento moral
-2011                Evolución, selección natural y atribución psicológica
Siegel, Daniel
1999            La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para moldear nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Lo sido o hecho en verso

Te siento pensando
meditabunda y perspicazmente.
Los rasgueos, inyeccionan en mí,
tengo pereza de sentir, sólo siento
pensamientos tuyos.

Te siento pensada
acuño realidad a mi temor más empalagoso,
¿quíénes son aquellos, que derivan en mí
el sentimiento de arrepentimiento?
Ese que confiere verdad a lo que exprimo,
La expresión de la sensación de tu pensación.

Te siento sentida,,
¡Oh ! cálido corpus del caballero,
músico que, por fortuna, no cesa en consonar
podereoso consonante que atrae al universal,
articulado, así, a la practicidad del sexuar,
matriculado con el follaje de la bella cantora,
te siento y me paro a observar..

Me siento sensorio,
numerosos principios leo en el periódico,
se aproxima mi visita al nosocomio,
sobre una calidad de vida indiscutiblemente bella.
¿Qué es la mentira, sino la invitación a leer?
no tolero las emociones frágiles,
me siento sensacional.

Son pocos cuya inteligencia repite los versos
los veros versan superando la tontería de siempre:
quien lee, no recita.
me guardo tus afecciones, yo veo solo palabras y besos ajenos.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Sobre la muerte del nombrado

«El Sr. Marlon ha muerto». De modo instantáneo, esta frase me puede complicar la guarida intelectual en que he estado viviendo (sobre todo porque mi nombre es Marlon, y, por ello,  conozco al Marlon – o lo simulo – de la proposición). Pero, ¿”Marlon”, “señor Marlon”, ha muerto? ¿Qué es lo que sucede en esta oración? Se está explicitando que el Sr. Marlon ya no existe según el saber acerca del mundo (presuponiendo, claro está, que lo que se dice no es engaño), o mejor dicho, el portador del significante “Marlon” ha dejado esta realidad. Sin embargo, decir que el significado de Marlon ha muerto es impensable, y no sólo porque aún utilizamos de forma aislada a “Marlon” para este tipo de estudios, sino que, a través de los usos lingüísticos ulteriores, el Sr. Marlon existe como concepto mental. Piénsese la inexistencia del significado de Marlon: ¿cómo sería posible, entonces, decir «Marlon ha muerto», si es que ahí mismo se presupone lo que denota «Marlon»?
Los nombres devienen de la asignación de un conjunto de fonemas articulados para designar a un objeto o particular. Esto es posible si el mismo objeto tiene un sentido en la realidad, el cual se lo ‘gana’ mediante el empleo de su significante. Es decir, se correlacionan su significado y su significante para adquirir sentido una palabra, como se dibuja en el huevo acerca del signo lingüístico de De Saussure. Por ejemplo, concibamos la palabra “Dios”. Sería engañarnos si sólo pensamos en Dios con un significado único o con un referente objetual convencionalmente determinado, adquirido dentro del mundo empírico. En todo caso, no sólo dentro de las experiencias objetivas, sino además, en el plano subjetivo, en potencia, tuvo que ver con su emergencia. Si es así, pues, este ensayo tiene la intención de mirar a las palabras con un significado traslúcido y que se desenvuelve según los contextos proposicionales (como en el borde de una que tenga el concepto de Dios en cuenta), que se remiten, entonces, a su empleo. Para ello, se señalarán algunas lecciones de un lingüista (Derek Bickerton) y un filósofo (Ludwig Wittgenstein), de lo que deriva el apoyo para sustentar que los significados no mueren, sólo parcialmente, al encontrarse en desuso.
Siguiendo con el ejemplo de Dios, diremos primero que es poco probable que haya sido de los primeros nombre aparicientes en el razonamiento del homo sapiens. Aún así, esta creencia es debatible y no voy a defender posición alguna: lo que sí afirmaré es que los significantes primeros se desarrollaron funcionalmente (En beneficio para los intereses tribales) y, sobre todo, proto-linguísticamente. Según Bickerton, si fijamos el análisis a la dimensión no-verbal del homo sapiens (desde cuando se desarrollaban en la infancia) desde hace varias épocas, notamos que existió la intención de comunicar o justificar acciones de manera lingüística. La ausencia de una techné del lenguaje fue la causa determinante para caracterizar a los objetos del mundo (cosas, acciones, creencias, pensamientos) desde un código aún limitado. Las familias, al juntarse, no pensaron en una complejización de sus proto-lenguas, con lo cual se fueron formando, en primera instancia, lenguas criollas que tenían a la simbolización como baluarte de la evolución, hasta ese tramo, del lenguaje. Pero las frases, desde la ontogénesis, aún se mostraban con una o dos palabras: oso-grande, fuego-calor, entre otras parejas. Se carecía, por tanto, de un nivel sintáctico por el cual las emisiones de juicios suscitarían mayor dificultad en la comprensión. Es así que, a la larga, se fue ‘alimentando’ la mente humana (socialmente) de una complejidad de categorizaciones a las denominadas palabras; no obstante, cada categoría no tenía el mismo orden epistémico, es decir, orden de acceso a su conocimiento en la realidad desde la psicología humana.
Dios, evidentemente, es un término que presupone un significado que aborda muchos referentes, sean sobre todo por sus efectos (milagros, sentimientos, y aquellos terrenos que, por una mayoría religiosa, son considerados sobre-humanos). Pero la adquisición de aquel se sostiene sólo a partir de un procesamiento: la categoría Dios necesitó de otras para poder entenderse como tal. Analogando este punto con Bickerton, él sugeriría que la categoría ‘paranoia’ instancia procesos cognitivos vastos. La capacidad nuestra de categorizarla denota un desarrollo cognitivo de representación de la realidad que, dice el lingüista, son tres formas: de la superficie fenoménica a la percepción de nuestra parte, de la percepción sensorial a la clasificación (a tipo) y de la clasificación al lenguaje. Decir que ‘un hombre es paranoico’ o que ‘Dios es creador del mundo’ nos remite a un alcance de una autonomía de los conceptos y las palabras (segundo y tercer nivel) en la que existen fenómenos correlativos para su uso lingüístico, sin que sean estos los mismos referentes del significado. Se me puede objetar, empero, que en este pasaje estoy utilizando a Dios como lo entiende el panteísmo, es decir, como un concepto que se halla en todas las cosas, sobre todo, las sobrenaturales. Pero lo hago en virtud de la justificación que le sigue: las respuestas del hombre al asignar palabras de tal magnitud (“Dios”) no sólo son útiles sino que muestran su imagen especular de la realidad. El lenguaje, en efecto, tiene diacrónicamente esa condición: sus elementos a nivel semántico son hipótesis de la realidad que, eventualmente, se absolutizan – o relativizan – según la comunidad lingüística.
Una objeción puede pervertir esta idea, que proviene del lado de la pragmática, a saber, desde el segundo Ludwig Wittgenstein. Si tomamos al portador del nombre como alguien quien muere, decimos, por ejemplo, «Dios ha muerto», como el proverbio nietzscheano. Este supondría que la definición que uno pueda dar ahora es vacía, al haber perecido el sujeto (ya muerto). No obstante, se malentiende la cuestión, ya que es el concepto - según el análisis pragmático -, del cual se está comunicando o predicando algo (que ha muerto), el que explica o anuncia que sigue vigente por más que Dios verdaderamente haya muerto. Dicho en otras palabras, el empleo de “Dios” no ha muerto, sólo a lo que refiere como ser nombrado de lo real. Aunque encuentro todo esto – autorrefutándome – una complementación más que una objeción a los párrafos anteriores. Si aprender el lenguaje se adquiere en interacción para la pragmática, son necesarias, además, habilidades cognitivas que el hombre posee como especie (tales como la facultad de conceptualización sobre los objetos del mundo, o también la creatividad – recursividad para iterar frases con un mismo sentido, entre otras). El criterio para aprender se hace posible en la práctica o en la expresión de la lógica de las palabras, para darles relación e identidad con la realidad, o mejor dicho, con su simulación según el sujeto humano.
En suma, el desuso de una palabra no se vincula con la extinción de la posibilidad de utilizarla: pueden existir hablantes que no usen X ya que en su código lingüístico no se ha aprendido, y también, porque no se han referido a él, al no serles imprescindible en la comunicación social. Es como algunas tribus que no han necesitado del término metafísica, porque probablemente, en la práctica, el concepto se ha especializado en otros significantes que, en conjunto, podrían generar “metafísica” en su lengua particular. Pensamos (o deberíamos pensar), por tanto, de manera integral, sobre el sentido de cada oración. El Sr. Marlon ha muerto es distinto a que el Sr. “Marlon” ha muerto; pueden significar algo distinto que sólo la muerte del señor Marlon: cada palabra es un acceso a la profundidad (nostalgia de absoluto, concluirían algunos bloggers). Es oportuno, entonces, sostenernos en la dimensión ética a todo esto. Cada vez que se habla de muerte, el tema despierta tabúes de la sociedad (aunque también esta reflexión se somete al relativismo cultural) y los hablantes tienen cuidado, o callan, ante sus efectos. Si es sólo ese algo el que ha muerto, a ese alguien que se le puso ese nombre, ¿ha muerto el lenguaje acaso? Las combinaciones de palabras pueden generar en el peor de los casos, supersticiones filosóficas sobre la muerte de un ser (querido), pero no podemos anular la palabra si los contextos oracionales varían. Que no se me permita decir que el Sr. Marlon está muerto se atiene a que han malinterpretado mi intención, que se vuelca en un aspecto negativo según la sociedad. Pero esa es ya otra historia (cuasi-personal, o mejor dicho, de diálogo conmigo mismo como significado del nombre Marlon).

domingo, 16 de octubre de 2011

Consideraciones existenciales

Hablaré de cuán feliz soy como yo-existente, y a partir de cómo me describo, me voy convirtiendo, otra vez, en infeliz. Pensar en una conciencia y/o sapiencia sobre el grado de felicidad que hay en mí , escuetamente me orienta a la infelicidad, al dudar sobre mis principios sincrónicamente cambiantes, pero de los cuales no me daba cuenta de tales. Un missisipi. Eso es, el cambio y el tiempo, para los cuales está el espacio, tenaz y pertinente en el habla de mi voz interior. Las facultades desarrollaron, inconcientemente mi felicidad. Reproduce la sensación de paz, música online. No veo por qué - o cómo - voy a tener que identificar esta descarga emocional con mi aspecto conciente, si es que ello desvanece el acuerdo con mis condiciones más exaltadas hasta ahora. De repente, añorar una cama lisa en la que reposa mi esencia se cubre con una colcha incolora, a la que denominaré la Nada. No hay significancia que aturda, o conmueva, la denominación NADA, ya que si fuera así, la determinabilidad de Nada la haría significativo. Consideremos reflexiones de modo análogo. Yo soy Nada mientras que cubra lo esencial en mí, y la Nada tiene contenido que, una vez pensado y expresado, vislumbro ese algo (lo esencial descubierto). Sucede que este mueble aún carece de una persona, la personalidad que se moviliza en una y otra cama, aconstándose con no solo una esencia, sino con una gran mayoría, junto a sueños incluidos de estas otras. Es así que, en reflexión, mi felicidad se coloca en duda o en vacío, mientras que al movilizarme, solo actúo y contemplo (orden invertido acción-contemplación). Lo que deriva mi vida, el actuar en presencia del juicio inmediato, acostarme en la cama de alguien para emitir mi propio juicio, y luego ser una nada emocional. Nada que ver contigo.

viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Pero qué es un MacGuffin desde el mundo de Homero?



La pregunta resuena los terrenos del cine, en tanto que el británico Alfred Hitchcock, durante la fase del cine clásico en EE.UU. nos trajo esta palabra (no estoy seguro de donde la extrajo). Lo interesante es que sincrónicamente discernimos sobre su significado. Aunque esta aparenta ser clara: un Macguffin es un elemento inesencial de la trama, al no repercutir fortísimamente en ella, sino que, al ser mostrado al inicio o medio, da la sensación que es determinante y sugiere que la historia gira en torno a ello. El Sr. Hitchcock sabía el valor de este elemento de suspense, así que no tenía por qué tener que explicarles a todos sobre él: si uno no lo entendía, allá él. Recordemos solo un caso: por estar incluido en el guión el llamado MacGuffin, le rechazaron Notorious una compañía, y perdió lo que iba a ser luego una película comercialmente exitosa.
Ahora, el arribo a las pantallas del Macguffin es evidente. Pero su influencia, o una de ellas, donde más ha calado son en los dibujos animados. En los Simpsons, existe este momento o evento que capta la atención de los personajes, pero de la audiencia no. Sin embargo, de esto  pueden proponerse dos razones. Una sería que el público no atenta con la aparición de ese elemento por experiencia de los capítulos de esta serie. Con la que nos topamos es con la segunda: esa cosa que emerge solo tiene un pequeño impacto, ya sea por la extensión de los capítulos (son 15 minutos cada uno, donde solo 3 como máximo se utilizan para la presentación del MacGuffin), o porque la historia de uno de los personajes va atrayendo la atención de los televidentes. Es así que este término ha logrado trascender de las películas sobre espías a caricaturas que han desatado la llamada comedia random (el humor es hacia lo absurdo en tanto que completamente inesperado)en la televisión, pero con mucha más fuerza, en las páginas de Internet.

Veamos un ejemplo (video de arriba), antes animándolos a ver más capítulos de esta maravillosa serie desde su estructura, pues hay mucha riqueza de por medio.

(el Macguffin es la charla anti-incendio, me parece)

sábado, 17 de septiembre de 2011

“La bola se ve, no se piensa”

¿Desde qué ángulo quisieran ver un Nadal-Djokovic? Pues a mí me produce placer el poder verlo desde la televisión de mi cuarto, pero con la conciencia de que desde todo posible uno puede sentirse complacido ante el buen tenis que ve. Este día lunes, la potencia y legendaria tendencia de “tenista del año” se internalizó en el balcánico Djokovic, al demostrar que 3 de los grand-slams (o torneos mayores) que ha ganado el 2011 no son mera casualidad. En efecto, con parciales de 6-2, 6-4, 6-7 y 6-1, triunfó ante el español y se alzó con el trofeo del US Open.

No obstante, el motivo de esta redacción recobra una dosis de simpatía por el español, en medida que, en un pasaje del partido, dio una enunciación que, a mi parecer, tiene sumada una reflexión filosófica. Dicho esto, les dejo primero la cita exacta extraída del periódico El Correo de España, en la cual resaltan la impotencia de Nadal ante la situación:

Todo comenzó cuando el juez dio por mala una bola después de que el serbio le advirtiera de que ésta había caído fuera. En ese momento, Nadal estalló con un "¿tú, cuándo cantas los out, cuando los canta él o cuando los ves tú? No lo entiendo". "La bola se ve, no se piensa", finalizó Nadal en su último reproche ahogado por los silbidos y las protestas de un público muy poco tolerante con las airadas protestas de los tenistas al contrario de lo que sucede con otros deportes. En todo caso, la anécdota, que no pasó a mayores, refleja el estado de tensión y ansiedad del tenista mallorquín que es incapaz de contrarrestar a un Djokovic inexpugnable.

Rafael Nadal pierde por sexta vez contra el serbio este año. El homo sapiens que tiene enfrente le produce una sensación de respeto y reto, pero no lo puede traducir en victorias, con lo cual la desesperación le resulta una muerte inmediata en el desarrollo del partido. Y es que el esfuerzo de uno no  significa que el otro baje su rendimiento, sino que desde tu nueva posición, ves cómo un triunfo ante el otro es un asequible. Ludwig Wittgenstein, filósofo austríaco, desarrolló esta idea sobre las perspectivas de uno y otro de manera minuciosa, y evidentemente, el deportista tiene mucho menos tiempo para hacerlo, así que su mentalización de ello viene de antemano. Pero vayamos despacio.

Wittgenstein asegura que nuestras conclusiones sobre que las culturas con diferentes creencias a las nuestras están equivocadas son también una equivocación, dado el camino que han tomado. Estamos juzgándolas desde nuestra racionalidad, y esta es negatividad en tanto que no va a ser la misma, ni mejor, a la de otra cultura. Así, en el tenis, podemos encontrar en distintas fases del partido cómo los puntos de quiebre (acá no me refiero a los break points, sino a los momentos en que se muestra un cambio actitudinal en el tenista) motivan o desaniman de diversos modos en cada tenista. Esto nos hace pensar en la interioridad en cada uno, y definitivamente, Djokovic tiene un orden cuasi natural de disponerse al ataque que en Nadal. Dicho en otros términos, Djokovic sabe cuándo generar golpes ganadores y Nadal los suyos, más allá de que en esta disciplina se dependa en demasía de una técnica ideal para marcar los tiempos del match.

Sin embargo, la decisión de emitir juicios, si no se identifican con lo claro y lo evidente, oscilan entre la confusión y la autoridad. Sobre lo confuso, esto se fundamenta en que llegan a existir verdades relativas que se consumen a sí mismas, en el sentido que lo mismo que estoy escribiendo ahora mismo puede considerarse careciente de verdad. Como por ejemplo, el supuesto out de la bola que tiró Djokovic, de un instante, solo podría haberlo visto él mismo y la juez de línea (por la cercanía de ambos), pero desde la perspectiva de otro, evidentemente no se podría reconocer como si la pelota estuviera fuera. Así, la admisión de más verdades encamina esta confusión a una decisión de la autoridad, en este caso, el juez de silla del partido. Aunque este no es una singularidad propia que impone como él supone (sino habría muchos que se quejen de ello, incluido yo), es hacia la crítica de Nadal apuntó. Pues claro, él es quien debe distinguir entre lo verdadero y lo falso, o mejor dicho, quien identifica si la bola está dentro o fuera. Y además, aunque muy seguro de esto no estoy, tengo certeza de que el juez, ante este tipo de dudas, debe seguir lo que menciona o cree el jugador que se encuentra en ese lado de la cancha, por una cuestión de confianza y respeto. Punto para Djokovic, en efecto.

Por todo ello, uno podría desestimar las ganas de Nadal de reclamarle al de blanco. La frase que más me intriga (a expensas de una predilección hacia Djokovic por mi parte) en el español,  la citada “la bola se ve, no se piensa” esclarece, por fortuna, su reacción. Esta ha colmado un poco mis pensamientos hacia lo que le originó decirlo. Según parece, Nadal se apoya en la premisa siguiente: el juez ha inducido que, a partir de que Djokovic se ha mostrado reacio en su decisión de levantar el dedo índice (para indicar que la bola estaba fuera), y dadas las situaciones similares que habrá visto en su trayectoria como juez de tenis, ha llegado a la conclusión probable de que sí era fuera. Pero, diría Nadal, la inducción es solo probabilística, no tendría por qué deducir una claridad o verdad en la decisión eventual. Esto conlleva a pensar en la diferenciación que pudo hacer René Descartes siglos atrás. Este filósofo señala la deducción como capaz de llevar a una “consecuencia necesaria a partir de otras cosas conocidas con certeza”. La causalidad que el juez está realizando (Djokovic la marca fuera, entonces es fuera) no es deducida  por lo dicho anteriormente: hay confusión y no acceso al conocimiento. Nadal tendría toda razón para reclamar.

Es cierto que este evento se presta para una inclinación más tecnológica. La llegada a las reglas del tenis del denominado challenge (fijar en pantalla digital grande la trayectoria de la bola para ver si estaba fuera o no ella) acontece una facilidad en las decisiones, pero tengamos en cuenta que Nadal no dice esta serie de frases, ni a la máquina, ni antes que ella dé su veredicto: él se lo dice al juez, susceptible al error, y antes de la operación de lo tecnológico. Por otro lado, no puedo admitir en palabras cuán bien me siento ante esta frase nadaliana, ya que me obliga a retornar de nuevo a Wittgenstein, en medida que este señala que, mejor que una explicación, sería una descripción de las cosas (parafraseo mío, por tanto, discutible si él lo dijo con esas palabras). Así, lanza a su contexto intelectual la famosísima frase ¡NO PIENSES, SOLO MIRA! Pues es ahí a donde apunta Nadal, y sumado a toda la adrenalina que ha secretado su plano físico, el juez es víctima de una buena reflexión por parte del tenista. Sea posible o no que en algún partido siguiente veamos otra vez un Nadal tan analítico, es importante resaltar que, al menos como punto de partida, la bola se ve, no se piensa.