jueves, 24 de julio de 2014

¿Medicina originaria o medicina occidental?

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Hace menos de una semana, participé en un Foro Nacional de Estudiantes en la ciudad de Arequipa, cuyo enfoque temático giró en torno al reconocimiento positivo de la diversidad cultural en el entorno universitario. Con la participación de varias delegaciones, incluyendo a estudiantes extranjeros, me enriquecí con los temas determinados que fueron expuestos, las experiencias que fueron contadas, y las vivencias que fuimos adquiriendo en conjunto todos los presentes. Entre esos temas puestas en la mesa, me quedé impresionado por una de las mesas de reflexión y exposición, el cual consistía en que se trataban tres temas específicos de saberes tradicionales, sistemas culturales en torno a la medicina educación y el desarrollo sostenible, los cuales fueron invisibilizados históricamente dada la hegemonía de un tipo de sistema promovido por la cultura occidental. Entonces, me incliné por atender la mesa en donde la Medicina tradicional se puso en discusión, y entre las ideas que relucieron, la expositora de la delegación de la UNSCH (Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga de Ayacucho) – la compañera Mariluz Ucharima – nos informó a los presentes de varios puntos. Resumiré algunos con los que me quedó, y luego discutiré la aparente reducción que debería haber entre un sistema médico de corte científico occidental, y un sistema médico más naturista y más local.
La medicina originaria tiene una historia que data de largos años en nuestra nación, desde los tiempos precolombinos que la curación a partir de hierbas se practicó. Entre las instancias que han perdurado hasta la fecha, Mariluz menciona que el hampi es el eje principal de los diagnósticos de este sistema médico. En otras palabras, el hampi viene a ser el conocedor principal de las recetas que cada paciente debe tomar para tratar de ponerse mejor; es, pues, el curandero de la zona donde reside. Hay un sumo respeto a esta figura, puesto que se encarga de que haya una cuidadosa armonía entre los elementos naturales del entorno de la persona y esa misma persona quien ha recurrido a él para curarse. Como las recetas que el hampi recomiendan son a base de hierbas específicas, entonces siempre se está en búsqueda de satisfacer una reciprocidad mutua del ser humano con las divinidades, quienes se manifiestan por medio de la naturaleza. Es más, se enfatiza constantemente en ese corolario: el paciente se curará si tiene entre sus objetivos identificarse con infundir una armonía con la naturaleza, a la que le tiene una suma devoción.

En cuanto al tema práctico de conseguir esas recetas, no todas las hierbas se encuentran en las mismas zonas y en las mismas estaciones de tiempo. Mariluz menciona el caso de la Mullyaca, las cuales solamente se encuentran en las zonas más altas de Ayacucho, pero afortunadamente, en toda estación del año. En cuanto a la función de aquella, sirve para curar el mal de altura, que también denominamos “soroche”. Además, menciona el caso de la Remilla, la cual es beneficiosa para combatir el mal de los bronquios, el cual puede ser algo común frente al frío de la sierra. En cuanto a este, es pertinente frotarlo en la garganta. Pero aparte de ello, Mariluz agrega que los dos métodos generales para consumir estas hierbas, recomendadas por el hampi, son tanto el baño en vapores como la infusión. En cuanto a la primera, se hierven las ramitas de las mismas con la finalidad que uno se acerque y respire sus vapores, para así bañarse de la enfermedad  que uno padece, ya sea tos, o gripe. En el caso de la infusión, se prepara como bebida caliente para consumir al instante.  
Un detalle más que me pareció interesante fue la entrada de la voluntad a este procedimiento medicinal. Si no hay voluntad de creer en la metodología propuesta por el hampi, no habrá posibilidad de cura. Esto significa que una cierta dosis de escepticismo hacia la cosmovisión andina puede impedir una adecuada lectura o diagnóstico del hampi hacia lo que uno padece. Esto porque el análisis del curandero se enfocará, en primer lugar, a la conversación que tenga con el paciente, y si este se muestra reticente, no dará lugar a que se haga un diagnóstico propicio para su enfermedad. Sin embargo, al tratarse este tema de los diagnósticos asociado a las actitudes psicológicas del paciente, es importante resaltar la actitud del hampi cuando se le avecina enfermedades que él no puede tratar. Es decir, es laudable que el curandero reconozca cuándo es mejor utilizar esas recetas tradicionales, y cuándo es mejor ir a un hospital. De esa manera, se coordina un diálogo intercultural entre sistemas occidental y originario, que normalmente se piensa que es imposible de establecer.
Por último, quería enfatizar en el título de este escrito. ¿Necesariamente la disyunción entre estos sistemas médicos implica que se tenga que optar por uno de ellos, o puede darse el caso en que alguien que quiera tratarse pueda optar por la comunicación y coordinación que puede – y debe – existir entre ambos? En otras palabras, ¿por qué considerar esa disyunción como un dilema excluyente de un sistema a favor del otro, y no más bien considerarlo como una perspectiva nueva, en donde se infunda el valor de ambos sistemas, y se dispongan los médicos y hampis a investigar sus recetas y métodos con mayor agudeza? De hecho, esa comunicación entre estructuras permitirá, no solamente visualizar una interculturalidad como propuesta de cambio hacia las desigualdades históricas que atañen a nuestro país, en donde se había institucionalizado desde el gobierno solamente al sistema médico occidental; permitirá, a la vez, aportarse entre sí alternativas de terapia, es decir, del mismo modo que la técnica del hampi es limitante frente a algunos casos , como por ejemplo, los que requieren intervención quirúrgica, los médicos deben ser conscientes cuándo es más beneficioso para el organismo, y por tanto, para el paciente, consumir algunas recetas como infusiones o baños en vapores de hierbas específicas. De hecho, el hampi se ha ganado una reputación de carácter moral en las zonas donde ejerce su trabajo, puesto que no solamente pertenece a la comunidad y ayuda a quienes no tienen los suficientes recursos económicos para desplazarse a los lejanos hospitales del Estado, sino que al ofrecer un trato personal y cercano, termina siendo un psicólogo de las vivencias del paciente.
Como un paréntesis, es oportuno aludir a otro tipo de práctica originaria tanto de Ayacucho como de otras regiones, que es el parto vertical. Esto porque, así como el hampi es respetado por ser conocedor de la dinámica social de sus compañeros de la comunidad en donde vive, la partera también es flexible y respetada por brindar confianza a las futuras madres que deciden dar a luz vía este método. Para mencionar algo breve al respecto, este parto se caracteriza por tener a la madre agarrada de una soga, erguida, y cuando puja para dar a luz, cuenta con la ayuda del esposo, quien la sostiene de la cintura y está presente en todo momento de la concepción. La partera recibe a la criatura en sus brazos, y es una figura de confianza a lo largo de toda la vida del niño. Esas diferencias, de carácter terapéutico y cultural, al sistema médico occidental, me han dado vueltas estos días, y quiero concluir diciendo lo siguiente a continuación.
Hay una realidad que compartimos: las relaciones existentes entre culturas, en distintas áreas como la educación y la política, se encuentran en un estado grave. La educación intercultural es tan discutida a nivel legal como social, y la participación política indígena no es bien vista por ciertos grupos de poder, que se me hace difícil ver resultados a corto plazo que susciten una convivencia intercultural, o mejor dicho, justicia social para todos. Sin embargo, en el sector salud, si tomamos en cuenta este diálogo ya empezado entre ambos sistemas, y se regulan otra vez las prioridades de lo que es la medicina, revitalizaría una sociedad como la nuestra, que aun le cuesta incluir en su agenda de cambio el reconocimiento a la diversidad cultural. Le es costoso por diversos factores, que a nivel de valores, se traduce en la intolerancia a que haya más de una sola identidad en el espacio público; no obstante, depende de los profesionales médicos, de los hampis, como de todo miembro de la sociedad civil, formular los pasos reales para dejar de ver el sistema médico como una alternativa para obtener muchas ganancias dinerales, sino como una oportunidad para promover su verdadera finalidad, a saber, ayudar al otro y dejarse envolver por su estilo de vida. A mi juicio, la interculturalización de la salud tiene ese punto de partida: el interaprendizaje y aproximación a las culturas distintas a la nuestra.