jueves, 28 de junio de 2012

Estados mentales, ¿privados o relacionales? Una entrada a la filosofía de la mente


La actitud filosófica versa en el escudriñamiento de la existencia humana como objeto que ha recaído en el drama, es decir, como objeto de sensaciones y reflexiones, sean ventajosas o no. Objetivarse implica un estadio de reducción en la que se ven explicitadas algunas capacidades mentales – cognitivas – del hombre para aspirar al conocimiento exacto de sus vivencias. Al mismo tiempo, conocer sus vivencias presupone la búsqueda o, sin duda alguna, el recuerdo del sistema de creencias en los cuales uno se ha movido conceptualmente para saber (o ser) quién es hasta ese instante. De este modo, la filosofía muestra su lado más científico: realiza un análisis de la existencia desde tests sobre uno mismo, lo que significa inquirir sobre el porqué de los comportamientos que uno ha asumido a lo largo de su vida conciente y no-conciente. El alcance de ello, en efecto, desborda condiciones que le son inexplicables a uno si es que solo se piensa desde sus actos o propiedades puramente personales; necesita considerar que el mismo cerebro suyo – con el cual está discrepando y, en consecuencia, dialogando – es social. No hay forma de conocerse si no es en un receptáculo capaz de ser lo que está debajo para que a uno le sea asequible saber quién es, de lo que deriva que muchas de sus hipótesis mentales, por las cuales delibera y decide, son relacionales. Aquello puede ser interpretado como pensamiento, otros le llaman mundo exterior (experiencia), prefiero llamarlo vida.



GeminisA continuación, se expondrán algunas posiciones en lo que concierne la interrogante siguiente, a saber, si los estados mentales son producidos de modo personal o relacional. Por un lado, considerar que las creencias, deseos y todos los demás estados del discurso mental siempre son personales e internamente exactos, corresponde obviamente a un sentido de libertad más austero y rebuscado. En contraposición, las propiedades mentales, para otros, son relacionales, y creer ello significa que hay una realización plural de nuestras deliberaciones sobre nuestras experiencias: la dimensión negativa estriba en que a uno le harían sujeto de esos estados psicológicos, y no al revés. La tesis central es que, así como un juego cromático, no podemos encerrarnos con una sola postura en un campo temático aún probabilístico, como si fuera el blanco o el negro, sino que tienen que evaluarse todos esos puntos grises que se han expuesto. Comencemos.
Afirmar que las propiedades del hombre son relacionales, en mayor grado, pone de relieve, en primer lugar, el conjunto de temas aprehendidos por cada uno, porque este no sería tal sino por el mismo sistema educativo que enseña aquello que debería saber. La concatenación de los tipos de información recibida, ciertamente, se elaboran mentalmente, y así uno podría ser canalizado a gustos particulares, como la afición a la biología (por haber llevado materias de física y filosofía en el colegio, digamos) o al fútbol (por haber visto programas deportivos de televisión y demostrar un talento en educación física, también en el colegio). Pero, en rigor, ¿los estados mentales serían propiedades relacionales? Si entendemos aquellos como características aprehendidas desde la interpretación de dos sujetos, la elucidación de la misma aún sería oscura para cada uno, no habría forma de mentalmente conocerse a uno mismo si no es por el otro-intérprete. A nivel racionalista, sí habría voluntad para conocernos a nosotros mismos, y así, propiedades mentales únicas que introspectivamente llegan a obviar toda corrección por parte de otra persona. Es más, el representante fundamental, Descartes, aseguraba que las fórmulas en sí mismas de nuestra existencia humana, por la racionalidad misma de cada uno, podía llegar a ser verdadera y a expensas de un espacio social vivido. De aquí que Husserl, en discrepancia a esa postura cartesiana, señale que  la reducción de los juicios de uno a que sean trascendentalmente propios solo se da a nivel formal, para la definición de uno mismo, pero que relega la facticidad de uno mismo, la condición de hombre emotivo-social. Así, con su método de reducción trascendental, suspende todo lenguaje privado en medida en que el estadio al que se llega radica en uno sin pensamientos ajenos, solamente realidades vividas por él, en donde alude a la intersubjetividad, pues uno se encuentra con otra persona – otro sujeto trascendental – con las mismas facultades tanto para conocer (te) como para conocerse a sí mismo, en este carácter fáctico-trascendental, en las circunstancias que se originan en la vida de nuestras conciencias.
En otro sentido, todos los estados mentales, sin excepción, son relacionales: esa es la postura del conductismo. Aquellas que buscan la relación – intencional – de uno con un objeto para representarlo (saber de aquel nominal-significativamente), aquellas que se remiten a las situaciones en las que uno ha estado postrado (volviéndose fenómeno); todas serían propiedades relacionales, porque el pensamiento de ellas obliga a conducirlas a un contexto, y a partir de ello, ya hay un uso, por lo cual hay una intención de que cada cosa que pienso sea interpretada por otro. La posición más conocida es la de Wittgenstein, quien critica a Descartes con respecto a cómo es que éste pueda afirmar que hay un lenguaje privado-mental que es, no solo descriptivo, sino cognoscitivo. Dicho de otro modo, el austriaco no cree que uno pueda entreverarse en un lenguaje privado porque, desde la misma clasificación de los objetos por símbolos aludo a una coyuntura, a un entorno propenso a ser interpretado coyunturalmente, porque uno elaboraría un juego del lenguaje que constantemente necesita ser evaluado: el único que podría decirte que estás diciendo lo mismo de tal cosa (como lo habías planteado anteriormente) es otra persona. Por ejemplo, se me ocurre llamar a todos los celulares “gudshick”; si es susceptible que alguien revele la regla de mi lenguaje (que llamo a los celulares “gudshick”) entonces ya no habría manera de que este siga siendo un lenguaje privado. Así, desde las sensaciones publicitadas por el lenguaje, Wittgenstein asegura que es imposible considerar las propiedades mentales de corte monádico (internas) sino relacional.
No obstante, con este mismo argumento, el austriaco habría roto con el conductismo clásico, pues sí se apertura a admitir la existencia de sensaciones privadas, tal como el dolor de uno que, pese a la negativa de cualquier doctor, puede sentirlo. De hecho, esta posición converge con la idea naturalista evolutiva que, desde la selección natural, hay en el humano habilidades psicológicas, y así, se obstruye el camino conductista a reducir todo a un cerebro social. Menciono dos de estas. Por un lado, se encuentra la capacidad metarrepresentacional de cada humano, que lo hace capaz de, desde edades muy tempranas, poder generar creencias tanto sobre las creencias de uno mismo (metacognición) como de las de otro (lectura de mentes ajenas). Esta se ve complementada por la recursividad tanto epistémica como lingüística. Desde Chomsky, se tiende a aceptar que la facultad de lenguaje es innata, a partir de la evolución del hombre de elevar a conciencia símbolos (significantes) y contextos (pragmática o competencia lingüística para producir enunciados, y sintaxis) en los que la comunicación oral era esencialmente determinante y diversa. La recursividad epistémica, por otro lado, es aquella facultad psicológica que me permite deliberar en más de un grado, es decir, poder tener creencias de creencias (creencias de segundo grado o meta-creencias). Estos mecanismos permiten decir que los estados mentales aparecen desde una construcción mentalista, subjetivante o solipsista, que no aúna la estructura social para sus posteriores conceptos. Así, el determinismo biológico auxiliaría la posición a que las propiedades mentales son monádicas, y sin embargo, esto deja de ser cierto cuando se tiene en cuenta que estas facultades, aunque estén prefabricadas, no se activan si no es en un medio social.
Por lo tanto, lo que cotidianamente nos lleva a considerar que nuestros estados mentales son internos, solo nuestros e imposible que el otro los sienta, merece ser cuestión de debate. Es, pues, paradójico que uno opte por la primera opción, a saber, que todos ellos son relacionales, si es que hay una disposición deliberativa – interna – para haberse adjudicado esa idea. Por otra parte, que estas fórmulas sean en sí mismas, desde la procesión biológica que se pone en evidencia, también resulta ser imposible. Veamos el caso del color: se necesita de la fuerza de la luz, la percepción de un objeto hacia mi retina para la ulterior evaluación del cerebro para atribuirle el color rojo a ese cualquiera. Análogamente, se necesita evaluar la captación semántica de lo que uno predica de sí mismo: decir “estoy bien” (estado mental) requiere de una interpretación tal como si uno mismo fuera otra persona, como también la fuerza de la cooperación, del otro presente al cual se le transmite que uno está bien, para corroborar su seguridad.
Es cierto, es abusivamente arbitrario de mi parte decir ello, sin embargo, sospecho que los trabajos psicológicos sobre el lóbulo frontal pueden verificar mi idea. En efecto, el lóbulo frontal atiende a que nuestra memoria autobiográfica sea constantemente modificada, quizá voluntariamente, quizá no, pero que permite el cambio de paradigma con respecto a lo que uno sintió en X evento. En otros términos, si cuando recordé X estaba muy feliz, genero un juicio positivo sobre aquel; no obstante, si estaba enojado conmigo mismo, y se me viene a la cabeza X, lo recordaré desde el sentido positivo al que lo ligué, y en consecuencia, me animo por ello (Cfr. http://www.youtube.com/watch?v=r5M018pEkL4&feature=youtu.be).  En breves palabras, los estados mentales evocados se guardan con su presente: toda disposición afectiva viaja a través del cerebro de uno cuando aprendemos quiénes somos, o mejor dicho, cuando deliberamos sobre nuestros estados mentales.
A manera de conclusión, habría que agregar que se ha situado, en la mayor parte de este texto, a los estados mentales en proposiciones sobre el pasado y presente de uno. La agencia humana, pues, nos muestra que la mentalidad de de cada uno no evade el pensamiento sobre las posibilidades futuras, sobre el relevo de aquello que somos – sociales – con aquello que estamos siendo – mentalistas, internos -, para aprender solitariamente sobre uno mismo. Formalmente, lo que aflora es un concepto de uno, mas no la esencia misma, pues aquello que debe ser permanente, de esta manera y de ninguna otra, es el desarrollo de una mente social, que desde un comienzo individual-fisiológico, pueda expandir su saber a los demás, lingüísticamente e idealmente. Ciertamente, los escenarios mentales que cada uno logra hacerse involucran frecuentemente la presencia – de corte hipotético – de otra persona u otro objeto. Como opinión personal, la propiedad totalmente monádica recaería, sin duda, en el correlato físico sobre la deliberación: la red eléctrica neuronal que se comunica sería lo más cercano a un lenguaje privado, pero que nos da, eventualmente, información dispuesta a ser exteriorizada. El objetivo último consiste, pues, en que dejen de residir dentro de uno mismo (neurológicamente) y sean aprehendidos por la razón y el lenguaje