martes, 31 de diciembre de 2013

El uso ético de la memoria



La memoria tanto en escasez como en sobreabundancia es perniciosa para las sociedades democráticas, pues se afianza con ello una barbarie, cuya sutileza hace imposible identificar que el problema está en el tratamiento de la memoria. Todorov recuerda que la memoria y el olvido no se oponen en absoluto, por lo que se hace mal adjudicarle connotaciones negativas e infundir cólera hacia ese estado psicológico como el olvido. La memoria es una tarea de conservación y selección, es decir, se elige cuáles son los recuerdos que no serán marginados y son potencialmente elevados a conciencia, y entre cuáles sí llegan a ser marginados para luego ser olvidados. La memoria es el criterio de selección en esa interacción entre aquello que se conserva y aquello que se suprime (Todorov, 1995: 16). A todo esto, defiendo lo siguiente: la memoria no es únicamente un método de selección de los acontecimientos que queremos recordar, sino también selección de los criterios con los que vamos a juzgar cuáles serían los mejores acontecimientos para recordar, o las mejores disposiciones frente a algo. En otras palabras, la memoria es, a la vez, memoria para saber el uso de ella misma.
Este enunciado último es medio confuso. ¿De qué manera la memoria tiene como función capturar y conservar lo que significa su uso? Creo que la respuesta se organiza en tres puntos. En primer lugar, la memoria y el uso de la misma establecen una relación que no es inmediatamente conciente por el ser humano; es más, muchas veces nos sorprende la manera en que ciertos recuerdos han causado ciertas acciones, otrora, inesperadas de nuestra parte. Es verdad, esto se puede objetar si en realidad esos comportamientos provinieron de la sola originalidad del agente, y no de la memoria que tenía uno. Entonces, el primer debate que se nos avecina sería respecto a si las acciones novedosas e inesperadas en uno mismo son causadas por la memoria respecto a cómo actuar en esas situaciones determinadas, o por la autenticidad pura frente a las mismas. Por colocar un ejemplo, considérese que se tiene al frente de uno al asesino de un familiar, y actúa golpeándolo fuertemente en el tronco. Ciertamente, es una situación nueva, y según parece, su motivación originó una nueva forma de tratar con seres injustos, vale decir, golpeándolos. Pero también podría decirse que todo ello fue un acto de memoria, es decir, que el uso de ella permitió a su vez, anteriormente, asumir que el criterio para juzgar a los seres injustos es golpeándolos. En ese sentido, es pertinente pasar al siguiente punto, que radica en la interacción entre la memoria y la creatividad.
La memoria, afirma Todorov se complementa con otros principios rectores, entre ellos, la creación (Todorov, 1995: 23). Recordar los actos más vívidos y positivos en las que uno o un pueblo han incurrido se complementa con la gratitud que genera crear nuevas imágenes, versiones, o historias respecto a aquellos. Comúnmente, la pregunta acerca de cómo la relación entre creatividad y memoria brinda un significado a los usos de la memoria encuentra una respuesta, precisamente, en el combate entre el buen uso y el mal uso de la memoria. Un mal uso de ella recurriría a la violencia con el propósito de infundir un acatamiento de las normas de uno o de un gobierno. Nietzsche asegura que la mejor mnemotecnia o método para no olvidar fue, en su Alemania de antaño, el dolor: las leyes germánicas se erigieron al paso que los castigos a la criminalidad eran, en gran medida, cruentos (Nietzsche, 1887: 70-71). El dolor posibilita la memoria, y con ello, los usos de la memoria pueden traer estabilidad social al pueblo y a uno mismo. Esto es debatible, teniendo en cuenta que existe un buen uso de la memoria, pero la interrogante radica en cuál es este. Una primera característica de ello sería que aquello pasado que uno recuerda, sea recordado porque así lo prefiere. Si luego de la muerte de un ser querido, la persona afectada prefiere no recordar ningún momento cercano que vivió con aquella, mientras lo prefiera, es un buen uso de la memoria. Sin embargo, a nivel cultural, eso puede ser pernicioso, por lo que, a continuación, revisemos la interacción entre la memoria y la cultura como forma de interacción hacia, aunque perfectible, el mejor uso de la memoria.
A raíz de la duda sobre si se necesitaba más que la voluntad para decidir cuál sería un buen uso de la persona, nos topamos con la cultura. En realidad, una buena definición de ella nos la proporciona Foucault en Las palabras y las cosas, al afirmar que la cultura  es lo mismo a que haya un código registrado de hábitos y tradiciones ya consagradas entre una comunidad de personas, pero que en su encuentro con la reflexión filosófica y científica, ponga de manifiesto ese orden de esquemas, esas maneras tradicionales de esquematizar el mundo, y es ahí donde se transforme o se cuestione, al volverse espacio-temporal y entrecruzada con otras formas de vida (Foucault, 1966: 6). En consonancia con este concepto, la memoria viene a ser esa habilidad psicológica que suscita un código o historia que cada pueblo prefiere tener para sus futuras generaciones. No solo recupera el pasado, sino modifica las costumbres y juicios morales de la cultura de origen de las personas: si antes se veía que la memoria traía connotaciones negativas para quien prefería la novedad del futuro, según este enfoque, tanto el pasado como el futuro se deben adecuar a la mirada de la cultura a la que cada uno pertenece. Eso sí, la refutación inmediata consistiría en preguntarnos a qué cultura pertenece cada uno, si ella misma está mediado por aquello que recordamos tanto como persona llena de experiencias así como sujeto histórico en una comunidad de hablantes.
La red de conocimientos que porta cada persona, las vivencias psíquicas que tiene por una fuerte carga emocional sea negativa o positiva, o  las fantasías y deseos más esperados que uno tienta, todo ello en conjunto, es almacenado y modificado infinitas veces por esta capacidad cognitiva llamada “memoria”. En su relación con la acción inesperada – de corte más épico -, con la creatividad o imaginación, y por último, con la identidad cultural, es donde se hace manifiesta. De modo que se debe persistir, como uno de los aspectos primordiales de cada vida humana, el cuidado de ella. Esto, más allá que el cuidado físico a través de una buena alimentación y disciplina del cuerpo, significa que se haga un buen uso de la memoria, es decir, un uso de la memoria para identificar cuáles son los conceptos más exitosos en nuestra comunidad humana de lo bueno y lo malo. De aquí se deriva que la memoria, y la disciplina que le concierne como la psicología, se debe adentrar al campo de la ética y la filosofía, y el trabajo interdisciplinario promoverá satisfactoriamente en comprender mejor el uso adecuado de la memoria, y en evitar el abuso de la misma.


BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
FOUCAULT, Michel
1968                        Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Traducción por  Elsa Cecilia Frost. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores.

NIETZSCHE, Friedrich
1981                      La genealogía de la moral.  Introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Sexta edición. Madrid: Alianza editorial.

TODOROV, Tzvetan
2000                           Los abusos de la memoria. Traducción Miguel Salazar. Buenos Aires: Paidós.

lunes, 30 de diciembre de 2013

La verdad no puramente objetiva es aun objetiva

El posmodernismo en filosofía se ha entrañado en un conjunto de distinciones acerca de la realidad y la forma de hacer filosofía, con lo cual se hace patente las confusiones que trae referirse a algo por la categoría de “posmoderno”. A esta noción corresponden varios significados, desde una manera de hacer cine en estos días, hasta los programas que representan la decadencia en asuntos de arte y que promociona la cadena televisiva MTV. Doyle, en un famoso artículo Por qué me aburre tanto el posmodernismo, alude a esta corriente filosófica como un conjunto de doctrinas cuyos puntos en común son los siguientes:
1. No existe la verdad absoluta, es decir, la verdad es una construcción relativa a cada lenguaje.
2. El lenguaje es la manera constructora del ser y la realidad.
3. La interpretación de los textos y el lenguaje adecuada radica ahora en asumir el criterio de cuál es más útil que cuál otra, o cuál tiene adscrito mayor poder sobre las demás, no si corresponde a la realidad extralingüística aquello que afirma.
4. Una ciega desconfianza hacia las “metanarrativas” o discursos que intentan representar la realidad (Doyle, 1996).
Es importante poner a discusión esa primera tesis de los posmodernos, pues en la filosofía griega existe una obra que nos asistiría en la refutación de aquella. Es en Teeteto que Platón discute, en forma de Sócrates, con la postura de Protágoras, acerca de si el hombre es la medida de todas las cosas. Ciertamente, esa afirmación es falsa, si es que se tiene pretensiones con ello de afirmar que el hombre decide qué es lo verdadero y qué lo falso. Pero es pertinente distinguir en saber la verdad y que la verdad exista, es decir, no depende de nuestra construcción más que el intento de descubrir por parte de la mente humana qué es lo verdadero y qué no. De hecho, el posmodernismo, según parece, opta por negar toda correspondencia entre lenguaje y realidad, en mor de una correspondencia entre lenguaje activo (utilizado por el filósofo hablante) y el lenguaje vigente (que ha marcado su función en la historia por otras voces); sin embargo, fundamentan el porqué no conocemos la verdad tal como son las cosas, pero no porqué no podría no existir esa misma. En otras palabras, deberían reformular su doctrina, pues no sostienen que la verdad acerca de las cosas tal como son no exista, sino que no hemos conocido, y probablemente algunos dirían, es imposible conocer ese tipo de verdad.
Así mismo, otro esbozo de refutación hacia la misma tesis iría más o menos así. El posmodernismo enuncia la superación del criterio de verdad como correspondencia, en medida que discute acerca de la naturaleza de esta noción. En ese punto, se topa con que son varios modos de descripción de la realidad los que justifican que la verdad no puede ser descrita de un modo absoluto y certero. Aunque ninguna descripción es privilegiada a priori para alzarse como la descripción general de la realidad, sí puede existir la que se aproxime más a las verdades acerca de lo real, es decir, aquella o aquellas que tengan un grado de precisión sobre las demás. Lo que se pone en discusión según el posmodernismo es sobre si la cantidad de errores que han incurrido grandes sistemas filosóficos y científicos conlleva a no creer más en la existencia de la verdad objetiva. Aunque esto es claramente objetable, dado que los progresos de las disciplinas humanas se han dado al ajustar los modelos de pensamiento más a la realidad conforme aparecían nuevas evidencias que se contrastaban con los modelos vigentes. Si al enunciado p se le llamó una vez Verdadero, y ahora es Falso, eso solamente significa que la realidad puede ser descrita desde diversas estructuras, en cuanto haya teorías cuyas predicciones en algunos asuntos sean exitosas al cumplirse, y teorías cuyas predicciones en los otros asuntos que también son exitosas. Esta postura es asumida por realistas científicos como David Chalmers (1976), quien sintetiza así un famoso debate en si se debe considerar a la naturaleza de las teorías científicas como una búsqueda por descubrir la verdad o como meros instrumentos para alcanzar el éxito y el mejor gobierno de vida.
A modo de resumen, concentrémonos en la tendencia posmoderna a refutar una época del pensamiento humano tan conocida como la Ilustración. En su interpretación de cómo se dieron las cosas durante la misma, cunden las tesis ya enumeradas, en el sentido que los pensadores coetáneos a esa época no conferían al lenguaje un protagonismo en sus ideas, sino a la idea que la mente humana constituía todo el conglomerado de sistemas filosóficos y científicos que hoy en día entendemos como lo real. De esa forma, las refutaciones de los posmodernos, presentadas en las tesis que describe Doyle, son a su vez contraargumentadas, dado que aun mantienen una mirada equivocada de la verdad objetiva, entendiéndola únicamente como verdad correspondiente a la realidad, y no a la realidad que hasta la época hemos construido lingüísticamente pero sobre todo artificialmente de esta manera. La verdad o falsedad son nociones que sobreviven precisamente porque garantizan cuáles son las implicancias acertadas que cada postulado acerca del mundo  tiene; es cierto, no es una verdad otrora llamada Absoluta, pero nos aproxima cada vez más hacia ella.

CHALMERS, Alan
2000      ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Tercera edición. Madrid: Siglo XXI.

DOYLE, James
1996      ¿Por qué me aburre tanto el postmodernismo? Areté. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. Vol.VIII, Nº-1, pp.119-135.