viernes, 23 de noviembre de 2012

Acerca de la violencia en la educación, un punto de vista filosófico



La violencia se ha tomado en consideración por los teóricos para adjudicarla como medio por el cual los paradigmas de la humanidad han avanzado y han superado las oposiciones. La violencia se ha expresado en guerras, enfrentamientos en tribunas, discusiones entre autores, en la racionalidad. Se agrega al concepto, anticipadamente, los calificativos de conflicto y lucha, dándole así una carga solamente negativa. Ahora bien, la violencia no puede ser neutra en absoluto: si es originada – por ejemplo, vía artificios como pistolas o bromas sucias hacia alguien – trae consigo una carga moral. La violencia, si se produce en la praxis, dictamina que, aquellos que la practican, deben creer, provisionalmente, que está bien hacerlo.
Ahora bien, nos encontramos con una contradicción. Si entendemos violencia como ahondamiento en el malestar del otro por parte de uno, ya sea psicológico o físico, entonces la violencia no puede hacer sino relativizar el bien. En otros términos, quien tiene la creencia que la violencia causa un bien para quien la practica en ciertas circunstancias, no se fija en la distinción real entre violencia y bienestar. En efecto, es una contradicción creer que ambas se pueden sostener, y sin embargo, es así. Y esto porque bienestar no siempre es lo mismo que satisfacción personal, o si se quiere, felicidad. Brevemente, definamos felicidad como el lado personal de una satisfacción, mientras que el bienestar, el lado social de una satisfacción; mientras que la satisfacción de uno pasa a ser la adecuación de su máxima sostenida con la realidad, o mejor dicho, que lo que creía, sucedió. Dentro de este marco, surgen creencias que se topan con la realidad, y no se enfrentan a ella; desde el pensamiento filosófico, pues, uno tiene que enfrentársela, porque así se avizoran los supuestos de todo conjunto de creencias explicitadas hasta el momento. Y la justificación de la violencia tiene que ser redondeada según nuestra crítica, para separar lo que se puede creer y lo que realmente se está creyendo.
Creer que la violencia es adecuada en ciertas circunstancias esboza un esquema de práctica de las acciones morales de acuerdo a las situaciones. Es una perspectiva contingente, en donde la ética, como dice Giusti,  evalúa al principio las formas de vida en la cultura para con ello recomendar cuál es el fin que la comunidad busca (véase la idea de eticidad en Hegel en textos más especializados). Ciertamente, si se mantiene un lineamiento teleológico, en donde se adscribe una mayor importancia al fin común, que se busca por sí mismo, entonces la violencia no podría defenderse: siempre se busca ella a miras a un fin, la satisfacción personal o social. Pero habíamos considerado que la felicidad corresponde al frente subjetivo de lo que es la satisfacción de la persona; no obstante, este estadio no tolera ninguna oposición pues puede hablarse de la felicidad de una cultura, así como de la violencia de una cultura hacia otra, extrapolando de esa manera términos psicológicos – felicidad y violencia  al terreno sociológico. La violencia no es algo que se prefiere si no es por otra cosa, como la felicidad o alguna emoción de carácter inferior. Aunque esta idea normativa puede verse diezmada ante las manifestaciones de violencias que nuestra actualidad nos ha deparado.
estas dos maneras de violentar la voluntad de otro no son lo mismo. La primera responde a que alguien incurre en la tranquilidad de otro, siendo ambos pertenecientes a una misma aula, escuela, y teniendo en cuenta que pueden ser de la misma categoría escolar o no, porque puede haber violencia de alumno a alumno, de profesor a alumno, de personal administrativo a alumno, entre otras posibilidades. La revelación de prácticas que auguran el dolor del otro ponen en cuestión no solo el vínculo entre estos agentes, sino el mismo vínculo afectivo primario de cada quien propicia la violencia. La psicología del desarrollo considera que, si bien no es determinante la crianza que no se concentra en la estimulación de los afectos necesarios para la acción correcta, justamente, conlleva a insuficientes o inadecuadas construcciones vinculares por parte de los niños. Si no existe un buen apego entre el niño con su figura de apego (normalmente, la madre), los otros vínculos amorosos obliga, a quienes no han tenido un apego recomendado, una mayor evaluación, al ser difícil no responder de manera insegura, con violencia o desinterés, hacia las exigencias sociales de los demás. En ese sentido, este fenómeno de la violencia en las escuelas no pertenece exclusivamente a la explosividad infantil denominado coyunturalmente como bullying, sino también a la astucia de los profesores que, teniendo su asumida madurez como adultos que son, pueden llegar a violentar en la mentalidad de sus alumnos. De esa manera, aparece la segunda forma de violencia en el plano escolar.Acá solo quiero centrarme en la violencia en las escuelas y en la educación. En mi opinión,
Llamo violencia en la educación en alusión a que el mismo sistema educativo contrae esta violencia germinada en el fuero interno de las escuelas en miras de justificar la deplorable labor para reformar toda la estructura. En un sentido, la violencia en la educación estriba en las arengas fundamentalistas de los críticos de la educación con la intención de desestructurar la incapacidad de los profesores al haber estudiantes graduados de la secundaria con un pobre pensamiento formal. A raíz de ello, se protesta por cuánto más se puede extender esta consecuencia si no se comienza a relevar del cargo a esos profesores. Los profesores, a su vez, responden con violencia: La tecnología expresada en la televisión y el Internet, no permiten más el desarrollo fructífero del alumno. De aquí se sigue el porqué no llamo a esta violencia como violencia hacia la educación sino en la educación: ambas partes, los agentes de pedagogía y los críticos de ella, versan en la violencia hacia un sistema que, a nivel abstracto, no puede ser ni bueno ni malo. Me atrevo a decir que elevando a un plano normativo, la bondad o la utilidad de la educación es inconmensurable, pues se tiene que ligar este a cómo es la realidad actual de la educación, en cada país, en cada región.
Adicionalmente, la violencia en la educación perjudica tajantemente la formación humanística que se le brinde al niño, porque tanto la crítica externa (padres de familia, abogados, etc) como la crítica interna (fuero administrativo o docentes) no puede entrar en dimes y diretes laxos y comunes en nuestra sociedad. Es más efectivo tomar una medida que ponga en funcionamiento objetivos relacionados a la formación de valores en los alumnos. Así y solo así se está tomando ejemplarmente la naturaleza del conflicto, pues este no solo contiene momentos de crisis o violencia, sino también momentos en que está latente todo ese conjunto de creencias a favor de que se produzca aquella. Es decir, el conflicto es el reconocimiento de discrepancias entre uno y otro cuyo término medio es la crisis que, pese a no tener que serlo siempre, frecuentemente conlleva a la violencia entre ambos agentes. Si se renuncia a discernir sobre los antecedentes de los encuentros violentos, no se podrá determinar ninguna prevención hacia estas.
Portocarrero señala que nuestra sociedad ha trivializado tanto el conflicto del racismo como el de la corrupción, instaurando así una sociedad de cómplices, en donde la relación entre personas es utilitarista: ambos buscamos abusar uno del otro, así que respeto tu voluntad como también busco la posesión de ella. Se defiende tácitamente un discurso de la competencia, cuya finalidad es vencer al otro, y que origina una licencia social hacia quien comete violencia hacia otro. No hay, como define Quintanilla, consecuencialismo no utilitarista sino un etnocentrismo fundamentalista; este último se refiere a que el paradigma de la competencia el cual se asume de modo implícito es aquel que gobierna la mentalidad de mayoría de personas en nuestra sociedad limeña, pues no requiere del principio de que cada creencia x que asume, puede tener un margen de error si se simula en situaciones concretas, quizá, aún no evaluadas.
Por tanto, el orden social se desestabiliza, y me atrevo a decir que el sistema educativo sufre según estos rasgos. Hay un goce por parte de los agentes mencionados respecto a mantener un sistema educativo, restricto y poco efectivo. La felicidad se hace coincidir con la violencia en la educación, la cual excluye en su temática la búsqueda de formación de un plano valorativo, filosófico-jurídico, lúdico, en los niños. En las películas hollywoodenses cuyas historias le ocurren a estudiantes que sufren maltrato por parte de su compañero en las escuelas, no solo expresan lo que he denominado violencia en las escuelas, sino también violencia en la educación, porque se perpetúa una degradación hacia una persona, y se considera que es “necesario” que esa persona sufra y también haga sufrir (porque el bully también sufre por estar atrapado en este tipo de violencia). Hacer frente a sus víctimas de modo que se conceda o se venza: ese es el principio del narcisismo inspirado en la regularidad del sistema educativo que se ha estado dando desde hace unas décadas. Cuando la relación de posesión, de abuso hacia el otro, arremeta con un nuevo conjunto de crisis fortísimas, como fue el conflicto armado interno para entender la corrupción y el racismo, podremos encauzarnos en un verdadero interés del problema de la violencia educativa. Mientras tanto, veremos qué sucede.

Referencias:

GIUSTI, Miguel
1991               Moralidad o Eticidad. Una vieja disputa filosófica. En: Hueso húmero. No. 28 (Dic. 1991). Pp 54-75.
PORTOCARRERO, Gonzalo
2005               Una sociedad de cómplices. En: Libros & artes : revista de cultura de la Biblioteca Nacional del Perú. No. 9 (Ene. 2005).
QUINTANILLA, Pablo
2009                Consecuencialismo ético, desarrollo y etnocentrismo. En: Desarrollo Humano y libertades. Compiladores: Patricia Ruiz Bravo, Pepi Patrón, Pablo Quintanilla) pp. 181-198. Lima: Fondo Editorial PUCP.