viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Pero qué es un MacGuffin desde el mundo de Homero?



La pregunta resuena los terrenos del cine, en tanto que el británico Alfred Hitchcock, durante la fase del cine clásico en EE.UU. nos trajo esta palabra (no estoy seguro de donde la extrajo). Lo interesante es que sincrónicamente discernimos sobre su significado. Aunque esta aparenta ser clara: un Macguffin es un elemento inesencial de la trama, al no repercutir fortísimamente en ella, sino que, al ser mostrado al inicio o medio, da la sensación que es determinante y sugiere que la historia gira en torno a ello. El Sr. Hitchcock sabía el valor de este elemento de suspense, así que no tenía por qué tener que explicarles a todos sobre él: si uno no lo entendía, allá él. Recordemos solo un caso: por estar incluido en el guión el llamado MacGuffin, le rechazaron Notorious una compañía, y perdió lo que iba a ser luego una película comercialmente exitosa.
Ahora, el arribo a las pantallas del Macguffin es evidente. Pero su influencia, o una de ellas, donde más ha calado son en los dibujos animados. En los Simpsons, existe este momento o evento que capta la atención de los personajes, pero de la audiencia no. Sin embargo, de esto  pueden proponerse dos razones. Una sería que el público no atenta con la aparición de ese elemento por experiencia de los capítulos de esta serie. Con la que nos topamos es con la segunda: esa cosa que emerge solo tiene un pequeño impacto, ya sea por la extensión de los capítulos (son 15 minutos cada uno, donde solo 3 como máximo se utilizan para la presentación del MacGuffin), o porque la historia de uno de los personajes va atrayendo la atención de los televidentes. Es así que este término ha logrado trascender de las películas sobre espías a caricaturas que han desatado la llamada comedia random (el humor es hacia lo absurdo en tanto que completamente inesperado)en la televisión, pero con mucha más fuerza, en las páginas de Internet.

Veamos un ejemplo (video de arriba), antes animándolos a ver más capítulos de esta maravillosa serie desde su estructura, pues hay mucha riqueza de por medio.

(el Macguffin es la charla anti-incendio, me parece)

sábado, 17 de septiembre de 2011

“La bola se ve, no se piensa”

¿Desde qué ángulo quisieran ver un Nadal-Djokovic? Pues a mí me produce placer el poder verlo desde la televisión de mi cuarto, pero con la conciencia de que desde todo posible uno puede sentirse complacido ante el buen tenis que ve. Este día lunes, la potencia y legendaria tendencia de “tenista del año” se internalizó en el balcánico Djokovic, al demostrar que 3 de los grand-slams (o torneos mayores) que ha ganado el 2011 no son mera casualidad. En efecto, con parciales de 6-2, 6-4, 6-7 y 6-1, triunfó ante el español y se alzó con el trofeo del US Open.

No obstante, el motivo de esta redacción recobra una dosis de simpatía por el español, en medida que, en un pasaje del partido, dio una enunciación que, a mi parecer, tiene sumada una reflexión filosófica. Dicho esto, les dejo primero la cita exacta extraída del periódico El Correo de España, en la cual resaltan la impotencia de Nadal ante la situación:

Todo comenzó cuando el juez dio por mala una bola después de que el serbio le advirtiera de que ésta había caído fuera. En ese momento, Nadal estalló con un "¿tú, cuándo cantas los out, cuando los canta él o cuando los ves tú? No lo entiendo". "La bola se ve, no se piensa", finalizó Nadal en su último reproche ahogado por los silbidos y las protestas de un público muy poco tolerante con las airadas protestas de los tenistas al contrario de lo que sucede con otros deportes. En todo caso, la anécdota, que no pasó a mayores, refleja el estado de tensión y ansiedad del tenista mallorquín que es incapaz de contrarrestar a un Djokovic inexpugnable.

Rafael Nadal pierde por sexta vez contra el serbio este año. El homo sapiens que tiene enfrente le produce una sensación de respeto y reto, pero no lo puede traducir en victorias, con lo cual la desesperación le resulta una muerte inmediata en el desarrollo del partido. Y es que el esfuerzo de uno no  significa que el otro baje su rendimiento, sino que desde tu nueva posición, ves cómo un triunfo ante el otro es un asequible. Ludwig Wittgenstein, filósofo austríaco, desarrolló esta idea sobre las perspectivas de uno y otro de manera minuciosa, y evidentemente, el deportista tiene mucho menos tiempo para hacerlo, así que su mentalización de ello viene de antemano. Pero vayamos despacio.

Wittgenstein asegura que nuestras conclusiones sobre que las culturas con diferentes creencias a las nuestras están equivocadas son también una equivocación, dado el camino que han tomado. Estamos juzgándolas desde nuestra racionalidad, y esta es negatividad en tanto que no va a ser la misma, ni mejor, a la de otra cultura. Así, en el tenis, podemos encontrar en distintas fases del partido cómo los puntos de quiebre (acá no me refiero a los break points, sino a los momentos en que se muestra un cambio actitudinal en el tenista) motivan o desaniman de diversos modos en cada tenista. Esto nos hace pensar en la interioridad en cada uno, y definitivamente, Djokovic tiene un orden cuasi natural de disponerse al ataque que en Nadal. Dicho en otros términos, Djokovic sabe cuándo generar golpes ganadores y Nadal los suyos, más allá de que en esta disciplina se dependa en demasía de una técnica ideal para marcar los tiempos del match.

Sin embargo, la decisión de emitir juicios, si no se identifican con lo claro y lo evidente, oscilan entre la confusión y la autoridad. Sobre lo confuso, esto se fundamenta en que llegan a existir verdades relativas que se consumen a sí mismas, en el sentido que lo mismo que estoy escribiendo ahora mismo puede considerarse careciente de verdad. Como por ejemplo, el supuesto out de la bola que tiró Djokovic, de un instante, solo podría haberlo visto él mismo y la juez de línea (por la cercanía de ambos), pero desde la perspectiva de otro, evidentemente no se podría reconocer como si la pelota estuviera fuera. Así, la admisión de más verdades encamina esta confusión a una decisión de la autoridad, en este caso, el juez de silla del partido. Aunque este no es una singularidad propia que impone como él supone (sino habría muchos que se quejen de ello, incluido yo), es hacia la crítica de Nadal apuntó. Pues claro, él es quien debe distinguir entre lo verdadero y lo falso, o mejor dicho, quien identifica si la bola está dentro o fuera. Y además, aunque muy seguro de esto no estoy, tengo certeza de que el juez, ante este tipo de dudas, debe seguir lo que menciona o cree el jugador que se encuentra en ese lado de la cancha, por una cuestión de confianza y respeto. Punto para Djokovic, en efecto.

Por todo ello, uno podría desestimar las ganas de Nadal de reclamarle al de blanco. La frase que más me intriga (a expensas de una predilección hacia Djokovic por mi parte) en el español,  la citada “la bola se ve, no se piensa” esclarece, por fortuna, su reacción. Esta ha colmado un poco mis pensamientos hacia lo que le originó decirlo. Según parece, Nadal se apoya en la premisa siguiente: el juez ha inducido que, a partir de que Djokovic se ha mostrado reacio en su decisión de levantar el dedo índice (para indicar que la bola estaba fuera), y dadas las situaciones similares que habrá visto en su trayectoria como juez de tenis, ha llegado a la conclusión probable de que sí era fuera. Pero, diría Nadal, la inducción es solo probabilística, no tendría por qué deducir una claridad o verdad en la decisión eventual. Esto conlleva a pensar en la diferenciación que pudo hacer René Descartes siglos atrás. Este filósofo señala la deducción como capaz de llevar a una “consecuencia necesaria a partir de otras cosas conocidas con certeza”. La causalidad que el juez está realizando (Djokovic la marca fuera, entonces es fuera) no es deducida  por lo dicho anteriormente: hay confusión y no acceso al conocimiento. Nadal tendría toda razón para reclamar.

Es cierto que este evento se presta para una inclinación más tecnológica. La llegada a las reglas del tenis del denominado challenge (fijar en pantalla digital grande la trayectoria de la bola para ver si estaba fuera o no ella) acontece una facilidad en las decisiones, pero tengamos en cuenta que Nadal no dice esta serie de frases, ni a la máquina, ni antes que ella dé su veredicto: él se lo dice al juez, susceptible al error, y antes de la operación de lo tecnológico. Por otro lado, no puedo admitir en palabras cuán bien me siento ante esta frase nadaliana, ya que me obliga a retornar de nuevo a Wittgenstein, en medida que este señala que, mejor que una explicación, sería una descripción de las cosas (parafraseo mío, por tanto, discutible si él lo dijo con esas palabras). Así, lanza a su contexto intelectual la famosísima frase ¡NO PIENSES, SOLO MIRA! Pues es ahí a donde apunta Nadal, y sumado a toda la adrenalina que ha secretado su plano físico, el juez es víctima de una buena reflexión por parte del tenista. Sea posible o no que en algún partido siguiente veamos otra vez un Nadal tan analítico, es importante resaltar que, al menos como punto de partida, la bola se ve, no se piensa.


viernes, 16 de septiembre de 2011

Me presento sin ruido y sí silbidos

Hola a todos,

Este es tiempo para mí y negar lo ya negado anteriormente: reconocerme capaz de no errar en esta nueva aventura como blogger. En efecto, prefiero tomar como punto de partida de este blog las categorías de GANAS, SEGURIDAD e INTENTO para lindarlos a resultados - o entradas - que sean de su gusto. Claro está, no todo lo que escriba será digno de ser leído, pero a expensas de mi estado emocional o problema de creatividad, intentaré generar hermosos momentos con el tipeo y con los types, es decir, ustedes. La presencia de espíritus singulares me conmueve y motiva para orientar mi trabajo, no a la educación, sino a la formación de un poco de curiosidad intelectual en los ya curiosos lectores. Empecemos, pues, citando a un filósofo del llamado idealismo alemán, como es Hegel, cuya cita coadyuva sonrisas seceunciales en cada letra que presiono en el teclado: "si el temor a equivocarse infunde desconfianza hacia la ciencia, la cual se entrega a su tarea sin semejantes reparos y conoce realmente, no se ve por qué, no ha de sentirse a la inversa, desconfianza hacia esta desconfianza y abrigar la preocupación de que este temor a errar ya sea el error mismo."

Veamos lo deviniente con más atención.