jueves, 27 de febrero de 2014

¿Llamamos a lo mismo “rojo”?



¿Cómo sabemos que lo que yo denomino “rojo” es sumamente diferente a lo que tú llamas “rojo”? La manera en cómo influyen nuestros cerebros en la captación de matices distintos nos obliga a hacernos esa pregunta, más aún que la incertidumbre se hace fuerte una vez que nos damos cuenta que no sabemos si tenemos la misma experiencia interna del color rojo. Es verdad: yo puedo tener una experiencia interna del rojo completamente distinta a la que tú puedes tener.
Una de las razones que fundan esta idea es la existencia del daltonismo. Esta es una condición común del ojo que hace difícil a las personas que lo padecen distinguir entre ciertos colores como el azul, rojo, amarillo y verde. Es una deficiencia en determinar qué colore se están percibiendo. Pero estas experiencias únicas ya suceden entre personas con una vista común y corriente. No se trata de una deficiencia de uno en relación a otro, es decir, que uno sea daltónico y el otro no, dado que en personas no daltónicas, ocurre que la experiencia del rojo es completamente subjetiva. Esto nos lleva a afirmar que, en la cuestión sobre la percepción, la mente trabaja para sí.
Thomas Nagel en su famoso artículo What it is like to be a bat? Argumenta que la realidad acerca de nuestros estados intencionales se puede analogar a las experiencias de percepción de los murciélagos. Estos se apoyan en un sistema sonar para poder organizar su percepción a distancia, y así poder movilizarse y cazar. Bajo un punto de vista científico, podemos distinguir las áreas de su organismo que trabajan cuando realizan estos mapas sonares; sin embargo, la pregunta que para Nagel sigue en pie es si es que con ello hemos averiguado cómo se sienten al hacer eso. En otras palabras, ¿tener el armazón descriptivo propiciado por la ciencia nos permite saber cuál ha sido la experiencia subjetiva del murciélago? Del mismo modo, Nagel afirma que un ser humano particular cuenta con esas experiencias subjetivas que no necesariamente son compartidas por los demás. Por ejemplo, esto sucede con los dolores, como el de muelas o el de cabeza, donde se da el caso que pese a la indicación del doctor de que el paciente no siente dolor, dada la revisión médica que se le ha hecho, la presencia del dolor es indiscutible para aquel.
Ahora bien, la posibilidad que las explicaciones bajo el punto de vista de las neurociencias y bajo el punto de vista de la psicología no sean reducibles es lo mismo a decir que las manifestaciones de dolor y el dolor son epistémicamente distintas. ¿Ello implica que sean metafísicamente distintas, vale decir, que exista un dualismo entre lo que sucede en nuestro organismo respecto a lo que sucede en nuestro fuero mental?  Ese es un debate aun inconcluso, dado que algunos creen que sí y algunos que no: la posibilidad de que se origine un dualismo mente y cuerpo asusta a muchos, pero explicaría el problema de estas experiencias sumamente subjetivas. Pero no responde a cómo saber si son o no son lo mismo lo que veo como rojo a lo que ves como rojo. Desde nuestro lenguaje, se nos hace imposible rechazar por completo alguna de las dos posibilidades: puede ser que veamos lo mismo, puede ser que no. No obstante, pienso que la clave a todo esto está justamente en el lenguaje.
El lenguaje, entre otros propósitos, nos permite comprender al otro. Esto significa que una de los actos comunicativos más eficaces para lograr ello está en el preguntar. Si se nos es posible preguntar acerca de la experiencia que uno tiene al comer algo que le resulta delicioso, o cómo se siente alguien cuando está triste, se genera una situación comunicativa, que quizá no conlleve a discernir la total experiencia fenoménica – o para los especialistas, qualia, - ajena, pero nos acercará más al como si de la misma. 

Acá un video que ilustra el tema de los qualia:
 

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