jueves, 30 de enero de 2014

“El problema de si la mente está relacionada o no con el cuerpo y/o el cerebro” ¿Es filosófico o psicológico?



En torno al problema mente-cuerpo, es decir, si la mente está relacionada con el cerebro, o vale decir, si es un fenómeno completamente distinto al del cerebro, filósofos y psicólogos se han pronunciado hasta en tiempos actuales. Como la filosofía fue una disciplina más antigua, e influyente directa del origen de la psicología, tuvo una versión de respuesta a esto muy temprano, siendo ella el modo tradicional en que se entendió la relación entre la mente y el cuerpo. Entonces, primero describiré cuál es esa postura tradicional de la filosofía en torno a ese problema,
La tradición dicta que desde antes de Platón, se argumentó a favor a que el alma o psyché, era el modo de vida del hombre, y la razón por la que el hombre podía perdurar a la muerte de su cuerpo físico. Se tenían profundos intereses religiosos al tener esta postura, vale decir, la doctrina de la transmigración de almas, puesto que se mantuvo una especulación que se enlazaba con explicaciones sobrenaturales, como la idea que el alma se aprisionaba por el cuerpo, y cuando este perecía, pasaba a otro que tenía un diferente aspecto. El alma cumple el papel central de ser organización y poder del cuerpo, y así, no hay ninguna referencia en los griegos a considerar el alma como la identidad del yo o la identidad personal, el quién soy, dado que esta transmigración en cuerpo a cuerpo, precisamente se debería interpretar “como si quisiera decir que el alma es el principio del orden y de la vida en el cuerpo” (Copleston, 1946: 45). Para hondar más, tanto Platón, si no me equivoco en el Fedón, como Aristóteles, identificaron este alma con la vida: los cuerpos humanos eran vivientes y podían llegar hasta habilidades como el razonar e inteligir por la presencia del alma. Esta sinonimización del alma con la vida se encuentra en Sobre el Alma, donde Aristóteles estructura su planteamiento para llegar a esta consecuencia; en otros términos, de las dualidades materia-forma y entelequia-potencia, que aplican a toda entidad del universo pues están en un registro metafísico, nos encontramos con la dualidad cuerpo-vida, y así, determina que el cuerpo no es vida sino viviente por la presencia del alma:
“…entre los cuerpos naturales los hay que tienen vida y los hay que no la tienen; y solemos llamar vida a la autoalimentación,  al crecimiento y al envejecimiento. De donde resulta que todo cuerpo natural que participa de la vida es entidad, pero entidad en el sentido de entidad com¬puesta. Y puesto que se trata de un cuerpo de tal tipo —a saber, que tiene vida— no es posible que el cuerpo sea el alma: y es que el cuerpo no es de las cosas que se dicen de un sujeto, antes al contrario, realiza la función de sujeto y materia. Luego el alma es necesariamente entidad en cuanto forma específica de un cuerpo natural que en potencia tiene vida. Aho¬ra bien, la entidad es entelequia, luego el alma es entelequia de tal cuerpo” (Aristóteles, 412a 15-20).
Otro profundo análisis filosófico que defiende el dualismo se atribuye a Descartes. Su argumento va más o menos así. Es posible dudar que el cuerpo existe, y sin embargo, es imposible dudar que yo estoy pensando que el cuerpo exista. Esto quiere decir que mi pensamiento, y otras formas de intencionalidad, mientras estén en tiempo presente y sean conscientes de ella, implican que existo. De lo que deriva en el famoso principio “pienso, soy”; con ello, se sigue para Descartes que el yo existe en independencia al cuerpo. Al respecto, hay objeciones variadas, siendo esta que reconstruye Moya una de las más aceptadas:
“La primera premisa dice que yo puedo dudar que mi cuerpo exista, y la segunda, que no puedo dudar que yo existo. Parece entonces que yo tengo una propiedad que mi cuerpo no tiene, a saber, que no puedo dudar que existo, mientras que sí puedo dudar que mi cuerpo existe. Entonces, por el principio de indiscernibilidad de los idénticos, mi cuerpo y yo hemos de ser entidades distintas. Pero oigamos ahora a Edipo razonar de modo análogo para llegar a una conclusión falsa: yo puedo dudar que mi madre existe (en realidad, creo que ha mureto); pero no puedo dudar que Yocasta existe (la estoy viendo ahora); por lo tanto, Yocasta y mi madre no son la misma persona” (Moya, 2004: 33).
Moya atiende al principio de identidad de los indiscernibles de Leibniz, que es entendida en que si la entidad a y la b son la misma, comparten todas sus propiedades intrínsecas. En ello recae el argumento de Descartes, es decir, que el yo y su cuerpo no son idénticos en el sentido que no comparten las mismas propiedades. Sin embargo, según el mismo razonamiento, podríamos decir que Yocasta y la madre de Edipo no son lo mismo, cuando sí lo son: el problema radica en el principio leibniziano se aplica a propiedades que pertencen a la entidad genuinamente, pero que yo atribuya, porque lo creo así, la posibilidad de dudar de su existencia a la entidad “cuerpo de Marlon”, no significa que aquella sea una propiedad intrínseca a esa entidad. El principio no se equivoca, sino el argumento: “creer que”, o “dudar que”, son expresiones que abren contextos intensionales, en los cuales la referencia de dos expresiones no son del todo intercambaibles, y si por ejemplo, yo creo que el cuerpo no es lo mismo que el yo, si realmente fueran idénticos, no sería posible intercambiar de la oración “yo creo que el cuerpo no existe”, “cuerpo” por “yo”.
Al respecto, la psicología también comenzó en el discernimiento de cuál era el método experimental más adecuado para notar que el alma o la mente tenía un rol causal sobre el cuerpo. Esta disciplina no asumió que las relaciones entre las personas eran mediadas por la libre voluntad de cada uno; el método experimental, que significaba observar y explicar, fue la separación característica entre el método lógico de la filosofía y el científico que venía a ser el de la psicología.  De ahí deriva el estudio de los estados mentales: llamo “Estados mentales” a los pensamientos, creencias, deseos e intenciones que el sujeto posee cuando está dirigido hacia un propósito. Hoy en día, el estudio de los estados mentales es afianzado tanto por filósofos como por psicólogos, y no hay una teoría exclusiva para cada disciplina: el mismo campo requiere un estudio de estas dimensiones, como de otras, como la lingüística y la biología.
Por todo ello, la pregunta es claramente interdisciplinaria: los instrumentos que han ido desarrollando los psicólogos son abundantes y muy sugerentes para el problema de lo corporal y lo mental. A la vez, la filosofía de la mente se ha especializado en dar una versión de respuesta cada vez más interdisciplinario en medida que permite comprender las bases filosóficas junto a la evidencia empírica. Faltan más encuentros con las otras áreas de especialización para que esta interrogante pueda ser constantemente renovada y, por qué no, respondida.

ARISTÓTELES
1983                                      Acerca del Alma. Introducción, traducción y notas de Tomás Calvo Martínez. Madrid: Gredos.
COPLESTON, Frederick
2004                                      Historia de la filosofía. Vol. I Grecia y Roma. Sétima edición. Barcelona: Ariel.
MOYA, Carlos
2006                                      Filosofía de la mente. Segunda edición. Valencia: PUV.

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